Mariana Genesio Peña: “Cuando empecé a trabajar como actriz solo me daban papeles de chicas trans"

La actriz que recorrió un camino desde la oscuridad de una identidad negada hasta alcanzar Hollywood sigue reinventándose. La infancia, los miedos y el goce de una chica del siglo XXI.

Mariana Genesio Peña es la primera actriz trans argentina que saltó a la fama popular sin hacer teatro de revista. El dato parece superfluo y hasta pedante frente al género más famoso de la calle Corrientes, pero si lo analizamos brevemente puede resultar revelador.

En la cultura pop de los 90, figuras como Cris Miró o Flor de la V aparecían en los medios como una extraña fascinación por la novedad, con cuerpos exultantes y brillos que generaban los debates más bizarros de la TV. Hasta ahí, las famosas travestis de una época amarillista impecablemente reflejada en la serie española "La Veneno" –que fue furor en pandemia y narra la vida de Cristina Ortiz Rodríguez, una chica travesti envuelta en el mundo de la prostitución callejera y los destellos mediáticos de una televisión diseñada para el escándalo– lidiaban con la calle, se subían al ring de los programas de chimentos y encontraban su salida al estrellato en el teatro de revista. No había redes sociales que traspasaran el tamiz de los grandes medios y no existían las plataformas con series de culto que reflejasen de manera auténtica la vida de nosotros, las minorías.

“Durante el secundario viví como una doble vida, pero a medida que fui creciendo había cosas que ya no quería ocultar."

Mariana no habla de visibilizar, sino de normalizar. En esta era postodo en la que vivimos ya no se trata de decir “mírenme, acá estoy”, sino de fluir en la sociedad como una persona más. “Como un médico, como un abogado, como cualquiera”, dice Mariana, la chica trans que no hace teatro de revista porque no le parece que sea lo suyo y logró, desde el momento en que dejó su vida en Córdoba para conquistar la gran ciudad, convertirse en una actriz más, en una protagonista de tira de Telefe, en una it girl que hace propagandas de shampoo y asiste a eventos glamorosos de Buenos Aires, de Madrid o de Nueva York con la naturalidad que se supo ganar y se merece.

Sin escándalos, sin la TV amarillista de los 90, sin el teatro de revista.

“Durante el secundario viví como una doble vida, pero a medida que fui creciendo había cosas que ya no quería ocultar. De hecho, repetí cuarto año porque mi cabeza estaba en otro lado. Una etapa muy crítica. Dejé de estudiar y trataba mal a todo el mundo. Dibujaba pijas en todos lados, en las aulas, en los baños, como un grito de ‘quiero pijas’. Todos sabían que era yo. Las hacía perfectas”, cuenta.

–Esa doble vida de la que hablás la practicabas también en tu cotidianidad, cuando tu abuela con buena posición económica te mandaba a colegios caros mientras que en tu casa no había un peso, y la seguiste practicando cuando desembarcaste en Hollywood para después estar acá sentada conmigo como si nada.

–Yo soy todoterreno. Soy como María la del barrio, vengo del barro pero enseguida me pongo las pieles y las perlas y me convierto en diva. Nosotros vamos y venimos.

–Pasamos de la botella cortada para el Fernet con Coca que arma Lali al champagne francés.

–Como si nada, es nuestra esencia. Y más que champagne, te diría un buen whisky. Yo soy muy del whiscacho, siempre llevo una petaca de whisky en mi cartera, sobre todo cuando voy a eventos tipo teatro o cine. Imaginate cuando te sentás en tu casa a ver una película, ¿qué querés? Tomarte un traguito, comerte algo rico. Bueno, lo mismo en el teatro.

"Mi ex marido vino a Venecia a presentar su película "Bardo", y yo terminé ahí, caminando en una alfombra roja de forma completamente inesperada."

–Este año que se termina, pospandemia, te vimos disfrutar de un superviaje por Europa después de tanto tiempo de encierro. ¿Qué te provoca viajar?

–Mirá, ese fue el mejor viaje de mi vida, por lejos. Lo hice con mis dos mejores amigas, Erika Halvorsen y Dedé Romano, con quienes ya habíamos hecho algunos ensayos de viajes más cortos y funcionamos perfecto. Así que Keka, que es la showrunner de nuestras vidas, armó este viaje a España, y en el medio nos fueron saliendo cosas. De repente fue Nico, mi ex marido, a presentar su película "Bardo" en Venecia, y terminé ahí, caminando en una alfombra roja de forma completamente inesperada. Divina total.

–Una locura.

–Fue todo muy de película, porque yo no conocía Venecia, que me voló la cabeza, y no conocía el Lido, donde se hace el festival, que es como la Punta del Este de allá. Es como una islita con megamansiones millonarias, y terminamos ahí como si nada, en el hotel tomando un cóctel con Julianne Moore y otras megacelebrities, todo muy así.

–¿Y después volviste a la realidad?

–Completamente, llegué y no quise mirar el homebanking porque le falté mucho el respeto a la tarjeta de crédito. Un horror.

–¿Te pegó mal la vuelta?

–Y sí, no te voy a mentir (risas). Vos sabés que en un momento extrañaba, porque fue un viaje largo, de 45 días. Hasta me salió decir: “Chicas, yo me parece que me vuelvo a la Argentina unos días antes”, y Keka: “Olvidate, vos te quedás hasta el final, acá se goza desde el día uno hasta el último”. Y extrañaba a mi perrito, mi bicicleta, y cuando llegué acá dije: “¡Dios! ¿Qué extrañaba?”.

–Pero, bueno, volviste y te pusiste a trabajar un montón.

–Sí, estrené una ficción con Arturo Puig en la TV Pública y también "El fin del amor", por Amazon. Fue un año de mucho trabajo como actriz, lo que siempre quise.

"El fin del amor" fue un desafío actoral muy grande para vos.

–Sí, totalmente. Fue muy grande porque mi personaje era muy particular, una chica que sale del mundo judío ortodoxo y tiene un affaire con el personaje de Lali. Fueron escenas muy fuertes y con muchos significados, pero como actriz el desafío fue enorme, lindo.

Nunca había trabajado con Lali y conocerla tan en profundidad fue espectacular. Eso, sumado a que la showrunner del proyecto era mi amiga Erika Halvorsen, hacía que yo sintiera mucha presión por dar lo mejor de mí. Porque más allá de las amistades y de lo que significa Lali como figura, yo tenía que rendir al cien por ciento como actriz en un proyecto internacional enorme como fue este. Realmente había que estar a la altura.

–¿Sentís que hubo una evolución en los papeles que te asignaban antes y los que te asignan ahora? ¿Llegamos al punto en el que por ser trans no te convocan solo para hacer de mujer trans?

–Eso ya no me pesa, y hay una gran evolución. En un momento, cuando empecé a tener trabajos como actriz, solo me daban papeles de chicas trans contando historias del mundo trans. Si bien ahora me siguen ofreciendo esos papeles, hay una evolución en lo que cuentan los personajes.

Ahora pueden ser chicas trans teniendo una vida “normal”, y no necesariamente contando qué tan dura es la vida trans. Ahora son personas trans como cualquier otra, como un médico, un abogado, y no se toma el tema exclusivamente desde esa marginalidad a la que siempre estuvimos condenadas.

–¿Esa marginalidad de la que hablás es lo que más te asustaba a la hora de decidir ser quien eras?

–Cuando era más chica tenía el deseo y la necesidad de ser mujer; la solución para eso era ser travesti.

En mi infancia, la imagen travesti del barrio era la de un ser marginal. Yo veía eso y me daba miedo no sentirme identificada con el estereotipo, por eso no me animaba a enfrentar a mis padres y decirles lo que realmente sentía, porque pensaba que automáticamente se iban a quedar en ese preconcepto de travesti de aquella época y no me iban a aceptar.

"Fue muy importante el trabajo en "El fin del amor", porque mi personaje era muy particular, una chica que sale del mundo judío ortodoxo y tiene un affaire con el personaje de Lali."

En Córdoba, cuando yo era chica, el travesti era el puto del barrio, alguien a quien todo el mundo denigraba. Entonces, hacer coincidir lo que yo sentía, mi deseo irrefrenable de ser quien soy hoy, con esa imagen, me resultaba imposible. Por suerte los tiempos van cambiando, y aquí estamos.

–Sin embargo, hace poco estabas dando un móvil en la tele y te agredieron solo por ser trans. Me parece que en ciertos sectores de la sociedad se cree que todo está superado, que ya evolucionamos, pero hasta el día de hoy nos siguen diciendo “puto de mierda” como insulto habitual. A mí me sigue pasando y a vos también.

–Es verdad que sigue pasando, pero evolucionamos un montón. Por suerte, el caso que mencionás, para mí, personalmente, fue un hecho aislado, pero no por eso hay que quitarle importancia. Es la primera vez que me pasa una cosa así. Me parece que hay que estar atentos a estas cosas, así como hay otras causas superválidas que andan dando vueltas por la televisión, estaría buenísimo también darles atención a los mensajes de odio en contra de la comunidad trans.

Fotos: Karim Fortunato Pereda

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