Abel Pintos: anatomía de un ídolo popular

Fue un niño prodigio y hoy es el artista más convocante de su generación, el único cantante argentino de pop y de folklore capaz de llenar el Monumental. Con 25 años de carrera y un público cada vez más masivo, acaba de lanzar un álbum de himnos patrios que llevará su voz a todas las escuelas de la Argentina.

El hecho de que Abel Pintos haya grabado un álbum de canciones patrias puede verse como una manera de cerrar un círculo de poco más de veinticinco años de carrera. La primera vez que se subió a un escenario fue en la primaria, en un homenaje al General José de San Martín. Un cuarto de siglo después, ya como el último ídolo popular argentino, entona esos himnos junto a la Orquesta Académica del Teatro Colón con su voz inconfundible y un solo objetivo: que todas las escuelas del país tengan las versiones más conmovedoras del cancionero que no debe faltar en ningún acto.

La historia de Abel es la de un chico que se hizo de abajo pero, a todas luces, estaba predestinado a hacer música... aunque haya confesado que de grande él quería ser carnicero. Nació el 11 de mayo de 1984 en Ingeniero White, una localidad pegada a Bahía Blanca. La principal urbe del sur de la provincia de Buenos Aires ha dado muchos talentos, sobre todo deportivos, pero para un músico poder llegar desde allí a todo el país no era una misión sencilla.

La historia de Abel es la de un chico que se hizo de abajo pero, a todas luces, estaba predestinado a hacer música... aunque haya confesado que de grande él quería ser carnicero.

Todo está en vos

Tanto había deslumbrado en aquel debut sobre el tablado escolar que fue invitado a cantar en los festejos por los cien años de su ciudad natal. Allí interpretó canciones de León Gieco, Víctor Heredia y Horacio Guarany, tres figuras de la música popular con perfiles bien marcados, pero a la vez con muchos puntos en común. El pequeño Abel ya sabía qué camino quería tomar. Tras su paso por un coro local, y con sus 11 años, pidió trabajar en la Comisión del Teatro Ingeniero White después del colegio para conocer lo que sucedía tras bambalinas. Con casi un siglo de historia, este espacio de 370 butacas sigue siendo el epicentro de los principales espectáculos de la localidad.

Allí se presentó un día el gran Raúl Lavié y el joven artista, que ofició de mozo durante un evento para la prensa local, logró alcanzarle un demo con algunas de sus interpretaciones. Para su sorpresa, el mítico cantante de tango lo escuchó delante suyo y, asombrado por la voz de quien todavía era un preadolescente, prometió dárselo a la persona adecuada. Ese encuentro fue el primer guiño del destino. El Negro había quedado realmente impactado y estaba dispuesto a ayudarlo. Otra vez, el destino hizo de las suyas. Cuando aterrizó en Aeroparque, se encontró con Pity Yñurrigarro, mánager de León Gieco, y le entregó la cinta. El empresario de raíces vascas también vio el potencial del bahiense y le llevó la grabación a León Gieco, quien no dudó un segundo en apadrinarlo.

Cada álbum lo fue consolidando, no solo como intérprete, sino como un compositor cada vez más habilidoso y ambicioso que logró algo que muy pocos hicieron bien: llevar de manera natural sus raíces hacia el pop sin que suene forzado y sin haber hecho concesiones.

Para cantar he nacido

En 1997 salió su debut discográfico. Producido por el autor de “Solo le pido a Dios”, tenía dieciocho canciones de Atahualpa Yupanqui, Raúl Carnota, César Isella, Víctor Heredia, Jorge Cafrune y Peteco Carabajal. Un niño de 13 años interpretando clásicos del folklore argentino de manera celestial era algo digno de ver y eso quedó demostrado en su debut en el Festival de Cosquín en 1998. Primero fue invitado a cantar por León, pero la repercusión fue tan grande que los organizadores le dieron su propio espacio y terminó ganando el Cosquín de Oro que entrega la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic) a los artistas nuevos.

A partir de ese momento, ya no hubo vuelta atrás. Su consagración en el encuentro de folklore más importante del país catapultó su carrera, que hasta el día de hoy parece no haber alcanzado su techo, ya que la música de Abel está siempre en continua expansión hacia nuevos horizontes. Cada álbum lo fue consolidando, no solo como intérprete, sino como un compositor cada vez más habilidoso y ambicioso que logró algo que muy pocos hicieron bien: llevar de manera natural sus raíces hacia el pop sin que suene forzado y sin haber hecho concesiones.

En 2004 editó Sentidos, en donde se animó a mostrar por primera vez sus propias canciones. Había cumplido 20 años, era la revelación del folklore argentino y ya había llegado la hora de tomar vuelo propio. Era previsible: para un artista del talento de Abel, haber forjado una carrera tan joven también lo convirtió en el abanderado de la renovación del género.

Cuando se quiso dar cuenta, ya había llenado el Estadio Único de La Plata y el Monumental, una hazaña que apenas un selecto grupo de músicos argentinos ha logrado, todos vinculados al rock.

En este cuarto álbum, once de las trece pistas son de su autoría, tres de ellas en colaboración con su hermano mayor Ariel Pintos, quien lo acompaña desde sus comienzos. Si bien la mayor parte de esas composiciones mantienen el estilo conservador de sus primeras grabaciones, Abel empezó a mostrar otras influencias y dejó que la tradición se mezclara con sonidos más modernos. De pronto, el pequeño niño cantor era un adulto, había madurado musicalmente y empezaba a asumir riesgos. Sentidos fue un disco muy importante en su carrera porque también le dio reconocimiento internacional. Su versión de “Bailando con tu sombra (Alelí)”, de Víctor Heredia, resultó la canción ganadora del Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar en Chile.

Sin principio ni final

A diferencia de muchos artistas populares, su éxito no explotó de un día para otro con un hit. Su crecimiento fue paulatino, pero firme y sostenido. De a poco, cada vez más gente iba a sus shows y compraba sus discos, mientras él se afianzaba como un compositor fresco que exploraba cada vez más universos musicales.

Los Premios Gardel pasaron de nominarlo en la categoría de Folklore a la de Folklore Alternativo y, desde hace una década, ya es reconocido indiscutiblemente como artista pop, uno que se llevó el Gardel de Oro en tres ocasiones.

Cuando se quiso dar cuenta, ya había llenado el Estadio Único de La Plata y el Monumental, una hazaña que apenas un selecto grupo de músicos argentinos ha logrado, todos vinculados al rock. El mérito de Abel es que es el único cantante de pop nacional y de folklore que llenó el estadio de River con un concierto propio, y encima con dos funciones agotadas. Su próximo desafío es tocar en Vélez, el próximo 18 de noviembre, con un show lleno de sus clásicos, pero también de rarezas, donde aprovechará para presentar en vivo los himnos argentinos que integran Alta en el cielo.

Llegó a codearse con los intérpretes más disímiles: desde Lali Espósito, la banda mexicana Camila, la puertorriqueña Kany García, Los Palmeras, La Oreja de Van Gogh, Jairo y hasta los metaleros de A.N.I.M.A.L.

Siendo un artista masivo que siempre le cantó al amor, ha mantenido su vida privada en reserva. Nunca dejó de ser el pibe humilde y de bajo perfil que salió de Ingeniero White a conquistar el mundo y llegó a codearse con los intérpretes más disímiles: desde Lali Espósito, la banda mexicana Camila, la puertorriqueña Kany García, Los Palmeras, La Oreja de Van Gogh, Jairo y hasta los metaleros de A.N.I.M.A.L.

Tanto amor

En 2019 todo cambió. Una foto de Abel con una mujer lo hizo blanquear una relación que había mantenido en secreto seis años, justamente para resguardarla de los medios. Conoció a Mora Calabrese, una empresaria chaqueña, tras un show en Resistencia. Ella era una fanática más entre las primeras filas del público y el flechazo fue instantáneo.

En 2020 tuvieron un hijo y al año siguiente se casaron. Su álbum, El amor de mi vida, es un reflejo de esta nueva etapa como padre de familia, tanto de Agustín como de Guillermina, hija de Mora de una relación anterior. “Durante muchos años hablé del amor desde las distintas experiencias vividas, de aprendizaje, de balance. En este disco de lo que hablo es de cómo el amor a través de distintas personas y maneras se expresa a diario y lo que significa en mi vida”, expresó en una entrevista. Y agregó: “Lo siento tan personal porque en esta ocasión siento haber expuesto mis emociones y sentimientos de un modo más literal, concreto y certero. En esta etapa tan especial de mi camino, el amor se ha manifestado en todas sus formas para llenarme de luz”.

En 2020, junto a su pareja Mora Calabrese, tuvieron un hijo y al año siguiente se casaron. Su álbum, El amor de mi vida, es un reflejo de esta nueva etapa como padre de familia, tanto de Agustín como de Guillermina, hija de Mora de una relación anterior.

Así es cómo Abel Pintos les regala a todos los argentinos una emocionante colección de himnos patrios, disponibles para su descarga gratuita en www.himnosargentinos.ar. “El amor nos abre el cielo”, canta en su última placa, y el que tiene Abel por su entorno, sus seguidores y por su tierra parece infinito.

Fotos: Agustina Ríos, Alejandro Palacios y Gentileza Alta

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