Edinson Cavani, el nombre del gol: "Algún día tenía que acercarme a casa"

Figura de talla mundial, llegó a Boca para robustecer los últimos años de su trayectoria y soñar en grande. La Copa Libertadores, el vínculo con Riquelme, la esencia de su Salto natal y el paso previo para emprender el regreso a casa.

Son las 22 del viernes 18 de agosto de 2023. Boca le gana 1-0 a Platense en la Bombonera, en el inicio de una nueva edición de la Copa de la Liga, tras un verdadero golazo del Changuito Zeballos. La obra de arte del electrizante delantero xeneize, con cada intervención a un solo toque, incluyó una caricia clave en la jugada colectiva.

Ya había rebotado algunas pelotas con cierto destello de su categoría, cuya muestra más clara es que suele participar con jugadas de primera, pero le faltaba estrenarse en el arco rival. La habitual mirada cenital del partido por parte del espectador, tanto en la cancha como en la televisión, se había vuelto reduccionista. El foco, se sentía en el aire, era solo uno: saber cuándo llegaría su momento.

Hasta que, doce minutos después de las diez de la noche, otra construcción en conjunto provocó el grito de guerra. “U-ru-guayo, u-ru-guayo”, bajaba desde cada una de las tribunas de la Bombonera. No era para menos: Edinson Cavani acababa de interceder con su cabeza para maridar, por fin, la pelota con la red. La euforia tiene un sustento clave: el atacante uruguayo no es cualquier jugador para Boca.

Refuerzo tope de gama

La novela, que había tenido un primer capítulo la temporada pasada, ofreció un epílogo feliz para los hinchas de Boca: Edinson Cavani, el uruguayo al que el mundo pudo ver brillar durante extensas temporadas en el primer nivel europeo, se vestiría de colores azul y oro. La valija del artillero oriental llegaba sobrecargada: Danubio, Palermo, Napoli, Paris Saint-Germain, Manchester United, Valencia. Toda una revolución.

En todos esos clubes, entre 2006, cuando debutó en la máxima división de su país, y 2023, el año en el que emprendió el esperado regreso al continente sudamericano, convirtió nada menos que 380 goles en 675 partidos disputados. Sumados con los 58 que marcó en 136 compromisos con la Selección de Uruguay, con la que ganó la Copa América de 2011 y a la que representó en cuatro Copas del Mundo, el acumulado es asombroso: 438 festejos en 811 apariciones oficiales. Un bombazo con pocos precedentes para el mercado de pases de la Argentina.

En el aeropuerto de Montevideo, horas después de haber rescindido su contrato con el Valencia de España, ya disparaba su primer dardo al corazón bostero: “Boca es el más grande de Sudamérica y del mundo. Llegar a un club como este siempre es una motivación para cualquier futbolista”.

El gestor

Si existe una persona capaz de transmitir el sentido de pertenencia con Boca, apenas una sola en todo el mundo, se llama Juan Román Riquelme. Máximo ídolo de la historia del club, en su época de jugador, el actual vicepresidente también había pateado el tablero: volvió en plenitud, en 2007 y con 28 años, cuando lo sondeaban clubes como Atlético de Madrid o Manchester United, para volver a conquistar América con la camiseta de sus amores. Una tercera Copa Libertadores para sus vitrinas, la sexta de la historia del Xeneize. La última, también, acaso como un capricho del destino.

Con la obsesión por la séptima y con la promesa de atesorar vivencias únicas en el mundo, acaso sentir cómo la hinchada mueve los cimientos de la Bombonera, Riquelme sedujo a Cavani. El contacto tuvo inicio más de un año atrás y se cocinó a fuego lento.

“Las circunstancias de la vida y del fútbol me iban llevando por distintos caminos. Siempre había un contacto y una posibilidad de poder volver. Gracias a Román, que estuvo presente en varios contactos. Para acercarme a casa también tomé la decisión de venir a Boca”, expresó el delantero uruguayo, que ya tenía a los hinchas en el bolsillo incluso antes de hacer su debut oficial.

La Libertadores configura el gran anhelo de todo el mundo Boca, y con Cavani como figura rutilante del plantel, ahora existe un nuevo hilo conductor: el uruguayo “heredó” la camiseta número 10, la misma con la que deslumbró Riquelme durante su carrera en el Xeneize.

El Matador, en efecto, sabe el peso que tiene ese número en su espalda: “Sé que es un número muy lindo; la gente lo adora por los ídolos que usaron esta camiseta. Tengo la responsabilidad de cuidarla, defenderla y llevarla a lo más alto como lo hicieron ellos. Es lindo ponerse la 10 de Boca”.

La inalterable esencia

Cavani estuvo en la cumbre. Con 36 años, recorrió el planeta con sus goles y descolló en las primeras ligas de Europa. Fue pieza clave de una generación de futbolistas uruguayos que llevaron a su Selección a jugar el partido por el tercer puesto en el Mundial de Sudáfrica.

Para dimensionar su figura alcanza solo un dato: es el séptimo máximo goleador en actividad; solo lo superan el portugués Cristiano Ronaldo, el argentino Lionel Messi, el polaco Robert Lewandowski, su compatriota Luis Suárez, el maldivo Ali Ashfaq y el francés Karim Benzema.

Nacido el 14 de febrero de 1987, sin embargo, el Matador jamás extirpó sus orígenes. Salto, en el Uruguay profundo, a 498 kilómetros de Montevideo y en la actualidad con 124 mil habitantes, lo vio llegar al mundo y patear una pelota por primera vez. Fue en Nacional de Salto, una institución cuyo estadio de baby fútbol hoy lleva su nombre, donde tuvo sus primeros contactos con su alma de futbolista, en plena infancia feliz. En simultáneo, le gustaba pescar con su padre Luis y cortar el pasto en el campo.

“Mi estilo de vida es muy simple. El fútbol me permitió tener una buena vida pero hay una cosa que no me deja: estar donde más me gusta, que es en el campo. ¿Por qué me gusta tanto la naturaleza? No tengo la respuesta pero tiene algo que me atrapa: me aleja de la rutina, que suele ser dinámica y abrumadora. Me gusta caminar, tomar mate mientras miro el verde y el agua. Soy de la vieja escuela: no encajo mucho con las actitudes del fútbol moderno”, contó alguna vez el hombre que nunca deja de sonreír.

El despegue

Cuando tenía 14 años, en 2001, encaró su primer viaje a Montevideo para intentar dar el gran paso. Se probó en Liverpool, donde colmó la expectativa, pero tuvo una actitud fiel a su manera de ser: después de un mes decidió volver a Salto. Le faltaban su familia, sus costumbres y sus cosas: no estaba preparado para afrontar esa nueva vida.

Pero el destino es el destino. Por eso volvió a hacer un intento en 2003 en Danubio, donde jugaba su hermano y actual representante Walter Fernando Guglielmone, quien tuvo varias reuniones en persona con Riquelme durante los pasos previos a su desembarco en Boca. Esta vez se quedó para jugar en la Cuarta División y, al poco tiempo, en 2006, llegó al primer equipo.

Con la camiseta de Danubio marcó 12 goles en 30 partidos, y en pleno receso, en enero del año siguiente, protagonizó la verdadera explosión: sobresalió con siete goles en el Sudamericano Sub-20 con la Selección de Uruguay, fue la figura para la clasificación al Mundial de Canadá y abrió los ojos de los clubes europeos. Con 20 años recién cumplidos, aterrizó en Sicilia para jugar en Palermo.

Lo que vino años después es historia. Fue ídolo de Napoli, donde Dios lleva el nombre de Diego Armando Maradona. Emergió como la quinta transferencia más cara del fútbol mundial cuando llegó al PSG, que en 2013 pagó 64 millones de euros por su pase, y fue el máximo goleador de la historia del club francés con 200 tantos hasta que irrumpiera Kylian Mbappé.

Las luces, no obstante, no lo obnubilan. Boca es la excusa perfecta para confluir dos objetivos: mantenerse en el más alto nivel deportivo en busca de grandes títulos y quedar a un paso de volver a casa: “Son muchos años y muchos kilómetros en mi vida. Volver siempre trae muchas cosas a la cabeza, pero estoy feliz. Hice el proceso hace un tiempo: no fue por cuestiones deportivas o físicas, sino por el aspecto sentimental. Algún día tenía que acercarme a casa”.

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