Cala Zavaleta: No soy de aquí ni soy de allá
Pareciera que a Cala Zavaleta el mundo le quedó chico y necesitó expandirse. Hace dos años que está instalada en Madrid. Fiel a su espíritu aventurero, se encuentra en una búsqueda permanente de aquello que le da sentido a su existencia. Una de sus grandes pasiones, sin duda, es la actuación, por eso la disecciona, tratando de comprender qué es lo que más le atrae de ese arte. “A veces, con la actuación pensamos que tenemos que mostrar lo que está bueno, y por ahí es mucho más interesante mostrar nuestras miserias, nuestros miedos, nuestras inseguridades, porque son reales y la gente se siente identificada, todos estamos atravesados por lo mismo”, reflexiona.
Junto con su socia y amiga Alba Ribas crearon Parda Objetos, una marca que confecciona muebles de diseño artesanal, en la que Buenos Aires y Barcelona se juntan en Madrid para confluir en una explosión de arte. Buscadora incansable, Cala no da por sentado nada y no tiene miedo a hacerse preguntas, inspeccionarse, descubrir quién es y quién quiere ser, por eso confiesa: “Cuando me pierdo un poco y me pregunto por dónde es la cosa, si me voy a vivir al medio de la montaña, al campo o qué, siento que lo que más me vibra internamente es seguir haciendo arte; es algo a lo que no le puedo escapar y quiero estar en consonancia con eso”.

–¿Cómo fue tu llegada a España?
–Cuando llegué a Madrid, lo primero que hice fue ponerme a buscar laburo de algo. La verdad es que no quería gastarme mis ahorros, y la vida europea parece fácil pero no lo es, o sea, tengo el pasaporte español, que eso obviamente facilita mucho las cosas, pero nada es ideal. Me puse a trabajar en un café, ya había conseguido representante y quería que me saliera algo que fuera de argentina y no con acento español, porque no hay nada más raro que un argentino hablando como español y viceversa. Uno cree que lo está haciendo bien, y nada más alejado; es muy difícil que suene natural. A mí eso me cuesta mucho. Igual hay gente que lo logra y la admiro un montón. Hice muchos castings hasta que me llegó la audición para la serie El tiempo que te doy. La hice por Zoom, me llamaron para un callback y quedé.
–¿Cómo fue la experiencia de filmar El tiempo que te doy para Netflix allá en Madrid?
–La verdad es que fue maravillosa. No creo en las casualidades, se dio todo de una manera bastante especial. Quedé en el proyecto, fue un rodaje divino, todo estaba en armonía. El equipo era un amor, había una energía muy linda, que no es fácil de encontrar en los rodajes. Se dedicaban a dirigirte, a darte el tiempo que necesitabas para desarrollar tu personaje. También hubo muchos movimientos internos míos pospandemia, que me hicieron estar más liviana. Estaba concentrada en el hecho de estar en sintonía con lo que yo quería y que los laburos que aparecían tuvieran que ver con eso: una directora mujer, algo autobiográfico, un equipo ameno.
–Es un formato intenso por momentos, aunque condensado en diez minutos.
–Sí, es intenso. Con Juan [Grandinetti], mi pareja, la vimos toda de un tirón, y cuando la terminamos nos miramos, nos abrazamos y nos largamos a llorar, como diciendo: “No nos separemos, que no nos pase eso” (risas). Yo insisto mucho en que hay una clave en estos proyectos reales que los hacen las actrices, que son escritoras, productoras y dirigen. Estoy muy fanática, viendo muchas series que están en esa línea, porque me parece lo más genuino. Son historias que salen de experiencias reales de la vida; para mí eso es lo que está bueno hoy, tanto para consumir como para hacer.

–¿No te dan ganas de hacer algo con tus propias historias?
–La verdad es que sí, todo el tiempo lo tengo presente, pero también te confieso que me da miedo, como una especie de vértigo. Yo escribo un montón, de hecho, ahora en marzo me voy a la Argentina a presentar un libro que hice en homenaje a mi madre, que falleció hace ya seis años. Ella pintaba. Junto con India Ediciones armamos un libro. Hay cartas de mi mamá y réplicas de sus cuadros. Ahí me animé a escribir por primera vez, algo que no tenía en mis planes.
–¿Sentís que esto del libro es algo relacionado con una sanación personal también?
–Sí, cien por ciento. El proceso del libro fue y es algo muy especial. A veces me cuesta ponerlo en un plano laboral. A través del libro sané y sigo sanando un montón de cuestiones propias del duelo con mi madre, de extrañarla todos los días, de necesitarla y no tenerla, y este proceso fue, realmente, como ir lamiéndome las heridas de a poco. Hubo un momento en que no podía hacer otra cosa, no podía actuar, hacer un casting, nada. Por muchos años estuve bastante guardada y para adentro porque estaba haciendo un duelo y no tenía energía para mostrarme. En el mundo de hoy, atravesar la muerte de un ser querido, estar triste o deprimida es difícil, ¿viste? Es como que el afuera te lleva todo el tiempo a un lugar de bienestar medio ficticio.
–¿Cuál es el título del libro?
–Alicia Goñi. Un libro de artista. Sé que, a partir de presentarlo, se viene otra etapa, que es hacer algo audiovisual con eso, no sé si será un corto, una peli, una serie quizás… me iré dando cuenta a medida que suceda. Las réplicas de mi mamá están numeradas y firmadas por mí. Cada libro que yo entrego lo dedico, conozca o no a la persona. El otro día estaba dedicándole uno a una amiga y me puse a leer las cartas por vez número mil, y hay unos mensajes a nivel vida muy increíbles. Más allá de que sea mi madre, era una mujer muy especial, y me largué a llorar, todo se resignifica todo el tiempo, más ahora que estuve con covid (risas).
–¿Cómo surge Parda?
–Mi socia es Alba, una amiga y gran actriz catalana. Nos juntamos a tomar un café y empezamos a hablar de lo difícil que es la profesión, con esta cuestión bastante dura que es la espera: esperar que te llamen, que te aprueben en un casting. Estábamos un poco cansadas de esa situación y decidimos ponernos manos a la obra con un proyecto de hacer muebles y objetos para las casas. Alba me mostró una idea de algo similar con azulejos que ya existía en Dinamarca y me copó. Así arrancamos, compramos materiales, nos pusimos a probar cosas en casa y a crear. Me di cuenta de que necesitaba salir un poco del mundo de las ideas y bajar a tierra las cosas, poniendo el cuerpo.

–Están teniendo una gran repercusión en muy poco tiempo. ¿Se encargan de todo ustedes o delegan algunas cosas?
–Todo nosotras. Cada pieza la hacemos de principio a fin. Ahora estamos trabajando con una amiga en toda la parte de comunicación y redes, porque necesitábamos un poco de ayuda. Por ahora la idea es seguir haciéndolo nosotras, me parece que es algo bastante romántico y nos gusta, porque es un poco la identidad de la marca. Nos da independencia, somos muy dueñas de nuestro tiempo. Estamos superplantadas, la verdad. Nos está pasando que mucha gente ve una pieza nuestra y dice: “Ah, esto es un Parda”, y está buenísimo, porque es algo muy orgánico.
Mientras conversábamos por videollamada, detrás de escena se ve que llega Juan Grandinetti al hogar con un gran ramo de flores. Saluda muy cordialmente y se disculpa por interrumpir; dice que sigamos tranquilas, que él se va a poner a cocinar.
–Qué amor, no los quiero interrumpir yo a ustedes.
–Es un sol mi compañero, me trae flores porque sabe que me dan alegría.
–Para cerrar, ¿qué te gustaría hacer ahora?
–La verdad es que me gustaría empezar a ir y venir un poco más. Estos dos años estuve muy plantada, un poco por el covid, otro poco por necesitar asentarme acá, pero ya estoy queriendo irme un poco para la Argentina. Estoy haciendo muchos castings, si sale algo allá de tele o cine, yo feliz, y si no, me quiero poner a hacer teatro, eso lo tengo clarísimo. Armarlo allá y traerlo, porque las cosas nuestras funcionan muy bien acá. La verdad, tomando distancia de Buenos Aires, te das cuenta de que tenemos un nivel de cultura y de teatro espectacular.