Viaje al interior de Fiona Apple
Luego de estar ocho años recluida en su casa grabando su nuevo álbum, la cantante estadounidense decidió sacarlo en medio de la pandemia. Una obra maestra que captó como ninguna los efectos del confinamiento y se convirtió en uno de los mejores discos de 2020.
Fiona Apple se toma su tiempo para grabar sus discos. Como una alfarera, moldea sus canciones hasta el último detalle para lograr la forma adecuada, aquella que le sirve para depositar sus pensamientos y sensaciones, sus observaciones y sentimientos. Desde que salió su debut, Tidal, en 1996, sólo editó cinco álbumes. Fetch the Bolt Cutters es su primer trabajo en ocho años, una obra maestra inclasificable y osada que grabó prácticamente recluida en su casa y que gracias a que salió a la luz deliberadamente en medio de la pandemia se convirtió en la banda sonora de la cuarentena global y en uno de los discos del año.
A mediados de los 90, Apple era, junto con Alanis Morissette, una de las máximas referentes de una nueva camada de cantantes de pop-rock alternativo. Su hit “Criminal” sonaba en todos lados y le valió un premio MTV en la categoría de Mejor Artista Nuevo. Sin embargo, cuando subió a recibirlo, su discurso se centró en despotricar contra la industria discográfica y el jet set. Su frase “esto es una mierda” quedó como uno de los acontecimientos más disruptivos en la historia del canal de música. “Decidí que si iba a ser explotada, me explotaría yo misma”, dijo poco tiempo después. A partir de allí, se posicionó como una outsider que jugó sus propias reglas, priorizando su arte por sobre cualquier concesión comercial. Así, durante seis años ostentó el récord Guinness por el título de álbum más largo del mundo, que con 89 palabras se lo conoce por su nombre abreviado, When the Pawn… Fue su segundo trabajo, editado en 1999. Su tercer disco, Extraordinary Machine, salió en 2005, seis años después de su predecesor; mientras que para el siguiente, The Idler Wheel... (que también tiene un título extenso), hubo que esperar siete años, hasta 2012. Por eso no sorprende que haya tardado tanto en publicar este nuevo LP.
Habla con crudeza, pero también con una dosis de humor y acidez, de temas como su trastorno obsesivo-compulsivo, la depresión, la ansiedad, sus rupturas amorosas, el bullying y la violación de la que fue víctima en su adolescencia.

Al igual que el resto de su discografía, Fetch the Bolt Cutters tiene una gran sensibilidad pop, pero también mucha experimentación e improvisación. Hay una fusión de géneros tan particular que lo hacen imposible de encasillar. Las canciones están estructuradas a partir de una intrincada base de percusión construida desde el piano (por momentos aporreado por la cantante) y acompañada de instrumentos y elementos de todo tipo, desde una mariposa de metal hasta los huesos de Janet, su perra que murió en 2013 tras varios años de luchar contra el cáncer, cuyos restos conserva en una caja expuesta en su living. Esa mascota era todo para Fiona. En 2012 canceló su gira mundial para pasar con ella los últimos meses que le quedaban de vida.
La mayor parte del álbum fue grabado en su casa de Venice Beach, Los Ángeles, y por eso hay tantos sonidos hogareños. Además de la percusión artesanal, en la canción que da nombre al disco se escuchan los ladridos de Mercy, la nueva perra de Apple, y otros canes invitados, como el de su amiga íntima y productora de cine Zelda Hallman y los de la actriz y modelo Cara Delevingne, que puso su voz en el tema que le da nombre al disco. No es que hayan sido incluidos de manera intencional, sino que se colaron en la grabación debido a que su estudio no es profesional (ni pretende serlo). Tampoco se molestó en sacarlos, ya que contribuyen al caos sonoro que impera en el álbum.
Su estudio es tan casero que fue levantado en lo que era su antiguo dormitorio. Desde que falleció Janet no pudo dormir más en esa habitación, por lo que se mudó de cuarto e instaló allí un micrófono y una computadora con un software que fue aprendiendo a usar durante la grabación. Por eso, admitió, varios pasajes tienen imperfecciones en la edición. Es que si bien contó con la colaboración de su banda (la baterista Amy Aileen Wood, el bajista Sebastian Steinberg y el multriinstrumentista David Garza), esta fue la primera vez que ella tomó todas las decisiones respecto de la producción.
Fetch the Bolt Cutters, que debe su título a una línea de diálogo del personaje que interpreta Gillian Anderson en la serie británica The Fall, es hasta el momento el álbum más visceral y honesto que grabó Fiona Apple. Es lo más cerca de su cerebro que podemos estar. Los versos fluyen como los pensamientos, a toda velocidad, y Fiona pronuncia cada palabra con una cadencia que en ocasiones se acerca al hip-hop y en otras al recitado. Su voz es un instrumento más, y los gritos, chillidos, gruñidos y susurros están al servicio de lo que transmite cada canción. Habla con crudeza, pero también con una dosis de humor y acidez, de temas como su trastorno obsesivo-compulsivo, la depresión, la ansiedad, sus rupturas amorosas, el bullying, su relación con otras mujeres que la sociedad transformó en “competencia”, como las parejas de sus ex novios, y la violación de la que fue víctima en su adolescencia. En pleno auge del movimiento #MeToo, vuelve a poner sobre la mesa la violencia machista que ha padecido en su carrera (ella y muchísimas mujeres del ambiente de pop) por haber triunfado en un mundo dominado por hombres, desde los ejecutivos de las discográficas hasta la prensa musical.
Las trece canciones que forman parte de Fetch the Bolt Cutters funcionan como un perfecto grito de desahogo. Como canta en “Under the Table”: “Pateame por debajo de la mesa todo lo que quieras, pero no me voy a callar”. En definitiva, de eso se trata el álbum, “de no tener miedo a hablar”, como explicó a The New Yorker, pero también de “liberarse de la prisión en la que uno vive, aunque la haya construido uno mismo o lo haya hecho otro con nuestro consentimiento”, dijo a Vulture. “Traé el cortador de pernos (“fetch the bolt cutter”) y salí de la situación en la que estás y que no te esté gustando, sea cual sea”, resumió.
De pronto, un disco grabado durante ocho años en el encierro, con un sonido intensamente claustrofóbico, aparece en el momento en el que la humanidad está confinada.
Con el advenimiento de la pandemia del coronavirus, Epic Records quería postergar la salida del álbum para fin de año, pero Apple insistió con editarlo en medio de la cuarentena, aunque sea en las plataformas de streaming. Fue un acierto porque, con todos los lanzamientos aplazados, Fetch the Bolt Cutters captó la atención de todo el mundo. De pronto, un disco grabado durante ocho años en el encierro, con un sonido intensamente claustrofóbico, aparece en el momento en el que la humanidad está confinada. Con un timing tan perfecto, Fiona se convirtió en trending topic y su nuevo trabajo trepó rápidamente al top ten de varios países. La crítica coincidió de forma unánime en que se trata de una obra maestra que está entre lo mejor de 2020. Hasta la publicación estadounidense Pitchfork, célebre por sus duras reseñas, le dio el máximo puntaje (algo que había hecho por última vez en 2010) y lo describió como “una sinfonía salvaje de la cotidianeidad”.
Se tomó su tiempo, pero finalmente Fiona Apple volvió con un álbum íntimo y a la vez desafiante, de esos que requieren varias escuchas para ser procesados, ya que cada pasada devela nuevas y exquisitas sutilezas. En un momento en el que hay que quedarse en casa, una de las compositoras más interesantes de los 90 nos invita a entrar en su cabeza y, sin ningún filtro, conocer sus reflexiones más profundas. No es un viaje sencillo, pero el resultado, al final, es más que gratificante: es liberador.