Crecer, soñar, amar
Una novela sobre una curiosa y solitaria nena que tiene insomnio y la reedición de una historieta que retrata un mundo en el que sólo sobrevivieron quienes no tuvieron su despertar sexual. Para viajar a la niñez y volver a enfrentarse con el miedo a crecer.
¿Cómo sueñan los niños? ¿De qué pesadillas escapan? ¿Quiénes somos cuando dormimos? La protagonista de La máquina de proyectar sueños, de Cecilia Szperling, es una nena con problemas de insomnio. Mientras la noche avanza y sus ojos siguen abiertos, ella reflexiona sobre lo que implica ver dormir a los otros, que no pueden ser interrumpidos, que parecen muertos. En la habitación que comparte con sus dos hermanas, ve sus cuerpos rendidos con respiraciones pesadas, vencidas de cansancio a pesar de sus intentos por retenerlas despiertas contándoles historias a la manera de Scheherezada. Pero en sus mil y una noches, sólo ella sigue en vela.
Son nenas criadas en un ambiente artístico, ateo y científico (con un padre abogado y una madre química, que también es declamadora), niñas que juegan al Big Bang en el living mientras suenan sinfonías para ballet. Por eso no faltan las referencias literarias (Tolstoi, Poe, Chèjov), las citas pictóricas, las contraseñas musicales. Todo un universo de consumos culturales que forman parte de sus vidas cotidianas y que luego se extienden a sus amigos, sus pretendientes, sus primeros novios.
La narración atraviesa distintos momentos de su niñez y adolescencia de manera intercalada, con la particularidad de que sus recuerdos son siempre en tiempo presente, como si los episodios que las marcaron aún les siguieran pasando. Y entre los pliegues de ese mundo aparece la última dictadura militar en la Argentina, con escenas breves pero sumamente potentes, como cuando los padres de una amiga llegan a su casa disfrazados para que no los descubra la policía y le dejan en custodia nada menos que una bomba molotov a una adolescente.
A lo largo de la novela, un hecho se instala con la potencia de los peores temores: la enfermedad del padre (que primero se insinúa y luego arrasa con todo), que lo vuelve sospechoso ante los ojos de su propia hija, al punto de que no quiere que sus nuevos compañeros de escuela lo conozcan porque la enfermedad lo volvió deforme, extraño, casi otro. Ese es el quiebre para que empiece una nueva etapa: “Esa era la vida real. Ahora empieza la ficción”, dice. Pero la vida sigue. Y el epílogo de la novela se encargará de acomodar los restos.
La máquina de proyectar sueños es un libro inteligente, original, con mucha poesía, donde lo real se mezcla con lo onírico. Ideal para viajar a la niñez de un tirón y conjurar pesadillas, o irse a dormir –una vez más– con la luz encendida.
UN TERRITORIO SEGURO
Cuando los guiones de Carlos Trillo se encuentran con los dibujos de Horacio Altuna algo estalla. Pasó durante décadas: fue la dupla detrás de clásicos de la historieta argentina como El loco Chávez o Las puertitas del señor López, verdaderos hits del género. Desde 2015 la editorial Galerna comenzó a publicar la colección “Biblioteca Altuna”, que reedita en formato libro algunos de estos clásicos, y su más reciente rescate es El último recreo, una historieta que apareció originalmente en España a principios de los 80 y que en la Argentina fue publicada por entregas en las revistas Superhumor y Fierro.
La historia transcurre en un mundo posapocalíptico en el que sólo sobrevivieron los niños, producto de una bomba que hace que muera todo aquel que ya haya tenido su despertar sexual. Por eso la niñez es un territorio seguro, que preserva la vida siempre y cuando no aparezca el deseo. Un universo sin adultos y sin reglas, sumamente violento, en el que quienes tienen mayor poder son los chicos que vivían en la calle, ya entrenados para sobrevivir solos. En este sentido, el cómic tiene varios puntos de contacto con Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, que plantea un mundo en el que todos los humanos se quedan ciegos y son precisamente los ciegos de nacimiento los que tienen más herramientas. Así como en la novela de Saramago hay una sola mujer que ve, en este caso hay un solo adulto sobreviviente, que es un eunuco, alguien que no siente deseo sexual (un personaje que a los que hayan visto Game of Thrones les va a hacer acordar mucho al eunuco de la serie, porque hasta físicamente se le parece).
Después de circular como contraseña de culto entre fans de la historieta, El último recreo llega a nuevas generaciones de lectores y vuelve a poner en primer plano algo cardinal: el miedo a crecer y el temor al propio cuerpo, cuando lo incontrolable del deseo entraña literalmente un riesgo mortal. Habrá que ver cuántos resisten. Y si se puede decidir no desear.