Guillermo del Toro y una valiosa incursión en el cine negro, de la mano de 'El Callejón de las almas perdidas'
Conocedor enciclopédico, romántico incurable, melancólico empedernido, realizador audaz y visionario, cinéfilo apasionado. Todas estas distintas facetas de la personalidad de Guillermo del Toro conviven a la hora de llevar adelante El callejón de las almas perdidas, obra que encuentra al mexicano, a sus 57 años, en la era de la madurez y le posibilita exhibir su película visualmente más deslumbrante hasta la fecha.
El responsable de La forma del agua continúa con su irreverencia y su fascinación por el gore, las criaturas extrañas y los marginados. Aquí le agrega una narrativa clásica, deudora del film noir, que le permite evolucionar como cineasta y lo coloca como uno de los mejores directores latinoamericanos de las últimas décadas.
En esta oportunidad, el creador de Cronos adapta Nightmare Alley, novela de 1946 de William Lindsay Gresham. Lo hace junto a su mujer, la historiadora y crítica cinematográfica Kim Morgan. La primera aproximación que Del Toro tuvo al material fue en 1992, cuando recibió el libro de regalo por parte del actor Ron Perlman, que conservaba la utópica ilusión de encarnar al protagonista.

Dashiell Hammett, Raymond Chandler, James Hadley Chase y Donald E. Westlake son algunos de los autores de novela negra, de la literatura pulp fiction, que sirvieron como inspiración para que Guillermo del Toro, por primera vez en su vida, se vuelque por completo hacia el relato policial apartándose del cómic, lo sobrenatural, la fantasía y el terror, géneros en los que habitualmente se encasilla el generador de propuestas tan disímiles como El espinazo del diablo, La cumbre escarlata o El laberinto del fauno.
Filmada en Toronto, El callejón de las almas perdidas transcurre durante la Segunda Guerra Mundial y, fiel al espíritu de su director, podríamos definirla como un monstruo de dos cabezas, dos partes bien divididas y reconocibles, con las que Del Toro busca retratar, tal como confesara ante la prensa, “el ascenso y la caída de un mentiroso”, en clara referencia a los cuatro años en que los Estados Unidos tuvieron que vivir bajo la presidencia de Donald Trump.

En la primera mitad, el gestor de Titanes del Pacífico realiza un homenaje al mundo del circo ambulante, del parque de diversiones, con criaturas herederas de Freaks, de Tod Browning. En este ámbito sórdido y decadente, reminiscente de la serie Carnivale, el protagonista, encarnado por Bradley Cooper, en función de su persistencia, engaños y carisma, aprende los trucos necesarios para embaucar incautos con la magia, el ilusionismo y la prestidigitación.
En una película cuyos puntos fuertes radican en las actuaciones, el guion, el vestuario, la fotografía y el diseño de producción, el relato adquiere su dimensión trágica y fatalista cuando asume el espíritu de la novela negra en un segundo tramo, en que la acción abandona el circo y se traslada a la ciudad.
A partir de allí, el estafador sucumbe ante los encantos de una psiquiatra interpretada por Cate Blanchett, quien en un contexto donde todos los personajes buscan quitarle algo a su semejante, se roba la función como una rubia gélida, de esas que le hacían perder la cabeza a Alfred Hitchcock. El dream team actoral se completa con figuras como Rooney Mara, Toni Collette, Richard Jenkins, Willem Dafoe, Ron Perlman y David Strathairn, entre otros.
El espectador difícilmente pueda olvidar la escena final de Nightmare Alley (título en inglés del film), en la que la cámara se detiene en el rostro de Bradley Cooper, y Del Toro le regala al actor un momento de extraordinario lucimiento, en el que el protagonista de Nace una estrella posiblemente logre el mejor y más auténtico rapto emotivo de su carrera, uno de esos fragmentos interpretativos que permanecen en la memoria, un instante genuino y de gran vulnerabilidad, de lo más memorable que le vimos a Cooper en su trayectoria. Un año inolvidable para el protagonista de El lado luminoso de la vida, que también se muestra en gran forma en Licorice Pizza, de Paul Thomas Anderson.
Entre Anderson y Del Toro hay puntos de contacto, aunque no lo parezca desde una mirada más superficial. Pero resulta asombroso comprobar las similitudes que Nightmare Alley posee con títulos como Magnolia, El hilo fantasma y Petróleo sangriento. Tarea que podría mantener entretenido durante horas a más de un cinéfilo.

Créditos
Fotos: Gentileza Disney