70 años de Vilas: historia de un guerrero que habitó mil mundos y profundizó su faceta artística
Por Pablo Amalfitano
Los imposibles lo motivaron durante toda su vida. La tenacidad, el sacrificio, las horas de empeño. La pasión. Todas esas características bien suyas, aquellos rasgos de un guerrero dispuesto a todo para alcanzar la meta, cobraron exposición en cada elección de su existencia. Sucedió con el tenis, el deporte que lo llevó a convertirse en un embajador y, por sobre todas las cosas, en una celebridad. El Campeonato de Maestros de Melbourne, en 1974, lo catapultó a la fama y le permitió saborear una conquista irrepetible: le arrancó un deporte a la elite y lo hizo accesible para la gente.
“Lo importante es hacer lo que uno siente; el fracaso depende de las aspiraciones”, supo decir Guillermo Vilas en vísperas de uno de los tantos desafíos artísticos que afrontó durante toda su vida, tan inabarcable como nutritiva. Decir que fue el hombre que popularizó el tenis en la Argentina implica apenas mencionar una diminuta faceta suya. Ganó Roland Garros. Ganó el US Open en Forest Hills. Ganó el Masters. Ganó dos veces el Abierto de Australia. Coleccionó 62 trofeos del circuito. Su recorrido, sin embargo, excede los límites de la cancha de tenis: habitó mil mundos y en cada uno de ellos se propuso reivindicar el arte. Porque Vilas es un artista.

“Apenas conocí a Guillermo advertí su profunda curiosidad. La postura que tuvo con el tenis la tuvo después para la literatura y para la música. Anotaba todo. Siempre fue metódico. En el tenis triunfó, era un tipo con mucha información y horas de dedicación. Iba a un lugar y se compraba 30 libros de poesía; también tenía una de las colecciones de guitarras más grandes de la historia. Fue un tipo muy particular”, cuenta Tito Vázquez, que se vinculó con Vilas hacia fines de los años 60, después de pasar siete años en California en plena era del renacimiento intelectual, un movimiento que abarcó desde la literatura hasta el rock and roll.
Nacido el 17 de agosto de 1952 y formado en el Club Náutico Mar del Plata, Vilas se sintió identificado desde muy joven con la película Easy Rider (1969), un film de culto en el que dos aventureros recorren los Estados Unidos en moto y en plena cultura hippie incipiente. El zurdo (en aquel momento, un joven estudiante de Derecho) tomó una determinación: “Salí del cine y me decidí: iba a probar como tenista profesional”.
Vilas emana inteligencia. Tiene atracción, desde siempre, por tres grandes rubros del mundo del arte: la música, la poesía y el cine. La imagen que construyó, en una etapa de la humanidad en la que todo cambiaba, tuvo una profunda relación con el rock.
WILLY ON THE ROCK
“Guillermo era un fanático del rock. Escuchaba mucho a los Rolling Stones, a Lou Reed, a David Bowie. Tenía más de cincuenta guitarras eléctricas. Hay un luthier argentino que vive en los Estados Unidos, Rudy Pensa, que le hizo varias guitarras, como la que tiene con la bandera argentina. Un día fuimos a su local, en Nueva York, y vino Mark Knopfler. Hablaron mucho tiempo, y al otro día fuimos a jugar al tenis con Knopfler a la casa que tenía Guillermo en Long Island”, rememora Ariel Ruiz, el último coach de Vilas.
El guitarrista de Dire Straits conectó rápido con Vilas, a quien tenía de ídolo y por quien utilizaba vincha. Lo mismo sucedió con Lars Ulrich, el baterista de Metallica, hijo del tenista danés Torben Ulrich, a quien cuidaba cuando su padre jugaba. “La imagen de Guillermo era la del tipo con otras implicancias, como la de un hippie, con la vincha y el pelo largo. Fue el primero que aprovechó el impulso de esa época. Ulrich era lo mismo: crítico de jazz, un poco budista, y por eso Guillermo lo copió en ciertos divagues intelectuales”, recuerda Vázquez.
La relación más intensa fue la que mantuvo con Luis Alberto Spinetta, cuyo hijo Dante es su ahijado. Lo conoció a través de un amigo de Vázquez llamado Mike Marcus, que había coincidido con el ex capitán de Copa Davis en la Universidad de California y quería hacer un documental sobre su vida. La amistad fue tan estrecha que Vilas gestionó una grabación en los estudios de la CBS en los Estados Unidos para que Spinetta editara su único álbum en inglés: Only Love Can Sustain. El disco, que contenía un tema compuesto por Vilas (“Children of the Bells”), resultó ser un fracaso. Vázquez lo narró con detalles: “Guillermo, por su ego, le exigía al Flaco que cantara sus canciones. Spinetta aceptó cantar una, pero él quería más. Era un tipo muy ególatra”.

LA SORPRESA HOUSE
El sólido bagaje rockero que arrastraba no alcanzó para evitar el asombro. A principios de los 90 se aventuró en un estilo de moda en las discotecas porteñas: el techno. En 1990 lanzó su propio álbum, Mil nueve noventa. El lanzamiento fue en la disco top de ese momento, New York City, donde cantó tres canciones, incluido “Tú eres para mí”, el corte principal del álbum.
“Guillermo tenía un background de rock y su referencia local era la conocida amistad que tenía con el Flaco Spinetta. Me desorientó mucho aquel corrimiento”, explica César Litvak, quien cubrió el debut musical de Vilas en mayo de 1990 para la revista El Gráfico. Vilas cantaba y Michelle Tomaszewski, su novia de entonces, hacía los coros. “Fue bizarro. Esperábamos a un Vilas rockero, pero el que apareció fue un Vilas absolutamente techno, con un sonido divergente. Hacía una mezcla de playback y vivo, cosa que le permitía, como cantante novato, estar más apañado”, agrega el periodista.
Dos años más tarde se retiró de la música electrónica y formó la banda Dr. Silva, denominada de ese modo por un anagrama de su propio apellido. Al poco tiempo formó otra banda con un llamativo nombre: Vilas y los Björn Borg, un grupo del que no existe registro alguno. Con Dr. Silva, el único emprendimiento musical que tuvo que ver con el rock, Vilas cantó en Ritmo de la noche, el programa de Marcelo Tinelli, en 1992. Aquella vez lo hizo con la desnudez del vivo y sin temas pregrabados.

EL POETA
El tenista argentino más destacado de todas las épocas es amante de la lectura, de la poesía, de la escritura. Es fanático del pensador indio Jiddu Krishnamurti, de quien presenció una primera charla que le cambió la vida. Lo conoció en Suiza, en 1974. El hombre de la potente zurda decía que Krishnamurti profundizaba sobre la vida, la muerte, el miedo.
El impulso acaso lo llevaría a editar, en 1975 y con solo 23 años, su primer libro de poesía: Veinticinco. “Me leo. Me releo. A veces me gusto. A veces no”, decía. En 1981 publicó su segunda obra, Cosecha de cuatro (Galerna), con un dibujo del reconocido artista plástico Pérez Celis. El prólogo lo escribió nada menos que Spinetta.
La relación más intensa fue la que mantuvo con Luis Alberto Spinetta, cuyo hijo Dante es su ahijado. La amistad fue tan estrecha que Vilas gestionó una grabación en los estudios de la CBS en los Estados Unidos para que el Flaco editara su único álbum en inglés: Only Love Can Sustain.
“Yo diría que estas poesías tienen la enorme verdad de un guerrero de la derrota y del triunfo, a quien celebro más apto para la discusión de la autenticidad que aquellos que se han reencontrado innumerables veces con su poeta de turno”, relata el Flaco en un pasaje del prólogo. Un extracto de “Quiero escapar de ti”, uno de los poemas de Cosecha de cuatro, dice: “Quiero escapar de ti/ que te creés roquero porque andas en jeans/ que sos bohemio por moda, por piola, por chic/ y que te creés hippie porque vas a Tahití”. Cinco años antes, en 1976, había lanzado Guillermo Vilas. Quién soy y cómo juego, editado por El Gráfico, en el que detallaba su propio estilo para jugar.

EL TÍTULO EN WIMBLEDON
Como si todas aquellas vidas fueran pocas, el poeta también quedó inmortalizado como actor de cine: en el film Players, de 1979, actuó de sí mismo y se consagró campeón de Wimbledon. La película fue dirigida por el británico Anthony Harvey y contiene una escena de Wimbledon 1978 grabada antes del inicio de la final femenina entre Martina Navratilova y Chris Evert.
El protagonista principal, quien perdería la final de Wimbledon ante Vilas, fue Dean Paul Martin, el hijo del ex tenista Dean Martin. La trama es particular: un tenista llamado Chris Christensen, entrenado por el mítico Pancho Gonzales, avanza a paso firme hacia la final de Wimbledon después de dejar en el camino a Ilie Nastase, John McEnroe y Vitas Gerulaitis. En la definición, no puede con Vilas.
Decir que popularizó el tenis en la Argentina implica apenas mencionar una diminuta faceta suya. Ganó Roland Garros. Ganó el US Open. Ganó el Masters. Ganó dos veces el Abierto de Australia. Coleccionó 62 trofeos del circuito. Su recorrido, sin embargo, excede los límites de la cancha: habitó mil mundos y en cada uno de ellos se propuso reivindicar el arte.
Años después, en el programa 7up y los ídolos, Vilas contó que en 1976 fue a ver a una bruja porque no podía ganar torneos de Grand Slam. Ella le dijo: “Vas a ganar todos los torneos de Grand Slam menos uno, Wimbledon, pero veo algo extraño en Wimbledon”. Extraña resultó la escena de ficción en la que Vilas celebró en el único Grand Slam que no pudo ganar en la vida real, aunque queda pequeña frente a las mil vidas que eligió protagonizar el más grande tenista que surgiera en territorio argentino, el artista que jamás esquivó los imposibles.

Fotos: Hernán Cristiano