Mey Scápola, actriz y directora: "Cuando vamos a ver algo queremos sentir, pensar"
Es la hora de la cena, y Mey Scápola, actriz y directora teatral, conversa con El Planeta Urbano mientras le prepara la comida a su hijo León. Demasiado atrás quedó la mañana en la radio junto al equipo de Andy Kusnetzoff, donde recomienda obras con precisión quirúrgica: dan ganas de verlas todas. Hace nada finalizó el ensayo de "Las cosas maravillosas", que estrenó los últimos días de abril en el Multiteatro Comafi bajo su dirección.
En este unipersonal, una hija comparte el agridulce viaje de rescatar a su mamá de la depresión. Lali González es quien desarma una cadena de intentos, incluso con humor, y jamás golpea bajo. Algo que podrá comprobar el público, protagonista activo, en un teatro que pone en juego como pocas veces el histórico tabú de la salud mental.

–¿Cuál es la potencia del unipersonal?
–El trabajo en dupla con la actriz. En este caso, una comunión absoluta con Lali. El desafío de aprender con quién estás trabajando: sus emociones, sus límites, dónde brilla más. Dirigir es acompañar. Esta obra propone un desafío doble porque cada ocho semanas cambia de protagonista y el juego empieza de nuevo. El tema es que una se va enamorando del intérprete; como si fuera una orquesta, tocás con un piano, en ocho semanas con un saxo. La melodía es la misma, pero tenés que ir respetando distintos instrumentos.
–¿Cómo suena Lali González?
–De lujo. Lali, al ser la primera, fue la más valiente. Esta es una obra hermosa pero muy fuerte. Debuto en dirigirla con ella; vengo probando todo lo que se me ocurre. Y la llamé yo, ¡la amo, la amo! ¡Qué bien hice en llamarla, qué agradecida estoy! Es maravillosa, me emociono cada vez que la veo. Es una generosidad tan inmensa de su parte haber confiado tanto en mí... Me tengo que desenamorar de uno para que suene el siguiente instrumento. ¡Me tengo que desenamorar de Lali!
Cuando llegue el próximo intérprete ya habrá un camino muy importante recorrido junto con ella. La obra, además, es de una puesta muy minimalista; pide que no haya luz teatral ni diferencia entre intérprete y público. Es decir, estamos solas.
–¿Qué se siente?
–Y... a mí la falta de estética me desespera. Te deja muy desnuda. Somos Lali y mis indicaciones. Y el público, que es claramente el otro personaje.
–¿Cómo trabajás con un público al que no podés dirigir?
–Les damos un protocolo que establece las formas en las que pueden intervenir. A veces lo hacen con vergüenza, otras de forma muy activa, siempre de manera muy cuidadosa. Su participación es sutil pero fundamental. Detesto esa moda del teatro inmersivo, por eso para mí fue un desafío encarar la dirección.

EL TEATRO INMERSIVO COMO DESAFÍO
"Las cosas maravillosas" recorrió el mundo y se estrenó en la Argentina en 2022 con Peter Lanzani como protagonista, bajo la dirección de Dalia Elnecavé. Este año tiene un elenco rotativo y el próximo en debutar será Franco Masini. Es decir, cada actor tendrá temporadas limitadas: entre seis y doce semanas cada uno.
–¿Por qué no te gusta el teatro inmersivo?
–Porque es una moda absurda, pero en esta obra las personas se brindan de manera especial. Su participación es de una sutileza hermosa, no conozco a nadie que la haya visto y no le haya partido la cabeza. Lali y Peter decían que, sin ponernos en autoayuda, esta obra tiene algo muy sanador.
–Viviste cosas duras, como la operación de tu hijito a corazón abierto cuando tenía menos de dos años. ¿De qué manera te interpela transitar la dirección de una historia que pide cierta redención cuando todo parece caerse a pedazos?
–No soy una persona quejosa, no me gusta la gente que se queja. Supongo que porque me han pasado cosas, y si no me quejé yo en ese contexto, no te quejes vos por cualquier cosa. Sobre todo cuando hay gente que no tiene para comer o tiene hijos enfermos. León fue prematuro, lo operaron del corazón. A su papá lo habían operado del corazón dos años antes, pasamos miles.
Obviamente, en ese momento dije: “¡¿Por qué a mí?!”. Yo no hice una lista para ser feliz como este personaje, pero en un punto sí, y lo agradecés, porque vale la pena desearlas; estamos de paso.

–¿En qué te sanó la obra a vos?
–Estuve 20 días sin dormir porque pensaba que no me iba a salir, que Lali no me iba a entender, que yo no podía tener la capacidad de decirle qué pasaba en la historia. Me acordé de mis 15 años, las clases con Agustín Alezzo haciendo monólogos. La importancia de la palabra: ¿dice “hospital” y se ve un hospital? Paralelamente, la cuestión personal que implica poner el cuerpo. Lali dice “disfrutar el presente”, disfrutar de esta horita. Yo me voy a comer una empanada por ahí y puedo ser feliz.
Si estoy mal y veo a una amiga, me cambia el día; saber que puedo ver una amiga me da ganas de vivir. Y así con todo. Si tenés un hijo al que lo operan del corazón, o te pegás un tiro o tratás de seguir lo mejor posible. Con angustias, por supuesto, pero la vida es así. La obra te invita a filosofar sobre ese eje y no por autoayuda, tampoco como ingenuos. No se trata de saltear la angustia sino de explorar juntos cómo atravesarla.
–¿Podrías trazar cierto diálogo con la coyuntura pospandemia?
–Estamos atravesando un momento difícil, duro. Mirás al costado y no podés ser indiferente a lo que pasa. Tener sensibilidad es ver eso y respetarlo. Sin embargo, eso no es todo: se hicieron cosas horribles pero también se dieron otras positivas.
Como propone esta obra, las cosas pueden no ser maravillosas, pero mejoran. Hay un momento en el que jurás que no, pero tenés que creer que sí, que va a pasar; si no, te hundís. Encima me encanta que sean dos minas que cuenten cómo salir de la depresión. Cuando llegue Franco será otra historia; cada persona va buscando sus propias herramientas.

–¿Cuáles son las tuyas?
–Hace tres años estudio astrología, la uso para mí. Es un lenguaje que me ayuda a entenderme, me sirve para trabajar lo que sé que tengo que trabajar. Soy re insegura y dudo de todo; no soy positiva pero no me quejo. Creo que cuanto más grave es la cosa, más para arriba se sale. Digo: “Es la que me tocó”, y funciona; tengo un hijo sano, hermoso, está perfecto hace ocho años. Si te toca algo así no te morís, estás ahí abajo esperando que todo esté bien. Que te toquen otras maravillas.
–¿Cómo trabajaron un tabú atávico como la salud mental, especialmente de una mujer, cuando no es tema de agenda tampoco en el teatro?
–La salud mental, sin duda, es un estigma. Que el teatro le abra paso es increíble. Parece que es mejor hablar boludeces y subestimar al público: “Solo quieren divertirse”, dicen. No sé, eh. Cuando vamos a ver algo, queremos sentir, pensar. Y todos tenemos a alguien, si no somos nosotros mismos, que la está pasando mal o está deprimido o con ataques de pánico. No es algo tan lejano.
–¿Cómo notás el impacto en el público?
–Lloran, ¡pero bien! La obra dice algo muy de este momento: ayudar al otro te salva. No por caridad o positivismo; intentar salvar te sana, nos sana.
Fotos: Alejandra López