La Vela Puerca: "El desafío fue siempre patear nuestro propio tablero y buscar cosas nuevas"
Del primer show, el 24 de diciembre de 1995 en la vereda del bar El Tigre, en Montevideo, pasaron 27 años y ocho discos de estudio. Nadie duda al escuchar el nombre de La Vela Puerca, y todos alguna vez bailaron o saltaron con sus canciones. La banda de Uruguay consolidó oyentes a lo largo y a lo ancho de la región y logró exportar su música al viejo continente. Con las canciones como pasaporte, visitaron Alemania, España, México y Costa Rica, entre otros países.
El rugido de su música condensa un alto contenido social, existencialista, que produce una mezcla de alegría y rabia. La Vela, a secas, para fanáticos y ajenos, liderada por Sebastián “Enano” Teysera, grabó su primer disco gracias al concurso “Generación ’96”. De ahí salió Deskarado y fue el material que llamó la atención de Gustavo Santaolalla. A partir de ahí, lo que vino fue ascenso tras ascenso. El productor musical se hizo cargo de los discos De bichos y flores (2001) y A contraluz (2004) y frotó la lámpara de los hits.
Bajo la tutela del ex Arco Iris, surgieron los mayores caballitos de batalla de la banda. Temas como “El viejo”, “El profeta”, “Por la ciudad”, “De atar” o “Zafar” se volvieron irresistibles y los favoritos del público masivo. De aquella aventura que los depositó en aviones, giras y masividad lograron mantenerse vigentes, y los discos que vinieron no decepcionaron.
El más reciente, el que le sigue a Destilar (2018), que tuvo poco tiempo de presentación por el arribo de la pandemia, se llama Discopático. Y a estas doce canciones que lo integran las están sacando a pasear por todos lados. En una primera tanda de giras, visitaron Barcelona, Mallorca y Madrid. A nivel local, anduvieron por Bahía Blanca, Mar del Plata, Necochea, Olavarría, La Plata y Tandil. Y en la segunda parte los espera Chile, la ciudad de Córdoba, Rosario, un Luna Park y vuelven a donde empezó todo: Montevideo.
–En tiempos tan efímeros, ¿cómo logra sostenerse un proyecto de 27 años?
Sebastián Teysera: –Pateando su propio universo, más en una banda como la nuestra. Tenemos que deshacernos en nuestra forma de componer, en la creatividad. Hay que montar nuevas aventuras. Ese fue siempre nuestro desafío: patear nuestro propio tablero y buscar cosas nuevas. Después, las consecuencias no las sé.

–¿Los motivos de la rabia de sus letras siguen siendo los mismos?
S. T.: –Motivos diferentes. No sé si más o menos. Yo vivo en un paradigma que refleja como soy, mi romanticismo de un tipo cincuentón. Las cosas antes eran de una manera y ahora son de otra. Todo tiene sus pros y sus contras. Lo bueno y lo malo. Hay veces, quizás por error mío, que pongo en la balanza algunas cosas y el peso no me está quedando bien. Me surgen preguntas constantemente. Cómo se termina escuchando la música: por algoritmo o por la simple curiosidad de investigar. Cuánto valor tienen las cosas que no se crean o que deberían llevar otro tiempo.
Nicolás Lieutier: –A los veinte años había una rabia y una manera de criticar el mundo que ahora es un poco distinta. En los 90 había un odio de adolescente que hoy tiene varios cambios menos. Podés ser crítico o mostrar enojo, sí, pero ya no está esa vena hinchada de odio.
–¿Lograron adaptarse a los cambios de la industria y al arribo de las redes sociales?
S. T.: –Estamos en eso. Siempre fuimos unos inadaptados (risas). Todas estas cosas nuevas nos llevan nuestro tiempo. Tenemos que entender dónde y cómo. Tampoco somos unos viejos amargos.
N. L.: –Siempre luchando para que la ola no nos aplaste. Fuimos los últimos en tener Facebook y página de internet. Ahora tenemos TikTok. No sé qué mierda vamos a hacer con eso. Los cambios que nos imaginamos son en la música, en lo artístico. No en filmarnos o hacer una especie de programa de televisión. No somos comediantes/músicos, somos músicos solamente. Para hacer un videíto de algo todos los días está la gente que actúa, lo nuestro es hacer música.
S. T.: –Es como que tenés que hacer un millón de cosas ahora. Eso puede ser contraproducente y te puede jugar en contra. Me ponés a hacer un tiktok y retrocedemos casilleros. Me gusta que haya actividad en las redes, pero de la banda. No personal. Mi casa es mi casa y mi historia. Cuando la banda está activa, hay giras y demás, sacamos fotos y hacemos lo que haya que hacer. Pero de ahí a mantener ese dinosaurio voraz vivo, no. No estoy para hacer eso.
–¿La pandemia les cambió la forma de trabajar este último disco?
S. T.: –Totalmente. Salvo el primer disco, en el que tuvimos todo el tiempo del mundo, hacía rato que no hacíamos esto. Este álbum es el que más tiempo de trabajo tuvo. En los otros discos nos buscábamos un hueco entre gira y gira. No somos una banda que dice: “Esta canción la compuse en el hotel de no sé dónde”. Siempre fue más a las apuradas, buscando un espacio para componer. En este disco nos tomamos el tiempo necesario, y era hora.
N. L.: –Nació desde otro lugar. Surgió antes de la pandemia, por una idea del Enano, y nos mantuvimos bastante en eso. Hay líneas de bajo repetitivas, casi mántricas. Esta vez no trabajamos tanto desde la melodía de la voz.
S. T.: –Siempre fue melodía, secuencia de acordes con la guitarra criolla, después ir a la sala y vestirla entre todos. En este caso, nace desde la parte rítmica de líneas de bajo, después vinieron las guitarras, después los vientos, después la melodía y por último la letra. Fue un desafío y una forma de patear nuestro propio tablero. Y teníamos ganas de hacer algo para arriba, no tanto midtempo, medio oscurete.

–Las letras son uno de los rasgos característicos de la banda, ¿con qué amueblás la cabeza?
S. T.: –Libros, música, crochet, pesca, anestesia. Para mí es imposible escribir una buena canción si no leo. La lectura te da un montón de herramientas. Te pone en diferentes universos, te da vocabulario, te enriquece.
–¿Cantar es una consecuencia de tu gusto por escribir las letras?
S. T.: –Canto por accidente. Yo tocaba la guitarra en otra banda, hasta que un día faltó el vocalista y empecé a cantar. Lo que más me gusta es escribir las letras. También me da miedo y batallo contra la hoja en blanco. Es un espejo en el que no sabés qué va a salir. Hay cosas que las tenés claras y otras que te rodean y tenés ganas de escribirlas. Y otras que son totalmente inconscientes, en las que puede pasar algo divino o algo cruel. Esa sensación me fascina. También soy un poco enfermito de la métrica melódica, porque la melodía es la canción. Puedo estar una semana buscando una palabra para que entre en esa melodía. No cambio la melodía ni en pedo. En esos momentos me sale humo de la cabeza, pero es un desafío lindo. El idioma castellano es muy rico.
–Volvieron a trabajar con un productor (Alejandro Vásquez). ¿Cómo los trató la experiencia de integrar a una nueva persona en las canciones?
N. L.: –Siempre es encontrarse con un desconocido, al que metés en un proyecto donde son todos caciques. La experiencia fue bárbara. Hasta ahora la hemos pegado con los productores.
S. T.: –El tiempo que teníamos para hacer este disco, más el desafío que nos habíamos puesto para hacer las cosas diferente, más que los últimos dos discos los produjimos nosotros, nos dio como resultado que la llegada del productor fue una decisión correcta. En los últimos conciertos, antes de la pandemia, se acercó por su cuenta a vernos y ahí fue que terminó de cerrar todo. Esto también fue jugársela.
–¿Tuvieron que negociar mucho a la hora de decidir?
S. T.: –Nada. Tiene la capacidad de tirar una idea y después ver la dinámica de la banda y decidir de acuerdo con eso. No es que defiende a capa y espada todo lo que dice. Maneja una psicología increíble y eso fue fundamental.
–¿Alguna vez se traicionaron?
S. T.: –Siempre fuimos consecuentes con los pilares de la banda: no perder la amistad, no tocar en lugares en los que nos sintamos incómodos. Esos son puntos fundamentales que hemos mantenido durante estos 27 años. Puedo decir que en esta banda seguimos siendo los mismos. Una locura eso.
Fotos: Santiago “Gallo” Bluguerman