Martina Gusmán: juego sagrado
La actriz, que siempre se destacó por encarnar roles comprometidos, se animó a romper el molde con la comedia Solo para dos, una coproducción argentino-española rodada en la isla Margarita.
Si uno está conectado con uno mismo, la vida va iluminando distintos lugares por los que transitar.” Así explica Martina Gusmán su filosofía de vida y de trabajo. Esa es una de las razones por las que se decidió a meterse en el cuerpo de Valentina, una joven argentina radicada en Venezuela que junto con su marido español (Santi Millán) regentea un resort en ese paraíso. Según la actriz, que comparte cartel protagónico con Nicolás Cabré y Marianela Sinisterra, la propuesta la sedujo desde un primer momento porque le planteó un desafío diferente. “Me pareció interesante la posibilidad de romper con el tipo de cine que venía haciendo y con lo que artísticamente se esperaba de mí. Venía dehacer películas vinculadas a problemáticas profundamente arraigadas en la sociedad. Eran filmes muy exigentes sobre temas que no siempre tenían la atención del público. Como actriz, es el tipo de cine que más me interesa explorar y, de hecho, el que más exploré.”
–En ese sentido, ¿cuál es el punto de ruptura de este último filme?
–Por un lado, el hecho de hacer una comedia romántica alejada de lo social, y por el otro, el guión que identifica esta comedia romántica con el modelo más clásico del género. Además, el hecho de trabajar bajo la dirección de un director español (Roberto Santiago) auguro que me abrirá las puertas del mercado europeo.
–Para componer su rol en Carancho pasó seis meses en la guardia de un hospital; también visitó periódicamente una cárcel de mujeres para convertirse en la heroína de Leonera. ¿De qué recursos se valió para encarnar a Valentina?
–En primer lugar, el hecho mismo de hacer una comedia ya me planteó un desafío en sí; no es fácil hacer reír. Después, fue un estudio profundo de la estructura del guión lo que me llevó más dedicación. Si en los filmes anteriores me metí en la realidad diaria de los personajes, esta vez tuve que focalizarme en los diálogos y en cuestiones más universales. La película cuenta una semana en la vida de dos parejas; un período de tiempo en el que sus vidas cambian radicalmente.
–Y todo eso enmarcado en la isla Margarita, un lugar identificado con la pura diversión, pero también en este caso con una profunda reflexión.
–Exactamente, y el escenario es un elemento muy significativo y atemporal. No importa tanto cuándo ni dónde se desarrolla la acción, por eso es tan universal.
–Tiene más experiencia como productora que cómo actriz. ¿Cómo fue el pasaje de una actividad a la otra?
–La actuación fue lo primero, estudio teatro desde los siete años. Pero al finalizar el colegio secundario tuve una crisis al conocer la trastienda de la actividad. Me refiero a todo lo concerniente a los castings, representantes, etcétera. El teatro había dejado de ser un juego para incorporar elementos más frívolos, por eso empecé a trabajar en producción; primero en publicidad y luego en cine.
–Junto a su pareja, el director Pablo Trapero, produjo 15 películas. ¿Por qué quiso pararse delante de la cámara?
–Él, que conocía mi preparación y el trabajo que hice en el teatro independiente, me insistió para que diera ese paso. Es así que en 2004 hicimos la primera película en la que hice algunas intervenciones, Familia rodante.
–Y después de esa experiencia vino el bautismo de fuego con Leonera.
–Sí, ya en 2006. Fue mi primer protagónico, con el que se inició la transición. La película fue al Festival de Cannes y le fue superbién. A partir de ese momento empezaron a llover propuestas que rechacé porque todavía tenía muchos proyectos en marcha con Pablo, entre ellos Carancho.
–¿Y qué fue de esa primera impresión del mundo del profesionalismo luego de caminar por la alfombra roja del Festival de Cannes?
–Antes de llegar allí había descubierto todo lo fascinante que tiene el oficio del actor. Comprendí lo bello que es vivir muchas vidas en una sola y meterme en mundos que antes eran desconocidos para mí. Luego de eso, el lado glamoroso me llega más como un juego que como otra cosa. Yo soy la misma mujer compartiendo un jurado con Robert de Niro que entrevistando a un grupo de mujeres en el penal de Los Hornos. Si uno puede mantener su esencia en ambos lados, el resto son experiencias que la vida va ofreciendo
–Compartió el jurado del Festival de Cannes con personalidades de la talla de Uma Thurman, De Niro y Jude Law, ¿cómo vivió ese encuentro cercano?
–Fueron quince días de aprendizaje absoluto. Formar parte del jurado supone debatir y tomarse 30 minutos para argumentar entre los popes de la industria. Es una situación surrealista. Cuando miro hacia atrás, la sensación es que todo eso le pasó a otra persona. Cuando se logra trascender la admiración, la situación se transforma en alucinante porque uno se puede relajar y aprender. Lo primero de mi parte fue transmitir mi profunda admiración por todos.
–¿Cuál es la mayor enseñanza que se llevó de allí?
–Noté que cuanto más seguros se sienten, son más cordiales y amorosos con el otro. La razón es que ellos saben positivamente lo que representan y provocan en el interlocutor. De Niro lo primero que hizo cuando me vio fue acercarse para decirme “Me hablaron mucho de tu trabajo; yo no las pude ver pero quería pedirte que me acercaras alguna de tus películas”.
–Usted le dio una copia de Leonera, ¿qué comentarios le hizo sobre su performance?
–Me dijo que la película le había parecido muy emotiva y conmovedora. Mi trabajo le resultó muy convincente y genuino. Creo que es uno de los mejores elogios que un actor puede recibir de un par.
–¿Cuán permeable es a las críticas?
–No mucho, porque creo que la evaluación sobre el trabajo que uno hace es producto de un conjunto de subjetividades, y eso es propio de la condición humana. Por eso no suelo estar pendiente de lo que se dice sobre mí. Nunca tomo como algo personal el juicio que se hace sobre mis actuaciones. Si creí en un proyecto y estoy conforme con lo que hice, para mí a partir de ese momento está todo cerrado.
–Alejada del plano mediático, sabe que en su profesión la exposición es ineludible y, en ocasiones, parte del negocio. ¿Qué reflexión hace al respecto?
–Todo lo que no es estrictamente artístico también puede llegar a ser parte del juego en algunas circunstancias, pero no en mi caso. Tengo un perfil muy bajo y considero que soy reconocida por lo que hago frente a las cámaras o sobre el escenario.
–¿Cómo hace para evaluarse a sí misma?
“Hacer de latina en una película de gansteres no me interesa. En lugar de ir a la entrega de los Oscar prefiero ganar una Palma en Cannes.”
–No me gusta demasiado verme. Me doy cuenta de que hice bien un papel si, en lugar de poner la atención en mí, logro abstraerme y sumergirme en la trama. Al fin y al cabo el del actor es un trabajo el equipo. Si no hay armonía en el conjunto, el rol individual tampoco la tendrá.
–En teatro se incorporó en la versión de La casa de Bernarda Alba dirigida por José María Muscari. ¿Por qué le dio el sí?
–Es parte de este proceso de exploración que vengo viviendo. Integro un elenco tan heterogéneo como talentoso, y el trabajo de Muscari es el que produce el valor agregado, porque su mirada sobre este clásico del teatro es fascinante.
–Con su nombre ya reconocido a nivel internacional, ¿se imagina llegando a Hollywood?
–La verdad que no. Porque el mercado allá es muy cerrado y no me entusiasma la idea de dedicar la vida a encarnar personajes de latina. Conozco a gente cercana que lo ha hecho y veo que el costo que hay que pagar para hacer de latina en una película de gánsteres no me interesa. En lugar de ir a la entrega de los Oscar prefiero ganar una Palma en Cannes. Quizás algún día lo logre.
“No me gusta demasiado verme. Me doy cuenta deque hice bien un papel si, en lugar de poner la atención en mí , logro abstraerme y sumergirme en la trama”.
Sólo para dos
La nueva película que protagoniza Martina Gusmán junto a Nicolás Cabré será el debut cinematográfico de la actriz en una comedia romántica de enredos. Se trata de una coproducción entre España, Venezuela y la Argentina dirigida por el madrileño Roberto Santiago. La historia se centra en Valentina y Gonzalo, la pareja que administra el resort Sólo para Dos en las playas caribeñas. Después de diez años juntos, el matrimonio está atravesando una profunda crisis que es avivada por la llegada de un grupo de huéspedes.