Antonio Birabent: gestor de sí mismo

Músico. Actor. Poeta. Bohemio. Porteño. Underground. Fotógrafo. 

 

La cita es a las 16, en el bar Dorrego de San Telmo. El entrevistado llega con puntualidad inglesa y cuenta que es una de sus características más marcadas. Mientras suenan tangos de fondo, hablamos sobre música, familia, cuestiones existenciales, trabajo y amor. Llegué con una idea, pero el reportaje tomó rápidamente su propio rumbo. Les entrego este reportaje que no tiene desperdicio, priorizando la textualidad de sus respuestas.

 

 

–¿Qué es para usted el amor?

 

–No creo en el amor. Creo que existen amores. ¿Qué es el amor? Es un pensamiento abstracto. Es una palabra. Para mí existen amores particulares, pero el amor en sí es una palabra gigante que no significa nada. Es como rock. ¿Qué es el rock? En sí, nada. Hay muchas bandas que hacen rock, pero cada una con sus características particulares.

 

–¿Qué me dice sobre las relaciones, entonces?

 

–Las relaciones encierran cosas muy distintas y contradictorias que van y vienen en el tiempo. Entiendo que en una relación las personas puedan pasar por el amor, el odio, la comprensión, la ignorancia absoluta del otro, el encantamiento y la decepción.

 

 

–¿Lo ve como etapas?

 

–No creo que sean etapas, creo que hay una simultaneidad.

 

–¿Y qué es lo que las vincula? ¿El amor?

 

–No necesariamente. Hay muchas relaciones que no están basadas en un sentimiento. Muchas veces se crean a partir de una confusión. Ese tipo de confusiones que tienen que ver con creencias que no son reales y por eso duran poco y no llegan a algo profundo. Hablar en abstracto siempre es grosero, porque todas las relaciones son distintas. Es más, uno mismo es diferente según la relación. El amor es un tema comercial. Nos encanta hablar del tema porque es algo inasible y desconocido.

 

–Hay una diferencia clara entre lo material y lo emocional. Una cosa es hablar sobre un cuaderno y otra sobre el amor o las ideas…

 

–A mí eso me aburre. ¿Por qué se le da importancia a hablar de algo tan abarcativo? Es un tema que nos excede.

 

–En este sentido todo nos excede.

 

–(Se ríe) Estamos fritos. Ahora me doy cuenta de que con el paso del tiempo fui aferrándome cada vez más a lo tangible y a mi experiencia. Al mismo tiempo me alejo cada vez más de lo abstracto: ¿qué pienso del amor? Ni idea. Soy un escéptico y me cuesta salir de ahí, pero al mismo tiempo me apasiona sondear sobre esa ignorancia respecto de lo que nos rodea. Somos ignorantes y hablamos por lo que nos cuentan los diarios, nuestras familias, en la calle.

 

–¿Cómo se siente respecto de lo que dice la familia? ¿Su familia es tradicional, verdad?

 

–Yo no diría que mi familia fue tradicional, diría normal.

 

–¿Qué es normal?

 

–Normal. Crecimos igual que todo el mundo. En casa había horarios, límites, deberes y algunas libertades. Por ahí la diferencia estaba en que el capo familiar se dedicaba al rock and roll. Fue una linda combinación y creo que eso nos ha marcado profundamente. Eso y el hecho de haber crecido en culturas tan diferentes. Entendimos rápido que no hay nada permanente. Hoy estás acá y mañana en otro lugar. Lo que acá se ve extraordinario, en la vereda de enfrente se ve desastroso. Nos hemos acostumbrado desde muy chicos a eso.

 

–Cuando era chico, ¿representó algo ser hijo de Moris?

 

–No mucho porque nos criamos en España y allá mi viejo no tiene esa cualidad de mito que tiene acá. Allá es al pan, pan y al vino, vino. Además, para mí, mi padre era mi padre antes que nada. Todo lo demás venía después. Teníamos claro que su profesión no era la normal, pero al mismo tiempo para nosotros sí lo era.

 

–¿Cuando creció y comenzó su carrera esto cambió?

 

–No sé si hubiera sido músico si mi padre hubiese sido financista. Creo que no. Creo que me dedico a esto porque he tenido muy cerca esa inspiración y es algo que agradezco muchísimo.

 

–¿Cómo fueron los 80 para usted?

 

–Fue una etapa de juegos, fútbol, secundaria, primeras novias, primeras borracheras con mis grandes amigos, descubrimientos y también un momento donde empecé a definir qué quería hacer, por dónde quería encaminar mi vida. Recuerdo esos años con mucha alegría.

 

–¿Qué estaba haciendo?

 

–Vivía en Madrid con mi familia. Básicamente estudiaba el secundario y escuchaba música, salía un montón a la noche y correteaba chicas. Lo que todo adolescente hace.

 

–¿Qué fue lo que más fuerte quedó grabado de esa época?

 

–La música que escuchaba. Mucha música española de la nueva ola y sobre todo The Police y U2.

 

–¿Cómo se lleva con el deber ser?

 

–Tengo muy presente el deber ser. Desde chico he sido terriblemente responsable. Me ayuda cuando puedo olvidarme de eso, me hace muy bien porque lo tengo exageradamente marcado.

 

–Entonces está de acuerdo con lo que la sociedad dice que hay que hacer.

 

–No sé lo que la sociedad dice que hay que hacer. Es lo mismo que al comienzo, me hablás de algo gigante. Para mí lo que hay que hacer es algo tan simple como tratar bien a los demás. Si me debo a algún deber ser, me debo al mío.

 

“La fama es un invento, una categoría que han creado para endiosar a ciertas personas”


 

–¿Alguna vez sintió que le debía algo a alguien?

 

–No. Lo que hice es porque tuve la necesidad de hacerlo. Tuve la necesidad de cantar y contar cosas, y lo sigo haciendo. No lo pensé mucho más. Lo hacía porque sentía que estaba muy cercano a mi espíritu. Es muy nimio y muy poderoso a la vez. Pero definitivamente no creo en esas ideas endiosadotas de los artistas. Son tonterías que no le hacen bien a nadie, ni al artista ni al público. El artista es un pobre tipo como cualquiera.

 

–¿Cómo hace para mantener tan privada su vida personal?

 

–Me parece lo más natural del mundo. ¡Es facilísimo! Me sorprende un poco más que una persona haga una nota diciendo: “Esta es mi casa”. Igual no le doy juicio de valor porque nunca le di importancia al tema.

 

–Separa los temas.

 

–No necesito separarlos porque no están naturalmente juntos. Mi trabajo es público, pero eso no quiere decir que yo tenga que serlo. Elegí hacer las cosas de otra manera con algunos aciertos y muchos errores, pero nunca me dediqué a alimentar al monstruo de la fama.


 

–¿Qué es la fama para usted?

 

–Es un invento, una categoría que han creado para endiosar a ciertas personas. Y hay otra peor, que me resulta vomitiva: celebrity. Son cosas que habría que desterrar.

 

–¿Y si hablamos de reconocimiento?

 

–La mía es una profesión como cualquier otra, que tiene sus momentos buenos y sus momentos malos. Hace veinte años que lo hago. He tenido éxitos y fracasos y aprendí que esto es así. Y lo sigo eligiendo. Uno tiene que acostumbrarse a la idea de que es una profesión irregular, que va variando. Esto que hablábamos recién respecto de no haber elegido alimentar la tontería de la fama. Soy consciente que esta actitud seguramente me ha hecho perder trabajos u oportunidades. Pero bueno, son elecciones.

 

–¿Cómo se definiría?

 

–Soy curioso, bastante inquieto. Por otro lado también soy muy dedicado a lo que me gusta y extremadamente responsable. Y eso me salva porque también soy muy vago.

 

–¿Cómo es ser vago y responsable?

 

–Te lo represento en mi día a día: soy el rey de la agenda y tengo mis actividades ordenadas y puntillosas. Eso convive con un caos total.

 

–¿Por ejemplo?

 

–Si entrás en mi cuarto de trabajo es Vietnam, es una debacle. Convivo con estos extremos. Me costó encontrarme en esta dualidad, pero finalmente aprendí a convivir con eso.

 

–¿Qué le divierte más, actuar o hacer música?

 

–Divertirme, ninguna de las dos.

 

“Soy un escéptico y me cuesta salir de ahí, pero me apasiona sondear sobre esa ignorancia respecto de lo que nos rodea”

 

–¿Cómo es esto?

 

–Si hablamos de diversión, me divierte estar con mis amigos tomando mate y hablando boludeces. Me divierte barrenar olas o estar en la montaña tocando la guitarra. Ahora, dedicarme profesionalmente a la música y a la actuación no me divierte. Son intensas y tienen momentos fantásticos, pero me generan mucha ansiedad.

 

–¿Podríamos decir que dentro de Antonio hay un prusiano y un salvaje tehuelche que se debaten entre sí?

 

–Sí, seguro. Ahora, es interno, porque nadie me dice: “Antonio tenés que sacar un disco nuevo o hacer tal papel”. Cada día sigo eligiendo hacerlo. Entonces, evidentemente no lo paso tan mal.

 

–¿Qué sueños le quedan por cumplir?

 

–Vivir fuera de la ciudad por un tiempo largo.

 

–¿Campo, mar o montaña?

 

–Montaña. La ciudad es un lugar donde no quiero vivir todo el año. Me gustaría estar yendo y viniendo. Y que mi hijo Oliverio se críe a caballo.

 

–Escenario ideal.

 

–Sin una computadora cerca, con tiempo, barrenando olas o corriendo.

 

–¿Escribe en computadora o a mano?

 

–A mano y con lápiz. Me gusta como desliza el lápiz.

 

–¿Cómo se ve dentro de diez años?

 

–Me imagino muy parecido a como soy hoy. No me proyecto ni me pretendo en un escenario diferente. Por ahí sí haciendo menos cosas. Hoy siento que no paro. En este momento estoy por lanzar dos discos, con la obra, cantando con mi viejo y haciendo mis shows. En octubre voy a estar presentando Cambalache, un disco que tiene una linda mezcla de estilos y es digital. En birabent.com.ar todas las semanas subimos un tema. Además estoy grabando otro disco nuevo.

 

En el 80, cuando Antonio tenía 10 años, compusieron juntos “El rock del colegio” que salió en el disco de Moris Mundo moderno. Antonio fue guitarrista en la banda de su padre entre el 90 y el 91. Moris cantó en dos discos de su hijo: Anatomía (1999) y Tiempo y espacio (2005). Juntos hicieron Familia canción en 2011.

 

 

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