Lionel Scaloni: la historia del hombre que volvió a encender el fuego sagrado de la Selección argentina
A un día de enfrentar a Australia por los octavos de final de la Copa del Mundo, repasamos la vida del director técnico que llevó a Lionel Messi a consagrarse campeón de América en 2021 y asumió con templanza el mote de “Leónidas de Pujato”. La ilusión de la gloria, en la visión de un héroe distinto.
Nunca había pasado que Argentina y Brasil, los dos grandes cucos sudamericanos, se enfrentaran en el Estadio Maracaná, en Brasil, en una final continental. Para ese momento, después de la goleada 3 a 0 ante Ecuador y tras el envión anímico que significó vencer 3 a 2 por penales a los colombianos, la Scaloneta, esa entelequia gestada entre la esperanza futbolística, el aguante a los jugadores nacionales y la tirria al periodismo tóxico, ya se ungía en el imaginario criollo. “Que de la mano…”
Sin embargo, el 1 a 0 ante Brasil, ese 1 a 0, la victoria albiceleste que nos consagró campeones de América después de 28 años, significó la canonización de Lionel Sebastián Scaloni, el DT de la Selección. Los memoriosos saben bien que, unos días antes, el conductor televisivo y showman total Alejandro Fantino le había entregado a Scaloni un casco y una espada espartana.
En televisión, ante la mirada de todos, se habían prometido darlo todo. Tras una perorata emocional, lo hizo jurar y lo bautizó como “el Leónidas de Pujato”. Incluso, algunos fundamentalistas de las teorías cósmicas dicen que “ahí” pasó algo a nivel espiritual.
Volvamos a la pitada final, al 10 de julio de 2021. Lionel Messi, ya sin sangre en sus ojos y con el corazón entre sus dedos, va derecho a levantarlo. Scaloni, de estricto jogging, recibe el abrazo y Leo se lo sube a upa: algo se resuelve en el inconsciente colectivo. Somos campeones otra vez. “Que de la mano de Scaloneta, todos la vuelta vamos a dar”, le cantaron sus jugadores. Y él, con la copa todavía caliente, cultivando el perfil bajo, casi que no se hace cargo de su gesta. Leónidas apenas había cumplido con su promesa: darlo todo y obtener algo más que todo.

La siguiente escena lo pone ante Italia, en la Finalissima, donde se enfrentaron el último campeón europeo con el reciente americano. Argentina, la Selección de los Lioneles, ganó 3 a 0. Fue un paseo, digamos. La incómoda e inevitable chapa de “candidato” empezó a flotar.
Llegaron otros amistosos que Argentina superó con soltura y, mientras tanto, la cocción lenta de un relato –de un sentimiento– que anida en la sobriedad, en el trabajo, en el conocimiento y en otras cualidades que, a contrapelo de estos tiempos urgentes, líquidos e histéricos, llaman la atención.
SCALONI, EL JUGADOR
Rewind. Su biografía dirá que Scaloni nació en Pujato, un pequeño pueblito de Santa Fe con menos de 4.000 habitantes emplazado a unos 40 kilómetros de Rosario. Que él y su hermano Mauro jugaban en el Club Deportivo Matienzo y que Newell’s fue el club donde debutó profesionalmente. Que apenas unos doce partidos después, recaló en Estudiantes de La Plata, que se convirtió en uno de los Pekerman Boys (trayendo a casa el recordado Mundial Sub-20 de Malasia 1997, junto a Walter Samuel y Pablo Aimar, hoy sus ayudantes en el cuerpo técnico del Seleccionado) y que, un año después, le llegaría una larga estadía por el Viejo Continente.
A la sazón, el Real Club Deportivo La Coruña, el Dépor, se convirtió en uno de los clubes más importantes de su carrera, donde disputó unos 301 partidos y ganó el campeonato de Liga, una Copa del Rey, dos Supercopas de España y llegó hasta instancias de semifinales de la Champions League de 2004. “Me gané el respeto, fui muy de joven y hemos ganado muchas cosas… en un club como La Coruña, que era un club mediano”, le dijo a Fantino en "Mar de fondo", en 2005.

Con la Selección argentina, Scaloni debutó el 30 de abril de 2003 en un partido amistoso versus Libia. Pero no la tuvo fácil ya que, para seguir en la Selección, tenía que irse del Dépor. Es que el español Joaquín Caparrós, su técnico en aquel entonces, no lo tenía en demasiada consideración, y José Pekerman, DT argentino, necesitaba un lateral derecho que mantuviera continuidad en su club. Aun así, sin tanto ritmo, formó parte del plantel de la Copa del Mundo de Alemania 2006.
Pero la cosa no daba para más. Scaloni, hombre de personalidad, de pierna fuerte y templada, necesitaba jugar y, ante la negativa de Caparrós, armó sus maletas y viajó hasta Inglaterra, donde recaló en el West Ham United.
Enseguida, volvió a España para vestir los colores del Racing de Santander. Luego vendría la Lazio italiana, un préstamo en Mallorca y unos últimos años jugando para Atalanta. “Se notaba que ya quería ser técnico”, le dijo Alejandro “Papu” Gómez, delantero de la Scaloneta y ex compañero de Scaloni en Atalanta, al youtuber Giaco en el recomendadísimo documental "Scaloni. El inexperto".
SCALONI, EL TÉCNICO
A sus 36 años, después de colgar los botines, Lionel Scaloni cursó el UEFA PRO en la Real Federación Española de Fútbol, el máximo título posible a nivel dirección técnica.
"¿Tendría que haber traído el título?", le dijo a un periodista doméstico en 2019 cuestionado por lo sorpresivo de su designación en la Mayor. Es que Scaloni, hasta ese momento, solo tenía la experiencia de haber acompañado a un pequeño equipo juvenil de Mallorca y de haber formado parte del team de Jorge Sampaoli en Sevilla y, más tarde, de la fallida (olvidable) experiencia de Rusia 2018.

Mediando en el conflicto entre los jugadores y el cuerpo técnico de la Selección, más sus años de tipo fiable y con la estampa de referente futbolístico, Scaloni subió en la consideración del grupo de jugadores y desde AFA le ofrecieron una especie de interinato: dirigir el sub-20 de la Alcudia de 2018 junto a Pablo Aimar. Finalmente, Sampaoli dejó la Selección y Scaloni se llevó el torneo.
¿Y ahora? A la Mayor, directamente. Que no estaba a la altura de la situación, que no era serio, que iba a ser una pérdida de tiempo, que no era profesional, que no era un técnico de fiar, que la Selección merecía un nombre de mayor envergadura.
Corte B, rápido: Leo Messi cae sobre el verde césped porque, ahora sí, después de tres derrotas consecutivas en finales, es campeón con la celeste y blanca. En menos de tres años, Scaloni sacó campeón dos veces a la Selección Argentina, hizo una Eliminatoria impecable y rompió un récord insólito en toda la historia con unos… ¡36 partidos invictos! Clavó unos seis más que la Selección de Alfio Basile, entre 1991 y 1993, y quedó a uno del récord internacional de Italia, entre 2018 y 2021, con 37.
Scaloni logró una identificación con la Selección argentina como hacía mucho tiempo no ocurría. Sin declaraciones estridentes, con la paulatina consolidación de un equipo (un equipo lógico, que le hace justicia a las posibilidades argentinas, que entroniza la idea de lo colectivo, que es nivelado, que es ofensivo, que es, en suma, el mejor equipo posible), con la confianza de algunos históricos como Leo, Ángel Di María y Nicolás Otamendi, con el ojo fino como para apostar y consolidar a nuevos pupilos como Julián Álvarez, Enzo Fernández, Dibu Martínez y Cuti Romero, con los empates y con las victorias, con el hecho –maravilloso y también justo– de desconocer profundamente la dirección de la calle “derrota”. El Leónidas de Pujato fue meme, se erigió como eso que los pibes llaman “basado” (un indestructible, bah) y llegó al Mundial con la ilusión a flor de piel.

Hace apenas un par de semanas arrancó la Copa del Mundo de Qatar 2022, y su Selección, la Scaloneta, provoca que los 47 millones de argentinos froten sus manos. Y estamos delante de la mayor cuota de racionalidad posible: nunca tanta gente junta quiso antes ver campeón mundial a Lionel Messi.
Por eso, de pronto, si el Mundial es la mejor época de nuestras vidas, no hay nada mejor que el comando de esa nave llena de ilusión, alegría, nervios, manija, misticismo y espiritualidad sea llevado por un tipo que vive consciente de su lugar en el tiempo y en el espacio: “Soy técnico de un grupo de jugadores y nada más que eso”, dijo, cultor de la discreción, en el especial "En primera persona" que preparó la plataforma Star+.
“La gente tiene que saber que no la vamos a dejar tirada, que vamos a competir todos los partidos a muerte”, señaló en CNN Radio. El Mundial es, también, la máxima garantía de fe y una especie de vacaciones de lo ordinario, de lo terrenal, de lo cotidiano.
Mientras tanto, en línea con lo inusual, Lionel Sebastián Scaloni ya firmó su continuidad para instancias posteriores a Qatar: se destaca la previsibilidad, se valora el largo aliento y, ¡por fin!, se habla de un plan. En ese sentido, curiosamente, la influencia más grande de la gestión de Scaloni no se yergue sobre la fe, sino sobre los resultados: el hecho pragmático, la existencia de la razón. Por eso, hoy, acá, en esta competencia impía, que pase lo que tenga que pasar.
