A través del cristal: ¿cómo miramos una película en épocas de desatención crónica?

Los excesos del streaming parecen haber minado tanto nuestra capacidad de apreciación como la producción artística. De la experiencia comunal de las salas a la fragmentación total, las infinitas aristas de un fenómeno que traspasa las pantallas.

Si la sugerencia de ver una película de más de hora y media te trae un frío en la nuca o, directamente, un total desconcierto, no estás solo. Tampoco si no podés terminar de ver un film entero en una sola sentada, o si ya no podés identificar demasiado cada una de las series que estás viendo en simultáneo, o si te sentís abrumado por la cantidad de opciones.

Empecemos por el comienzo, ¿qué está pasando con nuestra capacidad para ver obras de larga duración? ¿Acaso el streaming minó nuestra capacidad de concentración y paciencia? Esta es una pregunta recurrente, tanto que numerosos críticos están proponiendo una distinción hasta lingüística entre “ver” y “mirar”, en la que “ver” se entiende casi como una acción versátil que puede incluir ver una serie mientras chequeás el celular, te parás a comer un snack, chateás con alguien y demás etcéteras.

En cambio, “mirar”, en el sentido completo de la palabra, implicaría la hoy ¿desafiante? tarea de comprometerse por al menos 90 minutos ininterrumpidos a una historia. La diferencia entre una actitud menos pasiva y otra que demanda interacción, atención y hasta elaboración personal.

Ya no se trata solo de no ir al cine (según Gallup, durante 2021, un estadounidense promedio fue a ver tan solo una película) o de nuevos formatos, sino de cómo entendemos al cine, de por qué hablamos cada vez más de “contenidos” o “consumos” y no de arte, y de hacia dónde va la industria.

ALGO HA CAMBIADO

Sin descartar del todo el modo en que las nuevas formas de consumir contenidos de todo tipo han estado “recableando” nuestra cabeza, entrenándonos para algunas cosas y atrofiando otras funciones, como la paciencia y la contemplación, pareciera que el argumento sobre la falta de atención se descarta fácilmente: no podríamos decir que el problema es la longitud de una película cuando pasamos la misma cantidad de tiempo en sentadas para consumir series o hasta videos de YouTube o TikTok.

Las formas han cambiado (múltiples pantallas, menos duración, otros códigos y lenguajes y medios de producción), ¿pero nuestra capacidad de atención cambió también? Y si las formas y formatos se transformaron, ¿cómo nos afectó a nosotros?

“Una película, después de todo, está diseñada para ser vista de una vez, sus ritmos y cadencia están al servicio del arco narrativo de un viaje emocional”, dice el periodista Jason Kehe en su artículo titulado “Ya nadie sabe cómo mirar películas”, y plantea que quizá los cinéfilos sepan algo que nosotros no. Y es que tal vez haya una sola forma de ver una película, y sea creer en ella, con inversión de tiempo y con un intercambio personal con el material.

Pero pensar que esta experiencia solo puede darse en una sala de cine quizá sea demasiado limitado o purista. Cuando las posibilidades técnicas pueden igualarse o al menos competir con el entretenimiento en casa, Martin Scorsese y otros directores icónicos señalan el aspecto comunal y social de la experiencia del cine, que se ha perdido para siempre.

Según Scorsese, el problema es la pulsión moderna de agrupar todo bajo el mote de “contenido” y considerar a las franquicias, por ejemplo, a la par del cine de autor. Así podríamos decir que no todo contenido es cine, sino más bien aquellas narrativas artísticas que no están atadas a propiedad intelectual anterior.

Ahora, parece más fácil decirlo que verlo, ya que es misión imposible encontrar entre las películas más taquilleras de los últimos años films que no sean remakes, reboots o parte de alguna franquicia, o sea, historias originales que se sostengan por sí solas sin basarse en propiedad intelectual previamente creada.

ESO QUE VES EN TU PANTALLA

Con el streaming compitiendo con la industria del cine de un lado y con una aparente sequía creativa que nos lleva a ver remakes o historias de comics en loop del otro, una vuelta al cine de larga duración parece estar teniendo su revival, de nicho, pero revival al fin. Desde films aclamados por la crítica y los festivales pero también por el público hasta nominadas al Oscar, como "El lobo de Wall Street", "Drive My Car" y, este año, "Tár", "Sin novedad en el frente", "Avatar" y hasta "Argentina, 1985", parecen anunciar la vuelta de las películas de más de dos horas. O al menos parapetarse en el hecho de que hay historias que requieren cierta longitud y públicos que las quieren ver.

En el libro "Imágenes de imágenes: del cuadro a la pantalla", Fernando Pérez Villalón habla de esta dificultad para ver “de un tirón”, pero también se pregunta por lo mismo que directores y críticos: qué es el cine si vivimos rodeados de pantallas y consumiendo imágenes. “Algunos postulan que no queda nada, que el cine era la alianza del celuloide como soporte con la sala oscura como espacio de contemplación colectiva, y que por tanto con la llegada de lo digital advino un nuevo medio con características diversas al que conocimos como ‘cine’, o incluso una era que anula las diferencias y especificidades propias de cada medio para incorporarlos todos en un meta-medio informático.”

Asimismo, el ensayista y youtuber Thomas Flight lo deja bastante claro: “Tratar a todo como ‘contenido’ divorcia al que mira del creador de ese contenido y lo que tiene para decir”. O, dicho de otro modo, si todo es contenido entonces podríamos decir que todo es cine, y todo no es cine.

POSTCINE O MEJOR CINE

Tanto Villalón como Scorsese y Flight parecen querer decirnos que los cambios en los medios de producción actual y la aceleración de canales y productos alteran la forma creativa en sí misma.

Si la producción artística se rige por los términos del consumo, sea en un trueque por dinero (en forma de suscripción) o por atención (en forma de publicidad), eso condicionará la predisposición creativa. Y, por lo tanto, no sería descabellado pensar que también condiciona la forma en que miramos (¿o deberíamos decir “consumimos”?) ese cine o contenido específico.

No es lo mismo si lo que hay detrás es una compañía que tiene propiedad intelectual atada a merchandising, parques temáticos y cosas que nada tienen que ver con el cine, que si tenemos a un autor o a un estudio respaldando a un autor. Pero más allá de cómo se genera ese contenido, también podemos pensar cómo ha cambiado el rol del espectador: desde alguien participando en una manifestación artística de forma más comprometida con su tiempo y atención hasta un consumidor pasivo al que se le sugieren cosas basadas en predicciones o big data.

Algunos postulan que para contrarrestar esta marea de contenido que propician algoritmos diseñados para consumir antes que apreciar, la clave es la curaduría, lo cual se refleja en el crecimiento de servicios de streaming con otras lógicas, como MUBI o The Criterion Collection. Otros, como el filósofo Chris Horner, proponen consumir más lentamente o hablan de slow art, en donde la apreciación de una obra demanda, justamente, tiempo.

Volviendo al comienzo, para el periodista Jason Kehe es más simple: ver una película no demanda tanto esfuerzo como creemos, es solo que olvidamos la satisfacción de entregarnos completamente a ver algo contemplándolo y solo dejándonos ir.

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