Gabriel Machado • AQUÍ NO HAY LUCES DE ESCENA

El hombre detrás de la cámara se reinventó en pandemia fusionando sus dos grandes amores: la fotografía y la pintura, así nació Fotura, el proyecto que le devolvió la felicidad y el entusiasmo.


“Quienquiera que usted sea... siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”, dice el parlamento emblemático con el que termina la obra Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams. No es aleatoria la fama que alcanzó ese texto, ya que encierra una de las claves esenciales de la experiencia humana. Gabriel Machado lo sabe, por eso lo recita en voz alta al referirse a Juan Cantafio, aquel amable extraño que le delineó el presente que está viviendo, cuando le dijo que había llegado el momento de dejar de ser un fotógrafo de servicio para transformarse en una marca de sí mismo.

Lejos del glamour multitudinario de los flashes y después de haber fotografiado a todas las celebridades nacionales y muchas internacionales, como Al Pacino, Kate Moss y Cher, entre otras, hace cuatro años Machado empezó a sentir que su carrera necesitaba un cambio, y la cuarentena le mostró, de manera abrupta, un nuevo rumbo. “Una tarde estaba en mi casa sumergido en la peor de las angustias, quería desaparecer, se cortó la luz y me fui a dormir la siesta. De repente una voz que venía de adentro de mí me levantó y me dijo lo que tenía que hacer: sacar fotos para luego intervenirlas con la pintura. Fue raro, sentí que el alma me volvía al cuerpo y por primera vez en mucho tiempo volví a estar entusiasmado”, explica con alivio.

–¿A raíz de qué venías sintiendo que era necesario un cambio en tu profesión?

–Hace unos años, con la llegada de las redes sociales, se generó una pérdida de trabajo enorme en mi rubro. Ahora las marcas buscan cantidades industriales de fotos para llenar espacios en Instagram, no necesitan una campaña espectacular. Ya había poco trabajo, y con la pandemia, ni te cuento. Me sumí en una oscuridad muy profunda; con mi socio tuvimos que cerrar temporalmente el estudio y seguir sosteniendo una gran infraestructura de salarios, gastos e impuestos. Ese sábado 25 de julio me pasó esa especie de epifanía que te conté, donde se me reveló que tenía que unir la fotografía con la pintura, y ahí empecé a respirar distinto. Igual me costó sentarme a agarrar los pinceles. Mi amigo Adrián Heiker fue el que me alentó durante semanas enteras para que empezara a pintar. Me fui a tomar clases con Rodolfo Insaurralde, que es un maestro y amigo también.

“Toda mi pasión y mi admiración es por el arte, ¿cómo no voy a amar a los artistas si me dan alegría, me sacan de la realidad y me regalan un mundo de fantasía?”

–De chico dibujabas y muy bien. ¿Cómo fue reencontrarte con el pincel y con ese arte?

–Al principio fue muy difícil. Lo primero que pinté fue una gotita de agua, y fue un momento tan feliz que me prometí que, de acá hasta lo último que haga, va a haber siempre una gotita de agua hiperrealista; es mi sello. Además tengo una gran conciencia de la escasez de ese recurso natural y de lo que significa, es una especie de tributo al agua y al reencuentro que tuve con los óleos. Luego mandé a hacer varios murales de fotos y empecé a intervenirlos y agregarles lo que fuera necesario en cada caso.

–Para los que te hemos visto en acción es evidente que tenés un don especial para hacer aflorar lo mejor de la gente. ¿A qué se debe esa magia en tus sesiones de fotos?

–Soy un loco, me encanta, estoy a los gritos, es un orgasmo al alma para mí. Me apasiona capturar esos momentos en donde el otro me regala lo mejor de sí y poder eternizarlo en el tiempo. Me conecto mucho en las sesiones, y cuando todo fluye, hasta nos comunicamos por telepatía, porque no hace falta que yo le diga a la persona ‘poné la mano así o corré el pelo para allá’, lo hace naturalmente. Creo que esa magia que vos decís es amor, me fascina la gente, para mí es una ceremonia hermosa el momento de comunión con el otro.

–Sos un apasionado del arte en general y del teatro en particular. ¿No se te ocurrió nunca hacer algo con eso también?

–Toda mi pasión y mi admiración es por el arte, ¿cómo no voy a amar a los artistas si me dan alegría, me sacan de la realidad y me regalan un mundo de fantasía? Yo venero el teatro. Y sí, tengo un proyecto que ideamos con mi hija (Paz Machado) y Diego Betancor que se llama “Imanus”. Estamos esperando que vea la luz, como serie, como película o en el formato que sea; es un producto increíble, tenemos un tráiler hermoso con un elenco de lujo: Natalia Oreiro, Carla Peterson, Julieta Cardinali, Griselda Siciliani, Diego Ramos, Elena Roger, Esteban Meloni y Mercedes Carreras. Todo trascurre en un spa mágico de los años 50, tiene que ver con el cine y las figuras de esa época, y jugamos con el tema del tiempo. De hecho, una de las protagonistas puede vislumbrar lo que se avecina, su frase de cabecera es “El futuro me persigue”, ve lo que viene y no le gusta. Ese personaje claramente soy yo.

–¿Por qué sos vos?

–Porque yo soy de esos que piensan, y te lo sostengo a muerte, que todo tiempo pasado fue mejor. Para mí, la humanidad tendría que haber llegado hasta la familia Ingalls. Yo me crie en La Tablada, con toda gente laburante que eran dioses de la alegría. Mi papá trabajaba en un matadero en San Justo, su perfume era el olor a sangre seca de vaca, venía con las achuras en el bolso. Nunca vi a mi madre ni a mis tías con otra cosa que no fuera un batón y la pasaban bien igual. Éramos superpobres, íbamos con toda mi familia en camiones a Ezeiza y hacíamos un pícnic y era una felicidad inmensa. Para fin de año el plan era cerrar las calles, sacar las mesas afuera con todos los vecinos y bailar hasta la madrugada. Ahora veo que la humanidad está muy robotizada, muy desconectada, con los celulares se perdió todo eso. Me genera mucha tristeza ver cómo las redes nos taladran y nos meten esa sensación de “¿por qué no soy tan feliz como toda esta gente que estoy viendo en la pantalla?”.

¿Vos decís que nos quieren hacer creer que la felicidad está en otra parte?

–Claro, cuando en realidad está mucho más cerca de lo que nosotros mismos pensamos, nos olvidamos de lo simple. Ahora, por Instagram, ves a todos descaradamente contentos, con yates y grandes cantidades de dinero, te empalaga, y para la gente que no le está yendo tan bien es como una cachetada. Antes no pasaba, no al menos de una manera tan grotesca ni exacerbada, no creo que esté bueno para nadie. Ojalá esta pandemia nos haga recuperar algo de esa esencia y de esa pureza que perdimos.

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