Emmanuel Horvilleur · MIL DÍAS
… pasaron para que el rapero eterno vuelva a su costado más pop y funky. Luego de siete años de Kuryakis al palo, el invierno se interrumpe con Xavier, un disco sensual y caliente atravesado por un viaje a Francia y la reconciliación con una parte de su familia que tenía medio borrada: la del padre.

Julio arrebata al vértigo porteño con un frío de otro tiempo. El viento golpea las casas bajas de Colegiales, penetra árboles flacos, finitos, sin hojas, y empuja a la gente, que, sin piel para mostrar, parece caminar más lento. Camina más lento, deambula, como los caminantes blancos en Game Of Thrones. Es que el invierno llegó hace rato, todo un palo ya lo ve. Sin embargo, las oficinas de Sony parecen vivir otras latitudes: el ritmo, el frenesí, el calor insaciable. La fábrica de música inagotable es su propio mundo, tiene sus propias reglas. Abajo, en la recepción, entra Dante Spinetta, saluda a los empleados y se mete en un ascensor que viaja hasta la última lucecita del tablero. Abel Pintos es más tímido. De jean, suéter negro y gafas, se acerca al mostrador y pide por una persona en voz baja. Nadie es igual arriba del escenario que abajo. Las tarimas ponderan, el llano te vuelve normal.
Piso tres.
Jardinero azul, borcegos color marrón, remera blanca. Bigote fino, obsesivamente desprolijo y el pelo en degradé que sube del uno al tres sin escalas. Emmanuel Horvilleur es siempre vanguardia, empuja los límites del statu quo. Lo hizo hace treinta años en los Illya Kuryaki junto a su amigo incansable, Dante Spinetta, y lo vuelve a hacer ahora. Luego de siete años de Kuryakis al palo, el cantante vuelve a su costado pop, funky y sensual, en un álbum solista que lo encuentra maduro y vital. Marvin Gaye, Prince, Bob Marley: todos juntos en Xavier. Su sexto disco de estudio (que tendrá su presentación oficial el 30 de agosto en Niceto Club) es calor y sexo, además de una reconciliación con una parte de su familia que tenía medio borrada: la del padre. “Xavier es mi segundo nombre, pero está en el pasaporte francés, no en el argentino”, suelta Emma. “En estos últimos años pude meterme un poco con algo que es parte de mi familia paterna, con Francia, una influencia que tenía medio apartada pero que siempre estuvo. Nunca había estado en París, pero fuimos a hacer una gira con Kuryaki y conocí primos, primas, gente que me contó historias de mi abuela. Todo eso empezó a meterse en las canciones de lo que terminaría siendo Xavier.”

– O sea, casi que nace como una terapia.
–En realidad, no. Nace de la necesidad de volver a lo solista después de todos estos años de Kuryaki. No se dio al toque de la separación, sino que estuve un buen tiempo buscando lo que quería dar a conocer y, sobre todo, cómo. En vez de meterme en un estudio y salir con un disco apurado, a los dos o tres meses del distanciamiento, tuve intenciones de ir viviendo las canciones, de ir sintiéndolas y a la vez armar la banda para empezar a tocar. Volver de lleno con los temas de mis discos anteriores y retroalimentar toda esa experiencia para que saliera algo real.
–Más allá del nombre del disco, ¿funcionó como un alter ego, un mecanismo de defensa casi automático que surgió para dejar atrás al Emmanuel de los IKV?
–Sí, puede que sí. Me pasa que me entrego de lleno a lo que esté haciendo en ese momento, y lo de los IKV fue muy fuerte. Toda mi energía estaba puesta ahí, no había lugar ni tiempo para otra cosa. Yo funciono así y me cuesta estar haciendo algo pensando en otra cosa o en eso que podría llegar a pasar. Pero obvio que en el mientras tanto estaban pasando cosas y venían hacia mí. Los viajes, las influencias, Francia y el final de los Kuryaki, que no es algo menor. La adrenalina de banda grande, de lugares grandes para tocar, de premios y giras se corre a un lado, y volver a ser vos cuesta, con toda tu vulnerabilidad y sensibilidad.
–¿Qué elementos hay de tu padre biológico en Xavier?
–No sé si puntualmente hay algo de ese encuentro, pero sí en haberme abierto a lugares íntimos donde antes no podía entrar, ya sea por miedo o incertidumbre. Y ese tipo de decisiones de mandarse, de manera casi inconsciente, a afrontar esas situaciones lo fortalecen a uno; les quitan el peso a los problemas. Es un disco que tiene esa influencia francesa desde el título, desde algunas canciones, mismo de haber estado escribiendo desde ahí. Pero, a su vez, es un disco re argento, de un argentino que vive en la Argentina. Esos viajes, esas escapadas, sirven para revalidar tu yo. Todo eso está en el disco: el Emmanuel músico en canciones como “Escenario”, donde analizo esa faceta mía, la ruta, la lejanía de casa, los faros que aparecen, que podrían ser Gustavo Cerati, Spinetta. “Mil días”, que también era un posible título del disco, fue el tiempo que necesité para armar este trabajo y coincide un poco con la separación de los Kuryaki. Puse la cabeza al servicio de lo que iba a venir.

–... y de lo que está pasando. En “Welcome” planteás: “Lastiman, matan y violan a la mujer”, una línea que conecta con un contexto de empoderamiento femenino.
–“En vez de ir a la guerra contra sus propias mierdas”, empieza esa estrofa. Quiero decir, en lugar de hacerse cargo de esos tormentos, el hombre vuelca todo contra su mujer y la agrede. Más allá de eso, que es una cuestión innegable, otras cosas se fueron colando en las canciones. El disco habla mucho de la inclusión, de saber a quién tenés al lado, de la sociedad argentina. Hasta te diría que es mucho más humanitario que otra cosa. “Porque hay, en el aire, muchas ganas de pelear, pocas ganas de entendernos”, digo en “En el aire”.
–Desde la música hay también un mensaje. Volvés a tu estética, a tu estilo, ese que justamente no es uno solo sino el de muchos.
–Un estilo que comprende muchas cosas diferentes. Puntualmente, en Xavier dejé entrar ciertas cosas de la influencia de estos siete años de Kuryaki. Hay canciones en donde no me pareció mal recrear algunos sonidos que en otro momento hice, que ya son parte de mi armamento. “Mil días”, por ejemplo, podría verse emparentada tranquilamente con ciertas cosas de “Llamame” o “Amor loco”, canciones bien Emmanuel Horvilleur. No todo tenía que ser un sonido nuevo.
–Formaste parte de la última edición del Festival Nueva Generación en Córdoba, un evento que promueve el presente y, sobre todo, el futuro de la música argentina. ¿Sentís que sos una influencia, una inspiración para la nueva generación?
–Me siento un par más grande. Que me tomen como una influencia, tal como alguna gente me lo expresó, me parece bien, me halaga. Cada uno en un escenario es joven o no según la música que haga o cómo encare la cosa. Soy un músico que intenta mezclar la música y sacar un producto personal, con voz propia. Desde ya que no soy de la “nueva generación”, hace años que no lo soy, pero si toco en ese festival debe de ser por los guiños o mimos que recibo por parte de colegas que se han visto influenciados por mi música.

–A veces da la impresión de que, para la música, es mucho más fácil ser joven ahora que hace treinta años, cuando empezaron con Dante y los IKV. El camino parece más accesible, menos institucionalizado. La posta ahora la tienen los pibes.
–Sí, totalmente. Antes, quizás, para llegar había que tener una carrera de diez años, un background en el under; un posgrado de vida, en definitiva. Hoy hay bandas que son muy buenas que pueden estar en su propio tiempo. Los que mandan son los pibes, aunque no haya edad en la música. Igual hay gente grande que está más joven que nunca. Paul McCartney, por ejemplo, me hizo llorar en el show en La Plata. Es el espíritu, la búsqueda eterna, el inconformismo y la rebeldía lo que dicta la juventud, no el documento.
–Si bien con los Kuryaki plantaron bandera en la música urbana desde los comienzos, la nueva escena reivindica ciertos aspectos y copa la agenda. ¿Cómo te llevás con el trap, el reggaetón y el indie mendocino?
–Me llevo bien. Por supuesto que hay cosas que me gustan y cosas que no. A veces siento que a muchas cosas nuevas les falta un poco de personalidad, se parecen mucho entre sí. La novedad dura cada vez menos. Pero de pronto, cuando aparece alguien como Ca7riel o Paco Amoroso, que son pibes que vienen de otro palo, que tocan la guitarra sarpado y tienen otro background, me copa más todavía. A mí me gusta la música que pueda contener otras cosas, que no se circunscriba solamente a un ritmo puntual. Me gusta cuando la cosa es más mestiza, los híbridos, los experimentos. Esa inconciencia, esa desfachatez que los Kuryaki teníamos con todo.
–En agosto se cumplen veinte años de Leche, quizás el disco definitivo de los IKV. ¿Cuáles son las sensaciones?
–¡Wow, veinte años! Un disco clave para nosotros, sobre todo por cómo fue concebido. Quisimos hacer un disco de funk y, bueno, tuvimos la posibilidad de grabar con músicos como Bootsy Collins, bajista de James Brown, de ir a su casa, de estar ahí como si fuéramos testigos de la vida de músicos afroamericanos terribles, números uno. Estuvimos también en Mineápolis grabando con el arreglador de vientos de Prince. Todo eso para nosotros era un sueño hecho realidad. “Coolo”, “Jennifer del Estero”, canciones que ya son parte no sólo del cancionero popular sino de toda América latina.
–¿Cómo te preparás para la presentación oficial de Xavier, el 30 de agosto en Niceto Club?
–Venimos de tocar en Rosario, Córdoba, Villa María, tres shows increíbles. Así que estoy tranquilo, con una banda de músicos buenísimos. Disfrutamos del vivo, que sigue siendo bien real, sin pose. El otro día viajábamos en micro y veía cargar los teclados, el bajo, la batería, los equipos de guitarra, y pensaba: “¡Qué groso, loco!”. Hoy hay pibes que se presentan con una compu y ya. Quizás eso sea lo que me diferencia de la nueva generación, ir por las provincias en plan de gira tradicional, pateando la ruta, la noche, entre instrumentos y mil anécdotas. Es muy loco, todavía lo disfruto como la primera vez.
“El disco habla de la inclusión, de saber a quién tenés al lado, de la sociedad argentina en particular. ‘Porque hay, en el aire, muchas ganas de pelear, pocas ganas de entendernos’.”