Juan Gil Navarro, un actor que no quiere estar de moda

Willy Almada, Federico Lacroix o John Proctor. Esos son sus roles hoy, pero el suyo es un hombre que seguramente perdurará en escena porque tiene con qué.

En este momento está en tres tiras en la televisión: Graduados, La dueña y en la reposición de Floricienta. Por las noches se viste de campesino colonial en el clásico de Arthur Miller, Las brujas de Salem. Versátil, muy talentoso, educado, profundo y honesto. 

Sonríe con los ojos constantemente y se pone serio para pensar. Admira a Anthony Hopkins, a Alfredo Alcón a Marlon Brando y a  Sean Penn, entre otros popes de la actuación  No quiero escribir más, no hace falta. El reportaje lo dice todo.

 

–Fui a ver Las Brujas de Salem y quedé impresionada por la obra. 

 

–Sí, la verdad es que está muy bien. Es una obra muy difícil. En cada uno de sus cuatro actos se logra una escalada fortísima, y cierran. Son como cuatro picos de montaña. Además tiene varias subtramas que se van entrelazando y demandan mucho del público y de los actores también, lógicamente.

 

–El tema central habla sobre la manipulación del discurso y de cómo eso puede destruir  un pueblo entero.

 

–Ese tema es clave porque los colonos se van de Inglaterra y se instalan en América adaptando incluso la religión en beneficio de quienes detentaban el poder. Y juegan mucho con las creencias y las oscuridades de la época.

 

–Tiene una visión misógina, porque pone al demonio en las figuras de las mujeres. 

 

–La culpable es la mujer. ¡El demonio llega a través de la forma de la mujer! –sonríe mientras piensa y agrega – Leí un libro, que es en el que se apoyo Arthur Miller, de una autora norteamericana que habla sobre dos sociedades (Salem y Oslo) en las que los niños oniñas acusan a los adultos de verlos relacionarse con el demonio. Son los dos únicos casos en la historia. Lo que Miller toma, ya harto de la manipulación del discurso y enfrentándose a McCarthy y su propia cacería de brujas “comunista”, es lo que sucedió en Salem y lo grafica de manera brillante. Creo que lo que quiso señalar es que toda nuestra hipocresía arranca ahí, con los colonos.

 

–Tomando la obra como ejemplo ¿Lo relaciona con sociedades actuales?

–Todas las sociedades tienen un poco o mucho de esto. Los excesos son parte de las sociedades en algún punto. Si tengo que hacer un paralelismo creo que pasa porlo que se muestra en la obra sobre la libertad y el miedo a perderla, y el precio que cada uno esta dispuesto a pagar para mantener la dignidad. Poniendo esta obra hoy y acá, tengo que decir que tengo una visión personal al respecto. No estoy parado en ninguna vereda, y me molesta el hecho de tener que estar de un lado o del otro, y no por eso soy tibio. Creo que quienes detentan cargos políticos están salvaguardando los intereses de un país, y no tienen derecho a ofenderse como si fuesen adolescentes de 15 años porque su trabajo es sostener los derechos democráticos y esto no se puede llevar a un plano personal. Hay una frase que leí en una adaptación teatral de 1984 y define perfectamente a esta obra y a las sociedades. “Libertad es poder decir que dos más dos es cuatro.” Creo que lo engloba todo respecto de lo que el Estado puede hacer con las libertades individuales.

 

El arte de la actuación en primera persona

 

Cambiar de personajes es como cambiarse de zapatos. Dependiendo del momento me gusta ponerme dentro de unas zapatillas, otras en zapatos más formales y a veces me gusta estar en patas. 

La actuación es el ejercicio constante del juego. Y en nuestra industria creo que es muy importante mostrarse versátil porque es el pasaporte a tener trabajo por años.

Vivimos en un país donde las modas son pasajeras y crueles. No quiero ser un actor de moda, porque cambian con el viento y no me interesa la liviandad que tienen. 

Yo quiero hacer esto hasta que tenga ochenta años, entonces trato de pararme en un espacio equidistante de cada uno de los arquetipos. Hay que poder ser rey, villano, payaso, todo. Es como la letra de Charly: “Y si vas a la derecha y girás hacia la izquierda, adelante. Es mejor que estar al pedo, es mejor que ser un vigilante. De chiquito fui aviador, pero a hora soy un enfermero”.

 

–¿Cómo se lleva con lo socialmente establecido?

 

–Con lo socialmente establecido razonable y que propone un orden me llevo bien. Con lo estúpido, lo ridículo y lo contradictorio me llevo mal.

 

–¿Qué es lo estúpido, lo ridículo y lo contradictorio?

 

–No es fácil de ejemplificar, pero creo que todos se están haciendo imágenes mentales al respecto, porque es algo común en los seres humanos.

 

–Se lo nota estructurado, pero es artista. ¿Dónde está el punto de quiebre de Juan respecto de las estructuras?

 

–Es una buena pregunta (piensa). Tengo dentro de mí el paradigma del profesor soviético, superestricto que demanda disciplina, pero que dentro de esa disciplina deja un espacio a la creatividad. Así lo vivo. Es como si te comprimieran para sacar lo mejor, dentro de un orden establecido. Sin el límite no hay posibilidad de ser creativo, todo se vuelve absolutamente desorganizado. Y el arte se puede ver desorganizado, pero en realidad tiene referencias y límites muy claros. Por ahí la gente supone que el arte es caos. Si es así, es un caos organizado.

 

–¿Quién es el profesor prusiano de Juan?

 

–Mi profesor prusiano es esta cosa exigente que tengo conmigo y con los demás. Fui a un colegio alemán y me formé dentro de una disciplina, la antroposofía, que forma parte de los colegios Waldorf. Hay una idea bastante confusa al respecto porque mucha gente cree que son espacios donde los niños hacen lo que quieren, y no es así. Se basa en la autodisciplina y no en el cumplimiento de la norma. Te enseña a que no hay que cumplir la norma por miedo al castigo, sino que uno tiene que seguir ciertos parámetros y reglas porque uno quiere vivir bien y el otro también. La famosa frase que dice “nuestra libertad termina donde comienza la del otro”.

 

–Y yendo por otros caminos, ¿se siente intrépido?

 

–No me gusta definirme, pero ¡qué lindo adjetivo! Ser audaz, intrépido me refiere a libertad y movimiento. Hay una frase genial de Anthony Hopkins que me quise tatuar y todavía no lo hice, pero es perfecta para este momento: “Be bold, and mighty forces will come to your rescue” (Sé audaz, y las fuerzas poderosas vendrán a rescatarte). Es maravilloso. Es pararse en el borde del abismo con la convicción de saltar porque fuerzas poderosas te van a rescatar. Esto es la entrega total. Para mí Hopkins es lo máximo, es más que un buen actor, es como Alfredo Alcón, están fuera del parámetro de la actuación. Son magos.

 

–¿Usted es así?

 

–Me gusta manejarme con ese mantra.

 

–Ser intrépido implica animarse a saltar al vacío, como divinamente lo expresó Hopkins. ¿Usted salta?

 

–Sí, claro.

 

–¿Tiene miedos?

 

–Salto porque tengo miedos. El miedo me impulsa, me salva, es un resorte que me tira para delante. Es una especie de motor que me mueve para quitarme esa incomodidad. Esa acción es la que te lleva a poner un pie delante del otro y así avanzar.

 

–Me cuesta pensar que se mueve por miedo. ¿Es realmente así?

 

–No, no es el eje, pero es un elemento.

 

–¿Cuáles son sus miedos, entonces?

 

–Depende del rubro. Cuando ando en moto me da miedo que alguien vaya manejando y escribiendo un mensaje de texto y no me vea, cuando subo al escenario me da miedo no poder convocar la emoción y trabajar de forma técnica y que la gente se dé cuenta, en mi relación con mi mujer me da miedo dejar de ser interesante para ella con el tiempo y dejar de sorprenderla... tengo muchos miedos.

 

–Son miedos lógicos, no parecen miedos monstruos.

 

–Cuando era chico sí tenía el miedo monstruo de que no me quisieran. Mis padres se separaron cuando yo tenía tres años y engordé. Y en mi adolescencia me quedé afuera de un montón de cosas por ser “el gordito”. Desde gustarle a una chica hasta hacer deportes. Y eso me llevó a volverme introvertido. Creo que eso también fue lo que me acercó a la actuación. Porque iba al cine y veía Indiana Jones o La guerra de las galaxias y me daba cuenta de que había otras realidades que uno podía habitar por un rato. Terapia mediante descubrí que lo que buscaba al principio no era actuar, era escapar de una realidad que no me gustaba. Y hoy sigue habiendo algo de eso. Uno puede esconderse detrás de un papel y animarse a cualquier cosa, mientras que como uno mismo aparecen los miedos y los límites.

 

–¿Se la juega?

 

–Sí, claro.

 

–¿Hasta dónde?

 

–Hasta donde me animo, hasta donde me dejan, hasta donde me dejo. Creo que ahora que estoy envejeciendo felizmente estoy más osado y me animo más que antes. Creo que tiene que ver con el hecho de conocerse, y de mirarse al espejo y estar conforme con uno mismo.

 

–¿Y con las contradicciones, cómo se lleva?

 

–La contradicción es parte de la condición humana, y poder aceptarlo y abrazarlo implica honestidad con uno mismo. Puedo querer tomar un café amargo y más tarde pedir otro con azúcar. O querer dos cosas distintas al mismo tiempo. Pero esa honestidad que te hace querer dos cosas opuestas es asumirse humano y permitirse, con mayúsculas.


"Me la juego hasta donde me animo, hasta donde me dejan y hasta donde me dejo. Ahora, de grande, estoy mas osado”


 

 

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