Tiago PZK, la vertiginosa historia de un pibe estrella: “La Argentina es potencia en la música urbana"
Con solo diez años, Tiago Uriel Pacheco salía de su casita en Monte Grande y se tomaba el bondi para dejarse llevar por la finitud de la Riccheri, esa arteria bucólica del sur del conurbano bonaerense que hacia un sentido significa la salida de emergencia de muchos argentinos a mundos más estables, seguros, con poca inflación y menos piquetes. Para el otro, el bochinche de la ciudad, las esquinas rasposas, los elefantes blancos y las plazas a medio terminar.
Ese otro mundo era con el que soñaba Tiago PZK desde muy chiquito; un universo atravesado por la rima y el flow, la amistad y la ropa oversize, la calle como terapia. “En una época me iba de Monte a zona norte, cinco horas en colectivo, solo a rapear para que la gente supiera quién era yo. Un día llegué a El Quinto Escalón, que era la competencia más grande de la Argentina en plazas. Se hacía en parque Rivadavia e iban mil personas, ese fue mi primer respiro”, relata Tiago.

A ese torrente dialéctico le sumó una prosa filosa que fluctuaba entre amores adolescentes y las turbulencias de una casa familiar atravesada por la violencia doméstica. En esas cuatro paredes nació, en 2019, “Sola”, hit desgarrador que le dedicó a su madre (Perdió las ganas y está sola, noches con sangre en la boca./ Por la culpa de un idiota que su furia desemboca en su ser./ Los moretones no los tapa el rímel./ Grita llorando y se pregunta: “¿por qué?”), y que sirvió también como contención para muchos otros jóvenes que pasaron por situaciones similares.
“Era increíble la cantidad de mensajes que recibía por la canción. Muchos comentándome que a ellos les pasaba lo mismo, pero que tenían miedo de hablarlo. Con ‘Sola’ se sentían un poco más acompañados”, cuenta su autor.
Tres años pasaron nada más de aquel éxito y la carrera de Tiago creció a pasos bestiales. Consolidó su voz, afinó aún más la pluma y se dedicó a sacar y sacar canciones, que, segundo a segundo, crecen en clics, convirtiéndolo en uno de los músicos más escuchados del mundo. En Spotify, por ejemplo, “Entre nosotros”, el tema que hizo con Lit Killah, tiene 262.458.989 reproducciones. Le siguen “Salimo de noche” (165.519.957) y la “Bzrp Music Sessions, Vol. 48” (122.322.463).
Números impensados, dantescos, para un artista que vivió su big bang durante la pandemia, encerrado en su casa, y que debutó en los escenarios de su propio país en el reciente Lollapalooza Argentina 2022. “Fue increíble. Estaba con mucha energía acumulada, tenía muchas ganas de verle la cara a toda esa gente que me bancó durante todo este tiempo. Es muy diferente pararse ante miles de personas que recibir millones de likes y comentarios. Quise demostrar que todas esas ganas no fueron en vano, fueron acumulándose para que hoy en día pueda salir en modo súper saiyajin”, suelta Tiago, con la sonrisita de un pibe que tiene solo veinte años, pero mucho, muchísimo, que contar.
–Todo pasó muy rápido. ¿Pudiste tomar dimensión de lo que ocurrió en este último tiempo?
–Sí, hace muy poco. Me senté y creo que caí. Me pegó muy fuerte, estuve casi dos semanas sin salir de mi casa, me agarró como un pánico social. Las cosas pasan muy rápido y uno no se lo espera. Salir a la calle y sentirte mirado todo el tiempo o, de repente, no poder ir a la plaza con mis amigos se me hace un poco complicado. Pero, bueno, me senté, lo hablé, empecé el psicólogo. Me sirvió muchísimo también hablar con los pibes, con Wos, con Lit, con Duki, con varios artistas que pasaron por la misma.
–¿Y qué te dijeron?
–Me dieron consejos que me sirvieron un montón para empezar a mirar las cosas desde otro lado. Hoy en día lo llevo mucho mejor, más tranqui.
–¿Lo podés disfrutar?
–Es lo más difícil, pero de a poco lo voy entendiendo, me apoyo mucho en los míos, mis amigos de toda la vida, la familia, que tarde o temprano son los que me bajan a la tierra. Hay muchos beneficios, igual, que nunca los hubiese visto si no fuera por todo esto.
–Y una línea también muy finita, oscura, que imagino que en la vorágine del éxito y la fama debe de ser muy difícil no cruzar.
–El secreto es que hay que estar muy lúcido en esos momentos, hasta a veces por demás, para darte cuenta del panorama completo. Los amigos del campeón, los buitres que revolotean por ahí y se acercan por conveniencia siempre están. Pero, nada, yo creo que tengo muy en claro quiénes son mis amigos y quiénes no, quiénes me quieren ayudar de verdad y quién me quiere cagar.
–Parecería que la camaradería, la buena onda entre ustedes, esto de los consejos, hasta lo que ocurre con las colaboraciones en sus canciones, son un fiel reflejo de la horizontalidad que caracteriza al trap, muy diferente a otros géneros, quizás, que siempre fueron mucho más cerrados, celosos, competitivos.
–Sí sí, totalmente, aunque en realidad fue un cambio que pasó hace poco. Cortamos con las boludeces, con las bardeadas, e hicimos el clic para darle a la escena el giro necesario para que todo esto crezca. ¿Cómo no íbamos a apoyarnos entre nosotros si somos nosotros los que arrancamos con esto? Y no solo hablando de la música, sino de cosas más humanas. La Casa, el lugar que compartí mucho tiempo con Lit Killah, Rusherking y FMK, es un ejemplo de esto. Ahí no solo había química artística, sino que funcionaba también como un espacio terapéutico.

–¿Cuál es el rol del público en esta especie de mancomunidad que los caracteriza?
–Uff, muy importante. El trap, el rap, la música urbana, pasó de ser un género de nicho a un fenómeno popular. Acá, en la Argentina, se volvió muy grande, se convirtió en un monstruo difícil de controlar. Y es superreconfortante saber que salimos de un lugar tan chiquito, que nos contábamos con los dedos de la mano. Eso es el poder de la música, el poder del hambre y de las ganas que uno tiene para salir adelante. Ahora el mundo es el que mira para acá, es increíble. La Argentina es una de las potencias de la música urbana mundial.
Y en esto tuvo mucho que ver El Quinto Escalón, del que, en este último marzo, se cumplieron los diez años de su primera edición en el parque Rivadavia, específicamente, en los cinco escalones de la escalinata de su entrada, en Chaco y Doblas, la intersección porteña que fue testigo de los primeros gritos de Duki, Wos, Trueno, Lit Killah (Tiago también), entre muchos y muchas artistas que sabían que allí se estaba empezando a escribir la historia de uno de los fenómenos culturales y populares más importantes de la última década.
–¿Qué recuerdos tenés de aquella época?
–Yo tenía diez años, ¡una locura! (risas). El Quinto Escalón fue la puerta que abrió todo esto, la cuna de muchos de los artistas más grosos del país. El otro día vi un tuit del Biza que decía que El Quinto le había cambiado la vida, y no es para menos. A mí también, fue la primera vez que sentí hambre por algo. Viajaba dos horas desde Monte Grande maquineando con que ese era el día, que la iba a romper, que tenía que llegar a octavos y que iba a ganar. Todo para resaltar en una escena y decir: “Acá estamos, guacho, acá estoy yo y zona sur”. Ahí encontré mi camino, sin querer y sin saberlo. Había muchos, igual, que ya los veías que estaban muy arriba. No sé, Duki cada vez que se presentaba me volaba la cabeza. Era mi ídolo.
–Las vueltas de la vida: de ídolo a amigo. ¿Cuándo pudiste descolgar finalmente los pósteres de tus referentes y sentirte a la par de ellos?
–A veces perdés dimensión con el alrededor y todo pasa a ser relativo. No sé, hacé poco hablé con Messi, por ejemplo (risas). Subió tres historias a Instagram, donde Thiago, su hijo, estaba escuchando el tema que hicimos con Bizarrap, y le puse: “Qué grande, Lío, qué groso”. Me contestó: “Sí, los tres la escuchan, me tienen loco, se la saben toda”. La verdad, eso es impresionante, me sacude la matrix (risas). Pienso en mis comienzos en Monte, todo lo que me costó, y ahora estoy hablando con Messi, no sé. A veces siento que todo pierde el sentido.

–¿Te da miedo dejar de sorprenderte?
–Es que en algún punto dejás de idealizar a la gente. Todas esas personas que uno admira por su trabajo, su talento, en realidad son como uno. Y hasta a veces, por su personalidad o su forma de ser, tienen buena onda con vos. No importa lo groso que sean; es más, los grosos en serio son los más humildes. Bad Bunny, por ejemplo, un artista enorme, reconocido mundialmente, pero no sabés lo normal que es el chabón. Y si nos cruzamos, nos saludamos con la mejor. Obviamente, si me preguntabas esto hace un par de años, te iba a decir que Bad Bunny era un extraterrestre, pero todas estas vivencias, este presente, te hace relativizar estas cuestiones. Pasa conmigo, increíble, gente que me ve y se pone a llorar. No me sale otra cosa que abrazarlos y decirles que yo soy como ellos, tranca, pero lo entiendo. Todos estuvimos también en esa situación.
–Por último, ¿tenés pensado sacar un disco?
–Siempre pensé en hacer un disco, pero veía que las canciones no tenían nada que ver con el género. De repente, hacía un reggae, un funki brasileño y después un dancehall africano, nada que ver. Pero ese rejunte, esa paleta de sonidos y ritmos fue el verdadero disparador para Portales, el título del primer álbum que voy a editar (todavía no tengo fecha confirmada), donde cada canción es su propio mundo; universos diferentes a los que se puede entrar sin prejuicios. No me gusta el artista que se encasilla.
–Un concepto bien rockero, ¿no? Muy Jim Morrison y The Doors, portales hacia otros mundos sonoros…
–Totalmente, hay mucho rock dentro de mí.

Fotos: Thomi Raimondi