Pilar Gamboa y su regreso a "Petróleo", la obra que desafía con humor los estereotipos masculinos
Después del extraño 2020 -y con maternidad incluida- la actriz y dramaturga vuelve al teatro con la exitosa pieza donde, al igual que sus compañeras del grupo Piel de Lava, se calza la ropa de un trabajador del petróleo. Cómo prepara el regreso, y qué impresión le dejó el año que vivimos en peligro a esta intérprete dúctil, que defiende los escenarios pero brilla en cualquier medio.
Por Gustavo Grazioli
La cámara del Zoom se prende y del otro lado aparece ella. Está en una habitación en la que entra un nutrido rayo de sol. Detrás, se ve algo parecido a una cuna y un sonajero, y es que hace poco más de un año fue madre. Su hijo Manuel nació no bien comenzó la cuarentena estricta por la pandemia de covid-19.
“Cuando la calle era una maqueta, tenía que ir a hacer controles y nos paraba la policía. Tuvimos que sacar unos permisos previos, era rarísimo todo. Una película yanqui de género”, cuenta a El Planeta Urbano.
La actriz se muestra contenta con el regreso del teatro y, sobre todo, con la vuelta de Petróleo, la obra que hace con Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes, su grupo de amigas y de trabajo al que el mundo teatral conoce como Piel de Lava.
Su historia nos cuenta que fue alumna de Alejandro Catalán, Ricardo Bartís y Javier Daulte. A los 28 años decidió vivir de lo que generaba con la actuación y dejó atrás sus labores como administrativa en YPF Serviclub y asistente de una artista plástica.
Actuó en las películas El incendio, Mamá se fue de viaje, Re loca y La flor (dirigida por Mariano Llinás, de 14 horas de duración, el film más largo de la historia del cine argentino). En TV tuvo protagónicos en Historias del corazón, Conflictos modernos, Encerrados, Otros pecados y un paso por la primera temporada de la serie Casi feliz. En teatro participó de La terquedad, Neblina, Agua y Tren, entre otras.
Con Petróleo consiguió su mayor hit y se destacó por su papel de El Carli. En la obra se presenta a cuatro trabajadores de un pozo petrolero de la Patagonia y se reflexiona, a través del humor y guiños, acerca de un estereotipo de masculinidad.

Además, el espectáculo recibió el premio ACE en la categoría “Autor/a Nacional” y transitó distintas etapas en muy poco tiempo. Se estrenó en 2018, bajo la producción del Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA), en el Teatro Sarmiento; ascendió a la sala Casacuberta del Teatro San Martín, y, debido a la concurrencia que consiguieron, en 2019 aterrizaron en el Metropolitan Sura y de ahí no se movieron más.
Ahora regresa con nuevas funciones todos los miércoles de agosto y con todos los protocolos sanitarios vigentes. “Que la vengan a ver todos los Carlis, así se ríen de sí mismos y reflexionan”, bromea Gamboa.
–En una entrevista que diste hace unos meses te referiste al año pasado como “algo lisérgico”.
–Fue una vivencia extraña: se me juntó la maternidad con la pandemia. Maternar en soledad no fue lindo. Quería que alguien lo viera y me dijera: “Sí, ese pibe está bien”. Igual, también tuvo su lado hermoso. Estuvimos los tres pegados y armamos un equipo infalible. La idea era que naciera Manu (N. de la R.: actuó hasta dos semanas antes de parir), a los tres meses retomar Petróleo y después irnos de gira por Europa.
Con las chicas hacíamos cuentas de que mi hijo iba a empezar a comer cuando estuviéramos en Madrid. Todo era hermoso. Pero, bueno, no pasó nada de eso. Llegó la pandemia y tuvimos que aprender a planificar en horizontes chiquitos. Fue un machetazo que nos mostró que todo lo que uno puede planificar, de golpe, se te puede reducir al presente.

–Fue un tiempo largo de teatros cerrados y sets de filmación vacíos. La vida se paralizó, ¿qué hiciste en ese momento?
–No tuve mucho plan B, la verdad. Por suerte había unos ahorros y mi novio tenía laburo. Hicimos una experiencia por streaming con Petróleo, pero qué sé yo… Nuestro oficio sufrió mucho. El teatro es una actividad presencial por esencia, hacerlo virtual no es lo mismo. En su momento llegué a entenderlo como una opción para la gente que está en el interior, pero lo que sucede en vivo es distinto. Con un recital pasa igual.
Podés tener una re pantalla, parlantes gigantes y armarte el estadio, pero no estás ahí. Te perdés estar al lado del actor, verle las pausas, los gestos, los silencios, cómo mueve las manos. Es una experiencia irrepetible, porque la próxima función no va a ser igual a la anterior. Aunque la partitura se repita, la energía colectiva del momento es única.
Por suerte ahora vuelve con el 50 por ciento del aforo. La primera vez que volvimos hicimos siete funciones y la última fue medio triste, porque nos enteramos de que cerraban todo de nuevo. Nos pegó re mal a todas eso. Otra vez la incertidumbre de cuándo se iba a volver.
–¿Hay alternativas al teatro como se conoce?
–No hay alternativas al teatro, por más que se la busquen. Aire libre, sí, puede ser. Pero pierde eso de contar el cuento dentro de una caja negra y la mística de ir al lugar, hacer silencio y que no te entren ruidos de afuera. Y que sea un momento casi mágico de escuchar a alguien que te va a contar algo.
–¿Y ahora cómo se preparan?
–Es una obra que tenemos muy adentro, pero siempre somos medio locas de ensayarla igual. Volver es una sensación rara. En 2018 hicimos algunas funciones; en 2019 la exprimimos bastante, y en 2020 era hacer y volver atrás.
La obra sigue estando muy viva. Cuando la empezó a ver un montón de gente vino la pandemia. Igual, las entradas y salidas que tuvimos durante este tiempo fueron vitales. Sin actuar te empezás a desesperar. Necesitás pensar en eso, poner el cuerpo.

–¿En la televisión y el cine notaste algún cambio?
–No hice nada y tampoco fui convocada a demasiadas cosas. Ahora veo que se está moviendo el avispero, pero ahí también cambió un paradigma. Todavía no entiendo muy bien cómo es. En la pandemia aparecieron mucho más las plataformas: Amazon, Netflix, HBO.
Ahí cambió algo groso que todavía no puedo descular muy bien. Se dio el apogeo del autocasting. Si ya de por sí el casting es una situación que me cuesta, esto es un delirio. Además es un poco precarizada esa, pero fue algo que estaba bien porque uno no se podía juntar y hubo que hacerlo así. Espero que no quede como regla, pero lo veo difícil que no pase. El actor se filma y manda el material, ellos te mandan todo: referencias de plano, cómo poner la cámara, cómo tenés que estar iluminado, cómo te tenés que vestir, y te mandan los textos.
–¿Hoy en día se pueden esquivar las plataformas?
–El sistema siempre termina ganando. Uno es outsider en todo lo que puede. Tengo un grupo de actuación, genero mis materiales. Escribo y dirijo con mis amigas, pero también necesito lo otro para vivir. Me armé la pandilla para no ponerme en una góndola.
Nos propusimos hacer y que esa capacidad de hacer, hacer y hacer fuera una máquina tan demoledora que no tuviera jefes, que no tuviera estructuras, que fuera una anarquía de creación. Eso es Piel de Lava. Que le vaya bien es un tiro para el lado de la justicia. Fueron muchos años de autogestión, de no dinero y de obstinación para conseguirlo. Pero no para conseguir el éxito, sino la investigación y la meta de lo que uno va buscando. El laboratorio.
–¿El Carli está en extinción o todavía se ven muchos por la calle?
–Está lleno de Carlis. Igual, para mí el Carli es re tierno. Es alguien que se logra poner los tacos y llorar. El problema es que está criado en un universo donde todo el tiempo tiene que demostrar que no tiene frío, que no le duele nada.
Es el estereotipo de esa masculinidad que se burla del otro para sentirse más grande. Hay muchos todavía. El otro día fui a la ferretería y me atendió un Carli, precisamente. Me dejó el cerebro frito. Cada cosa que le pedía me preguntaba para qué la quería.
Fotos: Lina Etchesuri / Carlos Furman