Paloma Herrera: cuando no hacen falta alas
Honra el ballet con su presencia y nos halaga por ser argentina. Es la mejor en su carrera por volar como pocas logran hacerlo, pero tiene los pies en la tierra a la hora de comprender la vida.
Nos recibe en la casa donde nació, un espacioso departamento de la Recoleta en el que se respira un aire intelectual y cálido. Nos sentamos en el living y sin mayores preámbulos nos metemos en la vida de Paloma porque todo lo que nos rodea nos refiere a ella.
Fotos, libros de los mejores fotógrafos del mundo, premios; un completo y fascinante mundo que nos lleva a querer permanecer, al menos un ratito, en él.
Paloma sonríe casi todo el tiempo.
Acompaña sus palabras con movimientos gráciles, ligeros, creando la música que acompaña el momento. Su encanto llena la sala.
Este es un reportaje para disfrutar con la misma armonía con la que se contempla una obra de ballet o una buena ópera.
–Antes de los quince años bailó en el Colón, en la Escuela de Ballet de Minsk, en el School of American Ballet y en el American Ballet Theatre. ¿Cómo lo vivió?
–Fue muy intenso, lleno de cambios y desafíos constantes.
–Hoy puede tener una percepción objetiva y clara al respecto. ¿Cómo lo percibió a través de sus ojos de niña?
–Para mí fue lo más natural del mundo.
Es muy cierto lo que decís, porque hoy veo a chicas de nueve años y son niñas, y a esa edad yo estaba concursando y me parecía completamente normal. Nunca sentí presión, nunca me hice un planteo al respecto.
Para mí era así y listo. Estaba haciendo lo que quería y me alegraba que mi familia me acompañara en este camino. No puedo quejarme de nada, ni caer en el cliché de “no tuve infancia” y esas cosas que suelen suelen decir algunas personas. Esa era mi infancia y la estaba eligiendo, con lo cual era completamente feliz. Si volviera el tiempo para atrás haría exactamente lo mismo.
–Eso es lo más importante de todo. No tener arrepentimientos.
–Eso jamás. Hoy puedo ver que mi infancia fue diferente de la del resto de mis amigas, pero no lo percibía cuando era chica porque estaba completamente focalizada en bailar. Iba al Colón a la mañana, después al colegio y después tomaba clases con Olga Ferri. No faltaba nunca, aunque estuviera enferma. No tuve la típica infancia. Desde muy chica estuve completamente focalizada.
–¿Desde cuándo supo que quería ser bailarina?
–Desde el primer día. Tenía siete años cuando tomé mi primera clase de danza y lo supe. Y jamás dudé. Siempre que miro para atrás estoy contenta con la elección de vida que hice. Ahora veo que es muy loco para un chiquito tener tanta claridad, pero a mí me pasó al revés que al resto del mundo. Lo que no podía comprender era por qué la gente se preguntaba qué hacer de su vida. Más que eso, yo creía que la gente nacía sabiendo qué iba a ser. No comprendía la duda.
–Vivir lejos de su familia a los quince años no es algo que se vea muy seguido. ¿Cómo fue su experiencia?
–Igual que todo lo demás. Lo viví con completa naturalidad porque esa era mi vida. No me planteaba nada, al contrario. Me había pasado años mirando videos del American Ballet y de obras clásicas, a Baryshnikov… Y de golpe, estar en Nueva York y poder ver las obras en vivo, audicionar y que me dieran un contrato, fue algo tan inesperado y mágico que para mí no había chance de no tomarlo. Nunca tuve planteos sobre extrañar o querer volver. Jamás, porque eso era lo máximo que me podía pasar.
–¿Dónde vivió en esa época?
–Los primeros meses viví en una residencia y después me instalé en la casa de unos amigos de mis padres que me acogieron como si fuera su hija. Con ellos viví hasta los 18 años, luego me fui a vivir sola. Para mí esos años fueron muy importantes, y les agradeceré siempre por tratarme como a una hija. Ahora, para mí mi familia es lo máximo. A mis padres les debo todo.
No sólo la vida, mi carrera, todo. Ellos me apoyaron y acompañaron siempre, y siento que todo lo que soy es, en parte, gracias a ellos.
–Y vivir sola ¿cómo fue?
–Siempre diferente, muy cambiante. Igual que ahora en algún punto. La diferencia básica está en la época del año. Cuando tengo un par de días libres, me vengo para acá. Mi país es muy fuerte para mí. Si estoy con ensayos mi vida es más rutinaria, de 10 a 19, como horario de oficina, y si estoy con obra tengo más tiempo libre.
–¿Cómo es un día en la vida de Paloma?
–Me levanto temprano, voy a ensayar y cumplo ese horario. Entonces, me queda tiempo libre para hacer algo a la noche. Tomo mi clase de yoga (practica Bikram) y después hago algún plan. Me encanta ir al teatro. Hace poco fui a ver Evita, y me encanta ver otras obras de ballet también.
–Mucha actividad. ¿Duerme poco?
–No tengo problemas con el sueño. Hay personas que si no duermen ocho horas no funcionan. Yo no soy así, puedo dormir pocas horas y trabajar sin problema. Después recupero el fin de semana. Lo mismo cuando tengo funciones, me acuesto tardísimo y después acomodo.
–¿Cómo es su vida cuando tiene funciones? ¿Cambió mucho desde que era chica hasta ahora?
–Justo en ese punto no. Es exactamente igual. No importa lo que baile, siempre hice la misma preparación antes de entrar en el escenario. Llego tempranísimo y me entrego a este ritual que amo. Y después empieza la función.
–¿Está contenta con su carrera?
–¡Feliz! Ahora, si tengo que ser sincera, siento que siempre me quedan cosas por hacer. Ya bailé todos los roles, pero dentro de mí tengo esa sensación. ¿Será porque lo amo?
–No lo dudo. Se lo pongo en otros términos entonces: ¿Paloma Herrera niña cumplió todos sus sueños?
–Pienso que ni en mi imaginación más alocada hubiera podido imaginar lo que me pasó.
Por eso soy una eterna agradecida de la vida, porque todo lo que sucedió superó cualquier sueño de la infancia.
–No llegó a soñarlos y los cumplió.
–Sí. Era algo tan imposible de alcanzar que no lo soñaba. Por eso cumplirlos es casi bizarro. Es tanto lo que recibí de la vida, que vivo agradecida. No soy de ese tipo de personas que siempre piden más, al contrario. Yo agradezco todo lo que tengo y todo lo que soy.
–¿Qué otras formas de arte le atraen?
–Todas. Como dije, me encanta el teatro, la danza contemporánea y soy buen público cuando veo ballet. Soy muy abierta en todo lo que tiene que ver con expresiones artísticas. En música, por ejemplo, me gusta todo.
–¿Con quién le gustaría bailar? Vivo o muerto.
–Con Baryshnikov. Él es mi ídolo.
–Bueno, Baryshnikov incursionó en la actuación. ¿Qué otro tipo de expresión artística le divierte como para probarla?
–Me divertiría actuar, pero no sé si puedo hacerlo. Depende del proyecto, y de cómo me salga (se ríe). Cuando una es artista tiene la intención en todas las artes, pero eso no quiere decir que pueda interpretarlas. Ayuda, pero no define.
–¿Cuál es su expresión artística favorita, fuera del ballet?
–La música. Es algo que siempre me acompaña, siempre está conmigo y, sobre todo, creo que la música es maravillosa porque se siente en el cuerpo y a mí me llena el espíritu.
–¿Cree que el arte es transformador?
–Sí, claro que sí. Cuando llega, transforma.
–¿Qué consejo le daría a alguien que quiere entregar su vida al arte?
–Si es genuino, ¡adelante! Si lo hace por la fama, mejor que busque algo más legítimo… al menos de esa manera lo veo. No concibo a la gente que hace algo sólo para ser famosa.
–Y hay mucho de eso hoy.
–Lamentablemente.
–¿Y a alguien que quisiera ser bailarina?
–No es una carrera fácil, demanda todo, y la verdad es que más allá del esfuerzo de cada uno, el factor suerte no puede faltar para que el círculo termine de cerrarse.
Incluso hay factores naturales, como nacer con un determinado empeine, que hacen una gran diferencia. Me encantaría poder decir que si uno trabaja duro, llega, pero no es verdad. Sería más justo, pero la realidad es diferente. Por eso tanta gente estudia danza y tan pocos llegan.
–¿Le atrae la tecnología?
–Soy cero tecnológica. No tengo Facebook, ni Twitter. Para mí la computadora es un aparato para enviar y recibir e-mails.
–¿Es social o solitaria?
–Soy solitaria por el estilo de vida que llevo desde que soy muy chiquita. Por este motivo valoro muchísimo a mi familia y a mis amistades