La música es geometría: cómo influyen todavía hoy las enseñanzas de Pitágoras, el gran maestro matemático
Pareciera ser que Pitágoras no fue sólo el del teorema. Es más, aquella regla establecida del triángulo que nos han enseñado alguna vez en el colegio es, en realidad, una proposición de origen egipcia que le fue adjudicada. Y aún hay más: pareciera ser que tampoco fue sólo lo que nosotros entendemos como un matemático, de hecho, la palabra “matemáticas” –al igual que la palabra “filosofía”– la acuña el propio maestro griego.
Jaime Buhigas es, entre muchas cosas, investigador de la Geometría Sagrada, especializado en la sección áurea y la simbología pitagórica. A partir de sus estudios y experiencias, afirma que Pitágoras fue uno de los grandes iniciados de la historia y un renovador absoluto a la hora de entender el universo a través de los números.
Sostiene que las matemáticas no son cifras, sino símbolos. “Todos aquellos que tienen aversión a las matemáticas, erróneamente inducidos por malos profesores, desechen ahora mismo todo lo aprendido”, dice Buhigas. “Las operaciones, la analítica, el álgebra y el cálculo son la versión más prosaica y absolutamente vulgar del arte y de la poética de las matemáticas. Los números tienen una dimensión cualitativa, no cuantitativa.”

La Tetraktys: el 10 perfecto
Para la hermandad pitagórica, los números eran la clave de toda la naturaleza y la interpretaban a partir del uso de la Tetraktys (ver foto), una figura representada por un triángulo equilátero con diez puntos colocados en cuatro líneas: un punto en la primera, dos en la segunda, tres en la tercera y cuatro puntos en la cuarta. El resultado de todos los números o puntos sumados daba diez (1 + 2 + 3 + 4 = 10), el número perfecto y más poderoso para la hermandad.
Su veneración no es aleatoria sino que representa los patrones de la creación de todo lo que existe, de la armonía y la esencia numérica de todas las cosas. Como un árbol de la vida pitagórico, una brújula, una guía.
A partir del monocordio, instrumento al que le sumó cuerdas y diferentes pesos en sus extremos, Pitágoras descubrió que cuando sonaban juntas la primera (1) y la cuarta (4), producían el intervalo armónico de una octava, e hizo lo propio con las siguientes (2 y 3).
Después de una larga experimentación con todas las cuerdas, obtuvo lo que luego denominaría “leyes armónicas”. ¿Cómo entra la Tetraktys en todo esto? Ese triángulo sagrado, regido por los números 1, 2, 3 y 4, también revelaba los intervalos de octava. En pocas palabras: Pitágoras descubrió que la frecuencia del sonido era inversamente proporcional a la longitud de la cuerda. Y todo esto se transformaría en el nacimiento de la escala musical.

La armonía sideral
Según la hermandad, si en el número estaba la clave de toda la naturaleza, entonces se podrían deducir los intervalos de todo lo que existe. Así como los cuerpos terrenales producen vibraciones, lo mismo ocurría con los cuerpos celestes.
Pitágoras sostuvo, a partir de su descubrimiento musical, que el sonido emitido por cada planeta corresponde a un tono diferente y que cada uno se diferenciaba del otro según su desplazamiento, magnitud, celeridad o distancia. Por ejemplo Saturno, el planeta más lejano en esa época, producía una nota más grave que Venus, que está más próximo a la Tierra y, por ende, es más aguda.
Lo que ocurre con estas melodías planetarias es que no poseen intervalos de silencio, y como el sonido se percibe por mutuo contraste con el silencio, de no apagarse, es imperceptible al oído del hombre. La podemos sentir porque gobiernan los ciclos biológicos y de la naturaleza, pero no las podemos escuchar.
Por esto se afirma que lo más parecido que podemos percibir a la música de las esferas hoy en día sería el silencio. Esto no significa que jamás las vayamos a escuchar, de hecho hay quienes afirman que Pitágoras lo hacía, pero hoy, sumidos en un mundo gobernado por el caos, es muy complejo.
Buhigas manifiesta: “El silencio no es una ausencia de sonido sino que es el sonido que está siempre, es aquello que se escucha cuando todo los demás se anula. Es la manifestación más elemental del orden con el que se ha hecho el mundo, y por eso los pitagóricos lo adoraban, porque el paradigma es escuchar el silencio. ¿Qué tienen en común músicos, matemáticos, arquitectos, pintores, sacerdotes y místicos, entre otros? Que todos, lo sepan o no, son geómetras. La capacidad integradora de la geometría es el mejor camino para llegar a un conocimiento universal, único y verdadero. No en vano la realidad es geométrica y desentrañar su misterio nos permitirá comprender el orden que rige en el universo”.

El poder de la música
Buhigas explica que Pitágoras y su hermandad, como es habitual en grandes iniciados o personas que vinieron a traer mensajes trascendentales o espirituales, ejercían la curación a través de la mímesis. Cuando una persona estaba enferma (el caos) se la exponía al orden (el cosmos). ¿Y qué más ordenado que la música? El maestro griego reconoció la profunda impresión que causaban las melodías en el cuerpo de las personas y preparaba diferentes composiciones diseñadas en función de los números, de acuerdo a las dolencias del enfermo.
“El ejercicio de su arte curativo era a través de la manifestación más directa, potente y trascendental del número: la música”, reitera Buhigas. “Cuando uno va a un templo, de la religión que sea, ¿cómo la música no va a ser fundamental si es el orden de cómo está hecho el universo? El objetivo de la música es el silencio; el objetivo de la curación es el cosmos absoluto. La música eleva el espíritu, dicta emoción y nos dirige. Incluso, el gran mito de los pitagóricos era utilizado también por los arquitectos de las catedrales que, lógicamente, las construían a partir de los mismos números con los que se componía la música que luego allí sonaría. Y es que sabían que existe un lenguaje total y absolutamente universal: el lenguaje de los números, el lenguaje de la geometría.”
Muchos historiadores cuentan que existen varios artistas que incorporaron la información de Pitágoras en sus obras. Tanto la Catedral de Chartres, en Francia, como la Catedral de Colonia, en Alemania, fueron construidas con proporción musical. Johann Sebastian Bach y Robert Schumann encriptaron cifrados y símbolos numéricos en sus piezas.

Incluso hay quienes afirman que la Catedral de los Catorce Santos se armó en función de El Clavecín bien templado, de Bach. A William Shakespeare se le atribuye, en la obra teatral El mercader de Venecia, una conexión con la música de las esferas cuando escribe: ‘Ni el astro más pequeño que veas en el cielo deja de imitar al moverse el canto de los ángeles’. En el libro Secretos de la alquimia, Helmut Gebelein cita a Goethe hablando con Eckermann: “He encontrado entre mis papeles una hoja en la que me refiero a la arquitectura como música petrificada. Y, realmente, algo de ello tiene; la atmósfera que surge de la arquitectura se aproxima al efecto de la música”.
Después de todo, me pregunto, ¿seremos capaces de trascender el paradigma y conectar con la esencia de las melodías del orden y el silencio? Buhigas nos regala unas palabras finales: “La música es geometría en el tiempo. Este señor, y toda su hermandad, curaban a través de la música. Y queda el legado –más allá de la curación– de las matemáticas, que espero las consideren como una de las grandes vías trascendentes de la humanidad que, como tal, estamos llamados a recuperar y disfrutar”.