Un clásico del siglo pasado

Más allá de una carrera pareja, cuidada, y de una imagen inalterable a lo largo de su vida, la sorprendente vigencia de la música de este creador habla por sí misma de su valor. No sólo artístico, sino social.

 

En 1994, a sus 44 años, Gil Scott- Heron graba Spirits. Uno de los discos que más satisfacciones me ha dado. Esta buenísimo, tiene onda el disco. Para mí fue como un cenit en la carrera de Gil. Después de esto llegarían unos años de relax y ostracismo, sólo interrumpidos por algunos shows que brindaba todos los meses en algún tugurio de su barrio, una ligera visita de cinco años en una cárcel de Washington DC y la grabación de su disco póstumo, I’m New Here, en 2011, que más que cenital sería su obra cumbre, el final, el canto del cisne soñado por cualquier artista de su diseño. Un disco que aún hoy suena inexpugnable, sagrado. Si alguno no lo conoce puede ir a YouTube y prestar atención al video de “Me and the Devil”. Allí encontrará el verdadero espíritu, sino de Gil, de su arte, de su mensaje, de su visión del mundo.

 

 

Antes de comenzar la nota en sí, sólo este dato: en mi vida he visto muchísimos shows, desde Iggy Pop hasta los Stones, pasando por Kenny G y por Lou Reed. No obstante, la única vez que viajé a Nueva York, 1 a 1 mediante, un par de días, sólo para ver a alguien en vivo, fue por Gil Scott- Heron. Y fue la guita mejor gastada de toda mi vida. Una noche inolvidable en el SOB´s del Village neoyorquino, hace como 15 años, que partió mi existencia en dos. Verlo era una experiencia más que religiosa, iniciática.

 

 

Una mínima semblanza a modo de introducción: si el rap y el hip hop existen hoy, es porque hace 40 años Gil Scott-Heron empezó a grabar discos, después de publicar un libro, The Vulture, que explotó en Nueva York y Londres en 1969, donde dejaba claro que las luchas y los lineamientos políticos de los afroamericanos no acababan en Martin Luther King y en los Panteras Negras. El mismo Gil estaba acusado de ser un Black Panther, el brazo armado de la pelea por la igualdad social de los negros en EE.UU., además de ser señalado como el amante de Nina Simone, una de las mayores benefactoras de los Panthers. Obviamente, todas estas cosas no aparecen en Wilkipedia ni en los libros de música negra, pero es lo que te dicen en las calles del Soho los vecinos de Gil. Y es lo que él mismo negaba entre sonrisas y humo.

 

 

Todos por acá conocimos a Heron por haber participado en los 80 en el genial concierto No Nukes, compartiendo cartel con Bruce Springsteen, The Doobie Brothers y James Taylor, entre otros, en una inolvidable noche en el Madison Square Garden, donde miles de jóvenes de la época se juntaron para protestar en paz contra el avance de las centrales nucleares, el diablo de aquel entonces. Y la bandera musical de esa pelea era una canción de GSH que se llama “We Almost Lost Detroit”, que habla de un escape de sustancias tóxicas en Detroit que casi mata a todos. Un gran vinilo triple en el que la canción de Gil desentona, nada parecido a eso en aquellos años.

 

 

Allí, los jóvenes sensibles prestamos atención y partimos en busca de más de GSH. Y ahí empezaba la leyenda, la de su primer disco, Small Talk at 125th y Lenox, su esquina en Harlem, esa esquina donde él hablaba de derechos y luchas a sus iguales, que empezaban a mirarlo detenidamente. Y para nosotros, los que llegamos al disco desde acá, una decepción. El álbum estaba hablado, tenía su onda, pero era hablado. Fue unos meses después de eso que Gil se cruza con un viejo camarada de claustro, el pianista Brian Jackson, y ahí sí, ahí vuela hacia el infinito y más allá.

 

 

Ahí empieza la menesunda, ahí cambia la historia. Es que juntos hacen Pieces of a Man, el disco donde está “The Revolution Will Not Be Televised”, el himno de los tiempos que corrían, la verdad de la milanesa hecha canción. Acá también está “Home is Where the Hatred Is” (“Mi hogar está donde está lo que odio”) y “Lady Day and John Coltrane”, su tributo a Coltrane y a Billie Holiday. Corría 1971, y cualquiera que se tome el trabajo de escuchar qué había en ese año y este disco, notará la enorme superioridad conceptual de Gil.

 

 

Unos años después, en el 77, crea The Bottle, una oda a la marginación sufrida por cualquier borracho o adicto, un canto al futuro, un baño de realidad en medio de la explosión disco y antes del punk. Tema que fuera en su momento versionado por todo moderno que estuviera en condiciones, desde The Christians y la Salsoul Orchestra hasta el genial Paul Weller, uno de sus más incondicionales fans.

 

 

Discos como From SouthAfrica to South Carolina o The First Minuteof a New Day son verdaderos legados si los tomamos como una lectura de época. Pero sería con Spirits que su obra toma la envergadura comopara ponerlo dentro de los clásicos del siglo pasado.

 

 

 

 

 

Si el rap y el hip hop existen hoy, es porque hace 40 años Gil Scott-Heron empezó a grabar discos.

 

 

Doce años después de su anterior disco, y luego de un tiempo donde lidió con problemas tan básicos como adicciones y vericuetos legales, en los que se había aficionado a las giras por Japón y Europa y a colaborar con distintos amigotes, digamos, después de un tiempo de juntar dinero y pasarla distendido –artísticamente hablando–, y cuando ya pocos creíamos que volvería, ahí apareció el bueno de Gil con esta obra maestra. Un disco que no saldría de las generales de Heron; tanto es así que Spirits está tomado de un tema del mágico John Coltrane.

 

 

Con la interminable “The Other Side” I, II y III, casi 20 minutos de “Home is Where the Hatred Is” con un comienzo casi triste y un final con seis minutos a los re pedos, tomado de un show en vivo de la época, habla a las claras de que no estaba buscando nada, sólo afianzar y aferrarse a lo mejor que había hecho hasta ese momento.

 

 

Pero además, el álbum comienza con “Message to the Messengers”, un manual de uso práctico para todos los raperos que lo nombraban y lo versionaban sin quizás llegar a su profunda sordidez o a la belleza incomparable de sus arreglos. También se destaca la exquisita balada “Give Her a Call”, que deja a Barry White y a Isaac Hayes para el retiro, y entre nosotros, una canción infalible con las mujeres de estilo. Después, “Lady’s Song” y “Spirits Past” no desentonan para nada, y superado el éxtasis que genera “The Other Side” en sus tres partes, dos temas que lo colocan entre lo más moderno de la última década del siglo pasado: “Work for Peace” y “Don’t Give Up”, como para ir a dormir tranquilos.

 

 

Las fotos de Gil nos muestran aquí a un tipo relajado, con esa mirada de los hombres que ya saben todo lo que tienen que saber, y entre los músicos que lo acompañan, que no son la Midnight Band de Brian Jackson, encontramos al genial bajista Robbie Gordon, que dejó a los Brand New Heavys para volar al lado del maestro para siempre, además de la coproducción del bajista Malcolm Cecil, que venía de coproducir a Stevie Wonder, nada menos que en Music of my Mind, Innervisions y Talking Book, además de poner su bajo al servicio de Bobby Womack, Quincy Jones y los Doobie Brothers. También es notable la performance en Spirits de su antiguo amigo Brian Jackson, que lo había dejado unos años atrás para salir de gira con Wonder y con Roy Ayers, entre otros.

 

 

 

Este sería el penúltimo disco de Gil Scott-Heron, que volvió en 2010, después de esos kilombitos que lo tuvieron guardado unos años, con I’m NewHere, su canto del cisne real. Lo grabó y se murió, y aún hoy, lo confieso, no pude escucharlo entero. Es demasiado para mi golpeado corazón. No pasa nada. Estoy bien, gracias. Mejor me voy.

 

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