Una década sin el Flaco: el infinito legado de Luis Alberto Spinetta
Pocos músicos defienden su obra como lo hizo Luis Alberto Spinetta. El Flaco siempre presentaba con orgullo lo último que había hecho y dejaba poco espacio para revolver el pasado. Por más que en sus shows era casi una costumbre que alguien le pidiera “Muchacha (ojos de papel)”, él siempre se negó a tocarla. “Mañana es mejor”, respondía en “Cantata de puentes amarillos”, pero él fue un artista fuera de tiempo, que hizo lo que quiso sin importarle las tendencias musicales del momento y mucho menos si era comercialmente viable o no. El universo spinettiano es amplio, tanto que, a poco de cumplirse diez años de su muerte, en su discografía todavía hay mucho por descubrir.
Almendra llamó la atención desde el principio por su poética. El rock nacional estaba en pleno proceso de formación, pero mientras Los Gatos y Manal, que surgieron del mismo circuito bohemio urbano, hicieron una relectura del rock más tradicional, con letras relativamente simples y un sonido más cuadrado, la banda integrada por Spinetta, Rodolfo García, Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari, ajenos a lo que ocurría en reductos como La Cueva y La Perla, crearon una música compleja influenciada por The Beatles, el tango y el folk. Las letras de canciones como “Muchacha (ojos de papel)”, “Laura va” o “Plegaria para un niño dormido” tenían una profundidad inédita y era sorprendente que las hubiera escrito un joven de apenas 20 años. Su clásico álbum debut sentó las bases de todo lo que vino después, pero la aventura duró poco, y luego del éxito masivo sacaron un disco más y se separaron. O, como dijeron ellos en esa época, se multiplicaron.
Tras una breve incursión en la psicodelia con el experimental y caótico Spinettalandia y sus amigos –un disco que hizo deliberadamente difícil de digerir, con Pappo y Miguel Abuelo de invitados–, formó Pescado Rabioso, que sacó el lado más heavy del Flaco. Sus dos LP, Desatormentándonos y Pescado 2, son clases magistrales de virtuosismo inspirados en Led Zeppelin, Black Sabbath y Pappo’s Blues, con toques de rock progresivo. Las ambiciones artísticas de Luis mutaban constantemente, y el tercer trabajo del grupo en realidad fue un disco solista que salió bajo el nombre de Pescado Rabioso por razones contractuales.
Artaud, dedicado al poeta francés, fue una de sus obras más personales e intimistas, inspirado por el contexto político nacional (la vuelta del peronismo al poder tras años de proscripción) y el amor por Patricia Salazar, con quien tuvo a sus cuatro hijos. Es una obra maestra, considerada por muchos el Sgt. Pepper del rock nacional (Rolling Stone lo ubicó en el primer puesto del ranking de los mejores discos de la historia del rock argentino), una verdadera revolución en todo sentido, desde la portada, que con su forma irregular era imposible de acomodar en las bateas, hasta la estructura de las canciones, eminentemente acústicas, pero con arreglos intrincados, incursiones en la música avant-garde y la osadía de samplear a The Beatles.
“El rock, música dura, cambia y se modifica, en un instinto de transformación.” Así cerraba el manifiesto que entregó durante la presentación de Artaud en el teatro Astral. Tal era la naturaleza evolutiva del rock que su siguiente banda fue Invisible, un trío progresivo a la King Crimson con bases complejísimas y arrolladoras, pero a la vez delicadas y armónicas. Fue la síntesis perfecta entre Almendra y Pescado Rabioso. Con la incorporación del guitarrista Tomás Gubitsch, sus influencias jazzeras se acentuaron y con el álbum El jardín de los presentes se acercaron al tango de Astor Piazzolla (con el bandoneonista Rodolfo Mederos como invitado).
Por más que intentara mantener un bajo perfil y el espíritu de creación colectiva, su arte necesitaba libertad. Por eso Invisible se separó cuando estaba en lo más alto y el Flaco inició, por fin, su carrera solista con A 18’ del sol, que abre la puerta a su etapa de jazz-rock. Spinetta reunió a un puñado de virtuosos para emular el jazz fusión de Weather Report y Mahavishnu Orchestra, pero interpretado bajo sus propios términos.
Nuevos tiempos, sus reglas
Él siempre siguió sus instintos, sin importar si coincidían o no con la música que estaba de moda. La única vez que se alineó a los intereses de la industria fue con Only Love Can Sustain, un álbum en inglés que grabó para el mercado estadounidense bajo el auspicio del tenista Guillermo Vilas. El despliegue técnico fue tan grande que diluyó su creatividad y nunca quedó conforme con el resultado, además de haber sido un fiasco comercial. La disquera redujo al compositor a un mero intérprete que debía seguir las pautas del productor, que quiso convertirlo en un cantante de jazz pop del estilo de Gino Vannelli.

La experiencia no fue en vano, ya que rápidamente formó Spinetta Jade, donde retomó la senda de A 18’ del sol pero con melodías más accesibles. El grupo, que cambió de formación en reiteradas ocasiones, fue un proyecto paralelo que duró cinco años. Mientras tanto, Luis volvió a hacer un disco despojado, Kamikaze (que incluyó “Barro tal vez”, una zamba que escribió en su adolescencia), y después se metió de lleno en su período más new wave, donde empezó a utilizar sintetizadores y cajas de ritmo.
A mediados de los 80, tanto con Jade como en solitario, el Flaco se adaptó a los nuevos tiempos, pero, como siempre, él impuso sus reglas. Por más digeribles que sean discos como Mondo di cromo, Privé y Téster de violencia, nunca perdió el interés por los acordes inusuales y la poesía. “Uno tiene que descubrir el texto que está escondido en esa línea melódica, tiene que poder arrimar. Son esas palabras y no otras”, dijo una vez. Charly García y Fito Páez fueron fundamentales en este período de transición.
Con Say No More intentó grabar un álbum, pero el ego de los dos hizo imposible que congeniaran y lo único que dejó su colaboración fue “Rezo por vos”, un clásico indiscutible. La relación con el rosarino, en cambio, fue más fructífera: La, la, la, su disco doble, fue criticado cuando salió, pero el tiempo le dio el lugar que merecía.
Los 90
La década del 90 fue extraña para Spinetta, tanto como lo fue para el país. En 1991 editó Pelusón of Milk, un álbum introspectivo con intervenciones mínimas de su banda grabado en su estudio casero mientras esperaba la llegada de su cuarta hija, Vera. De ahí se desprende su mayor hit como solista, “Seguir viviendo sin tu amor”. Sin embargo, la alegría duró poco. Su matrimonio se desmoronó, él quedó preso del periodismo farandulero por su relación con la modelo Carolina Peleritti y las consecuencias del menemismo empezaron a manifestarse.
Su respuesta fue endurecerse y componer la música más visceral que hizo en su vida. Para esa nueva aventura formó otro power trío, Los Socios del Desierto, que iba a contramano tanto de las nuevas bandas de rock nacional como de las más populares del llamado rock latino. El Flaco volvía al sonido de los 70, más crudo que nunca, y eso lo dejó afuera del radar. Cuando se le presentó la oportunidad de volver a la masividad con un unplugged para MTV, eligió tocar temas inéditos y poco conocidos y dejó afuera sus clásicos. Otra vez, por más que su sello discográfico lo boicoteara, él jugaba su propio juego.

La vuelta al jazz
En los 2000, las grandes leyendas del rock, como Bob Dylan y Paul McCartney, volvieron a sus raíces y grabaron sus mejores trabajos en años. El Flaco no fue la excepción. El siglo XXI lo encontró nuevamente inspirado en el jazz y sacó una seguidilla de discos perfectos, como Silver Sorgo, Para los árboles, Pan y Un mañana. Incluso el material que salió póstumamente, Los amigo y Ya no mires atrás, lo muestra en plena forma, con la sensación de que todavía estaría haciendo música si no hubiera perdido la lucha contra el cáncer.
En aquella última etapa se sentía seguro de sí mismo y en sus shows defendía su nueva música a capa y espada. Una sola vez en toda su carrera accedió a revisitar su historia: el 4 de diciembre de 2009, en el mítico concierto conocido con las Bandas Eternas, reunió a todos los grupos que formó desde fines de los 60 en adelante. Aun en ese recital retrospectivo tocó un tema inédito.
Como dijo Fito, “Luis Alberto es un inventor de una forma que no se parece a nada”. Su música es algo único e incomparable. Si hubiera nacido en Inglaterra o los Estados Unidos, seguramente sería considerado uno de los mejores músicos de la historia, a la altura de Dylan, John Lennon o, por qué no, George Gershwin. Pero Spinetta era bien argentino y lo que dejó en este extremo del mundo fue una transformación sin precedentes: no sólo fue uno de los fundadores del rock nacional, sino que toda su obra constituye un aporte invaluable a la música popular del país. Es por eso que, a diez años de su partida, se lo sigue extrañando.

Créditos
Fotos: Eduardo Martí