Lali Espósito: un viaje por la carrera de una verdadera bestia pop
Unos tacos negros altos fajan hasta la discreción su 1,54 m de altura. Con el pelo recién cortado y los bríos de siempre, muestra sus mil dientes blancos, mira a cámara y canta de pe a pa la dramatiquísima “Cruz de navajas”, de Mecano, mientras el conductor mueve el culo toscamente. “Un drama absoluto”, avisa, bien pilla. Sobre sus ojos estalla una granada de fotones: hay público, hay cámaras, hay millones de televidentes.
Está en el mainstream de la televisión española pero a ella, en suma, tanta cháchara y tanta pompa le dan igual. Es que Mariana Espósito, Lali, esa marca nacional, esa superestrella desde pibita, esa artista total, está literalmente en la suya: mirá si le va a avergonzar algo a esta joven que, a sus 30 años, ya cantó, bailó, viajó, grabó y actuó todo y cuanto quiso.
Tanto es así que parece acompañarnos desde siempre, cuando apenas lo hace desde el 10 de octubre de 1991. Signada bajo la órbita de libra, da la sensación de que el barrio de Parque Patricios –barrio de tango, barrio de duelo de cuchillos, casa de Huracán, hogar de fábricas y también de galpones– le brotara por los poros. Lali entroniza una mueca que no hay forma de emular: en el fondo, sigue siendo una piba de barrio. Y en el frente también, aunque sea hoy una estrella de costura global.
La fama como destino
En su vida, en la que hubo castings, shows agotados, películas, series juveniles y también infartantes, CD, videoclips y hasta un perfume, la fama le cuajó casi instantáneamente. Lo suyo es tope de gama en un sentido intuitivo, casi natural. “Me encanta el sueño americano del pop pero no me gustaría parecerme a nadie”, le dijo a este cronista en 2016, cuando estaba por estrenar Permitidos, su primer protagónico en cine, y andaba defendiendo Soy, su segundo álbum como solista.
Y en la edad en la que debía tener ídolos, ella ya era una. A los cinco años, y sin marco teórico, ponía el disco Grandes éxitos de Queen y bailaba frente al espejo ante la atenta mirada de papá Carlos, entrenador de fútbol, y mamá María José, visitadora médica. Escuchaba a Joan Manuel Serrat, a Pablo Milanés. “Fui hacia esa energía”, le dijo a Alejandro Fantino en 2016. Por lo demás, hubo un momento especial, y ese momento fue exactamente este: sus papás no la dejaban ir a un casting, se mandaron igual junto a su hermana viajando como una tromba arriba del colectivo 65, se confundieron de casting, fueron a otro, ella montó un show, allí le dijeron que gracias, que muchas gracias, que la iban a llamar.
El programa en el que originalmente iba a presentarse nunca salió al aire. Sin embargo, por las vueltas de la vida, la llamaron de ese otro casting, en el que se presentó por error: era Cris Morena, la productora que convierte en oro todo lo que toca. A la sazón, para 1991, exactamente el año en el que nació Lali, la icónica empresaria estaba explotando en la televisión junto a esa usina efervescente de hormonas y talento que fue Jugate conmigo. “Fue un poco de destino, otro poco de talento”, aseguró en 2020 en el programa de radio Últimos cartuchos, conducido por Migue Granados y Martín Garabal.
Sin experiencia en actuación ni tampoco en baile, con apenas el ímpetu de jetona, bien de sapo de otro pozo y todo, convenció a los presentes de que ella debía ser elegida. Bueno, convenció es un decir: el talento estaba a la vista. “Me siento re conectada con Cris Morena. Hay algo de un ‘poder hacer’ que no lo tiene todo el mundo”, le contó a Matías Martín en el programa Línea de tiempo, en 2019.
Y Lali, bautizada así involuntariamente por su hermano Patricio (quería decir “Mari”, decía “Lali” y quedó), apareció bailando por ahí en el programa Caramelito y vos pero fue en la ficción infantil Rincón de Luz, interpretando a Coco, cuando la rompió. Aquí, la factoría Cris Morena no falla: de nuevo, pizpiretísima, el talento estaba a la vista.

Nace una estrella
Más tarde, en 2004, hizo de Robertita en Floricienta; en 2006, de Agustina en Chiquititas sin fin, y en 2007 obtuvo el papel que, en rigor, la catapultó y la convirtió en un personaje pop: Marianella Rinaldi, de Casi ángeles. Llegó la fama local, el boom mundial, los álbumes con los Teen Angels, la despedida con catorce funciones en el Gran Rex.
Enseguida, participó en la serie Cuando me sonreís, al lado de Facundo Arana y Julieta Díaz, fue una de Las brujas de Salem, de Arthur Miller, en su versión teatral. “Venía muy cómoda. A ver, si piso un poco de arena movediza, ¿qué pasa?”, dijo en su momento en una entrevista que aún puede encontrarse por internet. Nunca había probado con el teatro dramático y clavó otra tilde más: lo hizo y lo hizo muy bien.
Actuó en La pelea de mi vida, que obtuvo el insólito hito de ser la primera película argentina en 3D. También en Solamente vos, junto a Adrián Suar y Natalia Oreiro. Cerró un ciclo con Teen Angels: El adiós 3D, un film que registraba el último show de la banda. Con el futuro abierto, Lali quiso empezar a volar por su cuenta. Ahí se animó a una experiencia solista con A bailar, su primer disco, con el que se cargó una gira por la Argentina, Uruguay, España e Italia.
Así las cosas, tanta exposición y tanta experiencia la pusieron delante de su primer protagónico televisivo: Esperanza mía, haciendo dupla con Mariano Martínez. Por estos años, configuró su estampa de diva pop y, para 2016, ya se ensanchó con Soy, su segundo álbum, que llegó a transformarse en Disco de Oro en apenas unas pocas horas.
También en el cine
“Mi vida es demente. En la cotidianeidad soy muy responsable. Toda esta explosión no hace más que darme ganas de laburar el doble”, le confirmó a este cronista en un reportaje para la revista Haciendo Cine. La rompió en Permitidos, su primer protagónico en la pantalla grande, junto a Martín Piroyansky y bajo dirección de Ariel Winograd. “Hacer lo que me gusta desde los diez años es una bendición”, reforzó en su entrevista con Fantino.
Los afiches colgados en las carteleras de los cines la ponían al lado de Leo Sbaraglia en Acusada, fue jurado en La voz Argentina, la rompió toda, todísima, toda con “Disciplina” (¡Disciplina! Tum, tum tum…) y cualquier atisbo de registro biográfico quedaría ridículo, ínfimo, infame ante tamaño movimiento. Porque Lali es, ante todo, movimiento. “Siempre todo fue un juego para mí”, descomprimió en Línea de tiempo, en 2017.
Se comprometió con causas populares, como aquella campaña llamada “Basta de Bullying, no te quedes callado”, de 2012, o sus colaboraciones para Red Solidaria en 2013, o el protagónico en la campaña “Inundaciones, ¿qué estamos haciendo?”, organizada por la Fundación Sí. O tantas, tantas veces más, como la vez que grabó “La memoria”, de León Gieco, en homenaje a las víctimas del atentado a la AMIA, o cuando participó de una campaña para mitigar el impacto del covid-19 por iniciativa de Sony Music y la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Y como su activismo también yergue un compromiso devocional, pudo vérsela como una de las principales promotoras en el debate por el aborto legal, seguro y gratuito en la República Argentina. “No puedo creer que cueste discutir algo tan evidente. Hay que darle un marco legal. Como mujer joven me da cosa que esto no se resuelva. Las mujeres tienen que ser libres de hacer lo que quieran con su cuerpo. Nadie sabe más que ellas cómo se vive en esas situaciones. Hay que hacerse cargo”, le dijo a Canal 13 en 2018. Dos años más tarde, para diciembre de 2020, con la ley promulgada y embanderada en su pañuelo verde, entre un mar de llantos, celebró: “¡Vamos, carajo! ¡Es ley, chicas!”.
Y para pintarla sin floreos, la siguiente anécdota: es de noche y en la puerta del Palais de Glace hay, por lo menos, unas doce jóvenes con caramelos, carteles y regalos. Es de noche y, en general, ahí, a esa hora, ya no hay nadie. De un motorhome baja ella y no pasará un segundo desde que pise el suelo hasta que las chicas griten, zumben y pataleen.
Lali recibe, besa, agradece: todas quedan contentas. Es el rodaje de Permitidos, una comedia ágil y un género que le queda pintado, y para ella, aún con tanto ruido, con tanto flash, foto & selfie, subirse al pony nunca fue una opción. Saluda a los técnicos uno por uno, uno por uno, uno por uno. Les regala golosinas. Hace chistes, hasta algunos un poco zafados. Es que la piba de Parque Patricios sigue habitando ese cuerpo que lo vivió todo y al que solo queda reconocerle que, sí, desde chiquita hasta hoy, desde la tierna Coco (su primer trabajo) hasta la perra de “Como tú” (su último tema), entendió todo.
