VANINA CORREA · LA MUJER CON LOS PUÑOS DE HIERRO
Mamá de mellizos, cajera de la Municipalidad, arquera y figura de la Selección argentina de fútbol femenino: todas las vidas de una mujer que desafía el tiempo y los prejuicios con los guantes bien puestos.
Vanina Correa se levanta todos los días a las seis de la mañana para ir a trabajar de cajera en la Municipalidad de Villa Gobernador Gálvez, en las afueras de Rosario. Vanina recibe reclamos llenos de odio de vecinos que no quieren pagar de más algunos impuestos. A las 13, sale corriendo a su casa para darles de comer a los mellizos de cinco años, Luna y Romeo, y los prepara para el jardín. A la tarde, se pone el buzo de Rosario Central y se revuelca en el piso para no dejar pasar una sola pelota. No pasa una. Sale a cortar, devuelve con los puños, vuela de palo a palo. Vanina juega al fútbol desde los seis años. Lo hacía con varones en un club de Gálvez, lejos del arco, pisando pocas veces el área rival. El reglamento –arbitrario y caprichoso– y su condición de mujer le pusieron fin a su corta carrera de defensora en cancha grande; tuvo que volver al fútbol 7, pero esta vez se puso los guantes y no se los sacó más. Los 183 centímetros que ostenta se hacen cada vez más grandes cuando salta a buscar un córner: se estira, frunce el ceño, impresiona. Lo hace en su club y también en la Selección argentina, donde jugó tres mundiales (los de 2003, 2007 y el de este año en Francia); ganó la Copa América en 2006 frente a Brasil; también durmió en el micro porque la AFA se olvidó de pagarles el hotel, y usó la ropa enorme que descartaban los varones. Fútbol argentino femenino, ni más ni menos. Es eso, con sus contradicciones e injusticias, pero que lentamente, y a partir de su profesionalización arrebatada, parece estar cambiando. El histórico papel de las pibas en el reciente Mundial de Francia confirma este presente y llena de ilusión a millones de nenas que ahora sí se deciden a patear una pelota. Los únicos estallidos en las calles ya no serán “el Goooyco”, “el Mooono” o “Armaaani”. Algunos y algunas, sin prejuicios, ni banderas, ni documentos, empezaron a gritar, cada vez que la descuelgan del ángulo, “Correeea”, la mujer con los puños de hierro.
–Un Mundial más, pero esta vez parece ser diferente. ¿Qué lectura hacés de lo que pasó en Francia?
–Fue hermoso. Después de haberla pasado mal en ediciones anteriores, de luchar para que creciera el fútbol femenino, este Mundial fue muy especial. Si bien necesitamos de resultados para lograr la clasificación a la otra ronda, es la primera vez que pudimos depender de nosotras mismas. Las sensaciones fueron muy lindas, saber que había todo un país atrás que nos apoyaba, que estaba pendiente de lo que pasaba con nosotras, básicamente, que no estábamos solas.
–¿Hay un antes y un después?
–Yo creo que sí, un arranque de cero para empezar a crecer. Las cosas van a cambiar, van a mejorar. La gente va a empezar a creer un poco más en el fútbol femenino. La actuación que tuvimos habla de que vamos por todo, de que la cosa va en serio. Si bien para que el deporte se desarrolle es necesario un buen resultado, la Argentina demostró que en las ganas y la actitud está el camino. Hay un espíritu de lucha muy grande, una sensación colectiva de querer salir para adelante que trasciende al futbol y tiene más que ver con el movimiento de las mujeres en el último tiempo. Ese mensaje que dice: “Hola, acá estamos nosotras y acá nos plantamos ante lo que venga”. Eso se vio dentro de la cancha a lo largo de los tres partidos, sobre todo el último ante Escocia: minuto 90 y seguíamos ahí, peleando, corriendo. Terminó el partido y nos quedamos con ganas de más.
–Nada es casualidad, y este gran momento de ustedes coincide, además de con el imparable movimiento de mujeres, con la profesionalización del fútbol femenino en la Argentina. Digamos: el terreno estaba preparado.
–Pasaron muchísimas cosas en este último tiempo. Se hicieron los reclamos y se empezaron a escuchar. Desde las denuncias de abuso del movimiento hasta el grito de Macarena Sánchez para el reconocimiento y con ello la profesionalización del futbol. Antes jugábamos con la ropa que descartaban los varones, y en algunos amistosos llegamos a dormir en el micro porque la AFA se había olvidado de reservarnos el hotel. Ahora la cosa está cambiando.
–¿Qué le exigen ahora a la AFA?
–Nosotras queremos que las próximas generaciones no sufran todo lo que sufrimos nosotras. Que se puedan dedicar de lleno al fútbol, que no haya limitaciones básicas, que haya un lugar específico para las mujeres donde entrenarse, trabajar y prepararse. Armar categorías juveniles para que las más chicas no se queden sin jugar y entrar en el proceso lógico de una selección. No sé, que sea mixto hasta cierta edad y que después se tomen los caminos independientes. Pero que nunca se queden sin jugar.
– ¿Creés que otros deporte más consolidados, como el hockey, el handball o el vóley, van a tomar nota de lo que está pasando con el fútbol femenino y se unirán también al reclamo?
–El deporte en sí en la Argentina está complicado. Hay deportistas que van a jugar unos Juegos Olímpicos, un Panamericano, y no tienen ni siquiera para pagarse los pasajes. Tienen que buscarse sus sponsors, sacar plata de sus bolsillos para poder representar al país. Y eso no tiene que pasar más. Porque después, cuando perdés, te caen con todo. Para criticar sí aparecen, pero después se borran. Muy pocos ven el sacrificio que hacen los deportistas para llegar, lo que dejan, lo que sufren.
–Parecería ser que lo único importante, lo único que realmente vale, es el fútbol masculino y todo el negocio que hay detrás. Lo otro, como es poco y no deja plata, no sirve.
–Sí, totalmente. Esta Selección demostró que sentimos la camiseta igual que los hombres. Las dos tratamos de representar al país lo mejor posible. No lo hacemos por ningún tipo de negocio ni nada. Hay comentarios muy mala leche que dicen que queremos cobrar igual que los hombres, que Messi, por ejemplo. La verdad es que no, lo único que queremos es entrenarnos mejor y poder dedicarle más tiempo al fútbol. Si no, se hace imposible.
–Y, justamente, ¿cómo atajás los tiempos entre tu trabajo de cajera en la Municipalidad, el entrenamiento y los partidos en Rosario Central, la Selección y tu rol, hace ya cinco años, de mamá de Romeo y Luna?
–Es muy complicado. Me levanto a las seis de la mañana para ir a trabajar, vuelvo corriendo para llevar a los mellis al jardín, de ahí a entrenarme al club y después volver a casa para seguir haciendo de madre. Como el mío, hay muchísimos casos. Por eso exigimos tanto la profesionalización, para poder dedicarnos de lleno y así dejar al fútbol femenino en lo más alto.
–Dijiste en varias oportunidades que quizás este sea tu último año como jugadora. ¿Lo vas a volver a pensar o ya es una decisión tomada?
–Por ahora disfruto de lo que está pasando. Se vienen los Panamericanos de Lima ahora en julio y todas mis energías están puestas ahí. Después me pondré a pensar en el futuro. Si es que tengo un poco de tiempo.
“Hay un espíritu de lucha muy grande, una sensación colectiva de querer salir para adelante que trasciende al fútbol y tiene más que ver con el movimiento de las mujeres en el último tiempo.”