Sexting: el placer digital y el derecho al goce, como bandera
En la era de las redes y con la monogamia tambaleando, esta práctica íntima que se lleva a cabo a través de una pantalla abre un debate nuevo: ¿el sexo virtual califica como infidelidad?
Es abril de 2020. Llevamos un mes de cuarentena nacional como medida sanitaria ante la pandemia por covid-19. El objetivo: no contagiarnos, no expandir el virus, no morirnos mientras llegan las vacunas.
Es abril de 2020 y el Ministerio de Salud de la Nación ahora les habla directamente a las personas que están solteras o a quienes no tienen ningún vínculo sexoafectivo formal: “El distanciamiento es la medida más efectiva. Evitar el contacto cara a cara incluye los encuentros sexuales con personas con las que no convivimos”. Prohibidos los besos, el infectólogo Juan José Barletta propone como alternativa: “Hay un montón de aplicaciones online para conocer personas; herramientas como las videollamadas, el sexo virtual y el sexting”. ¿Sexting?, ¿y eso qué es?
Qué es el sexting: elegí tu propia fantasía
Sexting es la mezcla de “sex” y “texting”, una palabra anglosajona que hace referencia a los chats hot. Pero, ojo, no se trata de piropos subidos de tono sino del arte de escribir con el fin concreto de excitarse. Incluye fotos, sí (y cuidados especiales para las chicas a la hora de enviarlas, pues patriarcado), pero lo más importante es la historia erótica que se va armando con cada cruce de mensajes.
El sexting permite armar tu propia fantasía. ¡Oh, el poder de la palabra! La potencia de la palabra para hacer carne algo propio de la vitalidad de los seres humanos que, bajo la lógica hétero, nos enseñaron que es tabú o está prohibido (hola, Educación Sexual Integral).
En fin, sexting, nada que no haya existido antes de las nuevas tecnologías. Pero, si lo revisamos en la actualidad, hay que decir que se trata encima de un intercambio lúdico que no presupone en absoluto concretar en el mundo real todo eso que se dijo desde el celular. Con o sin pandemia de por medio, no es la previa de nada.
Sexting, nada que no haya existido antes de las nuevas tecnologías. Pero, si lo revisamos en la actualidad, hay que decir que se trata encima de un intercambio lúdico que no presupone en absoluto concretar en el mundo real todo eso que se dijo desde el celular.
Vamos con datos, no opiniones: según Gleeden, la primera aplicación de citas no monógamas, en su plataforma hubo un incremento de un 160 por ciento en conexiones y altas de usuarios a nivel mundial en los primeros seis meses de aislamiento. Además, la empresa registró un aumento considerable en el promedio de conexiones: pasó de dos a tres horas diarias.

Los contratos del sexo virtual
Si estos números cambiaron o no, no interesa; el sexting perdura. Y la cosa se pone más picante, porque que esta práctica íntima se lleve a cabo en el mundo virtual no evita que pueda ser tomada como infidelidad. Al contrario, abre un debate nuevito: ¿el sexo virtual es una ruptura en el contrato afectivo?
Más allá de acordar una respuesta, ya es positivo poner en jaque algo mucho más grande que la idea canónica de fidelidad: acá tambalea la monogamia, especialmente como un mandato y entre heterosexuales. Tal vez por este sacudón, el sexting tiene tanta resonancia en la conversación social actual.
Sumemos una idea que explota Byung-Chul Han en su libro No-cosas: “Hoy queremos experimentar más que poseer”. El filósofo asegura que el mundo digital no está hecho para la posesión, puesto que en él rige el acceso: “Los vínculos con cosas o lugares son reemplazados por el acceso temporal a redes y plataformas”. Entrás o no entrás en la red. Como si fuera poco, nos jura que la monogamia está en decadencia porque la posesión lo está como forma de lazo.
Acá viene la parte en la que aceptamos, le pese a quien le pese, que entre las rupturas que el feminismo y la diversidad sexual hacen de los usos del amor para el sometimiento están el cuestionamiento a la monogamia, a la propiedad y al sistema tradicional de la familia y la pareja.
El poliamor y la explosión de citas no monógamas
¿Te suena “poliamor” o “relaciones abiertas”? La periodista y especialista en género Luciana Peker lo detalla en su último libro, Sexteame. Amor y sexo en la era de las mujeres deseantes: “Se trata de cambiar el amor, no de negarlo. Ni de que nos lo nieguen. El desafío que nos deja el distanciamiento emocional es recobrar la valentía del encuentro, sentir la piel antes del descarte y hacer de las nudes y los textos un sexo nuevo”.

Cuando hablamos de normas, hablamos de cierta dignidad moral; en otras palabras, de que la cosa esté bajo control. Pero qué pasa si abrazamos la incertidumbre y nos sacamos por un rato el traje mental de la monogamia. Si juntamos coraje y ganas para desnudarnos ante la posibilidad de estar siguiendo una norma que, en realidad, tal vez, quién dice, no nos interesa (o no con todas las personas). ¿Estamos eligiendo libremente? Si la respuesta es “sí”, una calentura virtual no debería alcanzar para romper nada. ¿Si la respuesta es “no”?
Señor Bob Dylan, usted dijo que la respuesta está flotando en el viento, y supongamos que tiene razón. Díganos ahora qué hacemos (mentira, tranquilo) con una pregunta que condensa nubes sobre nuestras cabezas: ¿cómo construimos vínculos responsables? Una cosa rica entre personas que (por favor, por favor) no convalide nuevas formas de crueldad.
El derecho al goce es una bandera irrenunciable. En honor a estos tiempos de deconstrucción, habrá que asumir la necesidad de una nueva amorosidad que (por favor, por favor) no nos deje desamparadxs a todxs.