Julio Chávez: “De la edad, la enfermedad, la muerte y el sexo no se habla así porque sí”
“Cuando la miro”, la primera película de Julio Chávez como director, se presentó en competencia en la sección Punto de Encuentro de la semana internacional de cine de Valladolid, y pronto viajará al Festival del Cinema Ibero-Latino Americano di Trieste. En este film, que además se ocupó de escribir y protagonizar, Chávez le dio vida a Javier, un artista plástico que decidió comenzar a filmar a su madre ante la inminente llegada de su muerte.
El registro, que denota un permanente reencuentro de dos a través de las palabras, las miradas y los silencios, expone la historia de una fascinación y las profundidades enigmáticas que se exhiben en el ser humano cuando se detiene en la contemplación, tanto de un otro, como de sí mismo.
–Una película así, sólo puede estar hecha por un gran observador.
–Bueno, yo no voy a hablar en esos términos de mí, porque si no, sería un gran vanidoso; pero la película es un homenaje a la observación y a la mirada, sin dudas. A esta altura del partido entiendo que una de las cuestiones más importantes para un artista es aprender a recibir el mundo y dejarlo que se exprese.
Mirar es un acto de construcción, vos construís el mundo mirándolo; y en la película, el objeto fascinante para mi personaje es la madre, pero ese objeto no tiene sentido si no es observado. Por eso me halaga lo que me decís, porque en esta época, el acto de observar es subversivo. Es importante volver a una ocupación que los humanos tenemos y que está pasada por encima.

–¿En dónde te detenés con la mirada?
–Te diría que, donde miro, siento interés. Me gusta ver hasta cómo mentimos, cómo las personas creen que cuentan lo que quieren contar y no se dan cuenta de que están contando otra cosa.
–¿Y cómo te sentís con las miradas sobre vos?
–Eso me da pudor.
–¿No es extraño, siendo vos un artista que requiere de la mirada ajena?
–Lo que pasa es que, cuando yo no estoy haciendo un ejercicio actoral, soy la escena menos interesante, quiero otra escena que no sea yo. Últimamente estoy mucho más vergonzoso y pudoroso que antes, me encuentro con la cabeza o la mirada baja.
Te diría que, si es que crezco como actor, y no me refiero a la edad, mi persona es más tímida. No le encuentro mucho interés a lo que cuento en la vida. ¿Qué importa que vaya a comprar una gaseosa al kiosco?, ¿qué tiene de interesante eso para que una persona me mire?AMOR Y CONTROL
–En la película, tu personaje se quiere hacer de recuerdos para controlar una situación. ¿Tenés alguna similitud con esto? ¿Te gusta tener todo bajo control?
–No… (piensa mucho), aunque yo no me puedo presentar como alguien que no intenta tener control. Lo que pasa es que estoy tan acostumbrado a controlar todo, que pareciera que no, pero sí. Por ejemplo, yo no manejo, y uno de los motivos es porque sé que voy a matar a alguien, estoy seguro, soy muy despistado (se ríe).
Pero cuando voy en un coche, manejo con el que está manejando, controlo dónde estoy, por dónde pasa el colectivo, dónde está la puerta de salida, y además trato de ver qué intenciones tiene la persona que está enfrente.
¿Te diste cuenta que pasé de un “no” a un “recontra sí”? Como verás, así como soy recontra observador, puedo llegar a ser recontra mentiroso, porque si dije esto habiendo dicho lo otro… (se ríe).

DEL CINE AL TEATRO
La pantalla grande no es el único territorio que Chávez supo conquistar este año. Por tercera vez, pisa los escenarios porteños con “Yo soy mi propia mujer”, un espectáculo basado en la vida de Charlotte Von Mahlsdorf, la travesti alemana que sobrevivió al régimen nazi y creó un museo en Berlín con los objetos de arte y el mobiliario que rescató de los embates de la Segunda Guerra Mundial.
Más que una obra de teatro, lo que encarna Julio es una clase de actuación magistral, que no solamente invita a transitar emociones profusas, sino también a preguntarnos sobre las inquietudes que tenemos en base a las libertades.
–¿Notaste que la obra de teatro tiene varios puntos en común con la película?
–Eso fue absolutamente casual, pero es así. Ambas cuentan la historia de una persona que tiene una fascinación con un objeto, por el cual sienten veneración, respeto, duda, misterio, enigma. Junto con Camila Mansilla, con quien escribimos el guion de la película, quisimos traer esto de creer que uno puede captar la naturaleza de lo que ve, aunque eso que uno ve tiene que ver con las construcciones y es un misterio. Siempre hay algo que no está dispuesto a revelarse.
–¿Cómo te encontraste volviendo a hacer “Yo soy mi propia mujer” sin tu compañero y maestro Agustín Alezzo?
–Con Alezzo hemos tenido un vínculo de mucha intensidad, él me ha formado. Lo conocí a mis 16 años cuando ingresé al conservatorio y él era rector. Fue tan benévolo lo que yo tuve con él, tan hermoso el proceso de nuestros ensayos con esta obra, hubo tanta afinidad, tanto respeto, y yo a Alezzo lo tengo tan internalizado en mi experiencia, que no tuve ni un solo momento de melancolía ni de tristeza porque se haya muerto.
No lo extraño porque está. Está en mí, está en mi formación, está en la obra, está en las decisiones que se toman. Te diría que no tengo nostalgia. En tanto esa función se haga, Agustín está.

–Estrenaste por primera vez esta obra en un contexto sociocultural completamente diferente al actual, donde muchos de los temas que se mencionan en el texto eran transgresores para la época. ¿Por qué elegiste volver a hacerla?
–Creo que, en cierto sentido, estamos en una época más complicada, porque está sobre la mesa algo que aparentemente es aceptado pero habría que ver de qué manera. Charlotte quiere ser diferente y su identidad se articula por la no-aceptación. Es decir que, en esta obra, la transgresión forma parte de un impulso casi erótico en relación al mundo.
La sexualidad tiene zonas de mucho tabú, mucha prohibición, y esta aparente autorización que la civilización pretende darnos está muy bien si lo que se hace es no castigar, no reprimir, no dañar.
Pero la sensación de lo privado también le pertenece a la sexualidad. Se dice que ser libre es: “Hablá, decí, mostrá”. ¿Quién dijo que eso es la libertad? Eso es la pornografía contemporánea.
ZONA PROTEGIDA
–Charlotte tiene que trazar muros invisibles para sobrevivir y protegerse. ¿Tuviste que hacer algo similar a lo largo de tu vida?
–Sí, pero no con cuestiones sexuales como le ocurre a ella. A mí lo privado me parece importantísimo. Además, me gustan los muros y los he sabido trazar. He hecho un oficio en relación a la expresión y a la subjetividad, y soy muy consciente cuando decido hablar y cuando decido no hacerlo, hago un ejercicio de esa decisión.
Sí tengo un dolor histórico que es como un gran muro invisible que tracé en relación al mundo, y tiene que ver con la existencia. Es una herida casi congénita, como un tema ontológico.
–Hay algo muy marcado en la obra que tiene que ver con lo que los demás esperan de uno, todo lo que depositamos en el otro y lo que generamos teniendo ese accionar.
–Yo me hago cargo de todo eso y generalmente no lo pongo en el otro, lo pongo en mí. Lo que yo puedo hacer como una educación hacia mí mismo es no hincharle las pelotas a nadie y no ser impertinente. Creo que somos bastante impertinentes y hablamos de cosas que son impertinentes.
Yo una vez le dije a un colega tuyo que de la edad, la enfermedad, la muerte y el sexo no se habla así porque sí, son cuestiones muy personales. Es una experiencia que cada uno tiene consigo mismo sumamente privada.
Por ejemplo, yo todavía tengo en la cabeza eso de que si uno tiene hijos está más realizado. Eso está en mi cabeza, yo lo tengo como estructura pero trato de hacer un ejercicio para erradicarlo y no lo hago a la fuerza, lo gobierno de a poco. Eso que se erradica a la fuerza, vuelve más fuerte.

–¿Creés que tu oficio te permite ser una especie de alquimista que regala su arte a partir de la construcción de una realidad distinta?
–Sí, sin lugar a dudas, además de que hago de mi vida una alquimia. Me he ocupado de hacer del oficio una herramienta que pueda transformar lo no dicho en dicho, de que mi experiencia pueda tener un lenguaje. Tengo un oficio que me hace transformar, a través de una articulación artística, la existencia; y así es como también hay alquimia en mí.
Hay un libro que me encanta que se llama “Una pena observada”, y me gusta mucho el título porque habla de una pena que, para ser comunicada, tuvo que ser observada primero. Alguien se detuvo a hacer algo con esa emoción. Muchos seres humanos han sufrido por amor, autores, escritores, pintores, artistas, que han hecho de la experiencia otra cosa, no se quedaron solamente en el dolor, fueron más allá y se dijeron: “¿Qué hago con esto?”. Y ese pasaje, que para mí tiene que ver con una transformación, es un pasaje alquímico.