Manuel Lozano: camino de ida

La Fundación Sí trabaja por la inclusión social a través de miles de voluntarios que colaboran en programas de asistencia y desarrollo. Su creador asegura que se siente un afortunado haciendo lo que ama e invita a arrancar por algo chiquito: “Cada vez van a querer hacer más”.

 

Es un pasillo largo el que hay que atravesar para entrar en la casa que la Fundación Sí tiene en Palermo. En el camino hay cajas, fotos, bolsas, papeles, juguetes, ropa. Manuel Lozano está en la sala que hace de oficina. Él, con 31 años, rastas y los gestos siempre concentrados, es el director de esta organización fundada en 2012 que hoy tiene 24 sedes, más de dos mil voluntarios en todo el país y diferentes proyectos en los que trabajan cada día: las recorridas nocturnas con comida caliente y abrigo para quienes duermen a la intemperie; Sí Puede, el programa de inclusión social para niños y adolescentes; dos residencias universitarias en Santiago del Estero; una universidad para la comunidad Warmi en Jujuy; un banco de instrumentos musicales, y diferentes acciones de voluntariado. Nadie en la Fundación Sí cobra, todos están atravesados por un sentimiento común: quieren ayudar.

Manuel tenía siete años cuando en su escuela de Chascomús vio que un chico no tenía zapatillas. Se lo contó a su madre y organizó una colecta para comprar un par. Luego se enteró de que el niño usaba ojotas porque estaba lastimado y no podía calzarse. La directora lo retó, pero quizás ese fue el paso inicial en el camino de la solidaridad, del voluntariado, del estar pendiente de darle una mano a quien lo necesita. A los 18 años se sumó a Red Solidaria y a los 27 fue su director. Estudió Derecho y se especializó en Gestión de las Organizaciones sin Fines de Lucro. Tiempo después se propuso encarar un proyecto nuevo, al que hoy le entrega todas sus energías.

–En estos años de trabajo solidario, ¿notás un crecimiento del interés por ayudar?

–Por suerte somos cada vez más, crecen los equipos en el interior del país. Cuando decidimos abrir la Fundación Sí y nos enfocamos en proyectos a largo  plazo, con un abordaje más profundo, era todo un desafío hacerlo con el rato libre que tenía cada uno y poder sostenerlo. Por más que seamos voluntarios, queremos que el trabajo sea lo más profesional posible. Creo que lo hemos logrado.

–En proyectos a largo plazo, cada pequeño avance debe motivarte a dar otro paso, ¿es así?

–Los avances dependen del proyecto. Pero cada vez que terminás con algo, buscás qué sigue. Ver gente que salió de la calle, que está reinsertada, gente que está haciéndolo, que abordan procesos muy complejos, dolorosos, difíciles. De la primera residencia universitaria que abrimos ya se recibió la primera profesional. Es muy hermoso verlo, te morís. Vivir su avance, ver cómo se ayudan entre ellos. Esas cosas nos motivan a seguir.

–¿Cómo vivís tu “trabajo” en la Fundación? Bueno, no sé si lo llamás trabajo.

–Yo lo llamo trabajo, pero eso suena a sueldo, a oficina. Es una pasión, podríamos decir. Disfruto todo, me encanta, soy un privilegiado por poder hacer esto. Hoy me enfoco en las capacitaciones, la coordinación, los viajes al interior, ver qué falta fortalecer. Y estoy en el seguimiento de algunos casos muy complejos. Es la parte menos linda, pero también debo ocuparme de la recaudación de fondos. Hasta recién estuvimos cargando un camión, también es hacer eso. Esto es cero rutina, cada día es muy diferente al otro. Estoy más tiempo acá que en mi casa, pero me encanta, todos amamos este lugar. Además, viene gente que no conocés. Cada vez que suena el timbre no sabés quién es: si alguien que viene para donar, para sumarse, porque necesita ayuda. Eso está bueno.

–¿Llegan personas que nunca fueron voluntarias, que tienen una primera inquietud?

–Sí, y focalizamos mucho en que esto sea de puertas abiertas, que cualquiera pueda entrar. Pasan cosas muy fuertes. Antes de que abriéramos una sede en La Plata había voluntarios que venían desde allá. O cuando organizamos la “fábrica de juguetes” para Navidad, escuchás a los chiquitos que le piden a la madre quedarse un rato más porque “falta trabajar un montón, hay chicos que no tienen juguetes”. Esa generación es clave, porque se involucran desde ahora, la tienen mucho más clara que nosotros. Algo de eso les queda, quieren volver.

 

–¿Qué es ayudar?

–Es muchas cosas al mismo tiempo. Creo que implica un poco cumplir nuestro rol como parte de la sociedad, estar cerca. Implica compromiso. Y alegría también: aunque las realidades con las que trabajamos son durísimas y dolorosas, las encaramos con mucha alegría, elegimos hacerlo así. Eso también marca mucho lo que hacemos: si fuéramos empleados quizás habría días en que no tendríamos ganas de venir, vendríamos por obligación. Pero no. El que está acá es porque realmente tiene ganas; si no, no estaría. Eso se percibe. Está buena también la heterogeneidad: hay gente de 70 años, adolescentes, profesionales, amas de casa, desocupados. Los equipos que mejor funcionan son en los que mayor variedad de edad hay. Somos muy diferentes pero hay algo que nos une. Hay mucho por hacer y hay muchas formas de colaborar.

–¿Cómo te gusta invitar a alguien a que se sume?

–Lo mejor es la acción: que vengan, conozcan a la gente que está acá. El que no se ha acercado es por falta de información, por tener miedo a algo que no hizo nunca. Hay que arrancar por algo chiquito. Cada uno puede modificar algo, puede hacer la diferencia. Después se van a dar cuenta de que es un camino de ida y cada vez van a querer hacer más.

–¿Qué te dio tu trabajo?

–Me dio todo, me cambió la vida por completo. Es mirar todo desde otro lugar, amar con intensidad, entender los vínculos con una profundidad mayor, dormir poco porque hay mucho por hacer, es vivir más intensamente, conocer gente increíble a la que admiro profundamente y con quienes tengo el placer de trabajar y de aprender todo el tiempo. Es crecer como persona. Aprendés a tener todos los sentidos muy despiertos.

–¿Te costó pasar del trabajo más silencioso a tener un perfil público y ser un vocero?

–No fue de un día para el otro, creo que eso lo hizo más fácil. Por ahí el testimonio personal de uno sirvió de inspiración a otros, eso está bueno. De ahí surge la idea de escribir el libro Te invito a crecer, a beneficio del centro universitario Warmi. Si lo que a mí me ayudó y de verdad me hizo creer que yo podía hacer algo les puede ayudar a otros, está buenísimo. Lo celebramos.

–¿Qué te inspira, de qué te nutrís?

–De la gente con la que trabajo, de todos ellos. De quien está en la calle, del que viene como voluntario, de todos. No son historias tan diferentes: las emociones y el dolor muchas veces son parecidos. Se forman amistades, vínculos muy fuertes. Eso inspira y retroalimenta todo el tiempo.

–¿En algún momento parás el trabajo acá y disfrutás de tu tiempo personal?

–Me cuesta, pero me gusta mucho ir al teatro, ahí desconecto. Disfruto de ir al río. Pero me cuesta cerrar la ventana porque no me implica un esfuerzo, es algo que me gusta. Es tu trabajo, sí, pero cuando uno tiene la posibilidad de hacer lo que ama... Es como el hobby, uno quisiera hacerlo toda su vida.

Bueno, esto es algo así.

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