I Ching, seis líneas para calmar el miedo
El mundo entero está revoleando monedas otra vez para encontrar respuestas a su angustia en los hexagramas del I Ching, el oráculo chino que fascinó a Borges y a Jung.
El desencanto, la incertidumbre, el temor de un sujeto frente a lo que llamamos “la realidad”, parecen necesitar cierto sosiego. Quizá por eso, en este particular momento de temblequeo dentro de los parámetros de la cultura de Occidente, hay una suerte de revival respecto de la verdad que parecen encerrar algunos textos ocultos, oraculares y –para algunos– mágicos, provenientes del Oriente milenario. Uno de estos libros es el I Ching. Hoy frecuentado por personajes diversos del jet set internacional, curiosamente ha sido valorizado en su época por personalidades como la de Carl Jung. Su lenguaje críptico se sirve de elementos que podrían relacionarse con la física, las matemáticas y hasta con las teorías cuántica y constructal, el dernier cri de las ciencias de hoy.
El I Ching (Libro de los cambios o Libro de las mutaciones) está considerado por los estudiosos del tema como una máquina: un dispositivo sofisticado y a la vez simplísimo que nos conecta con el devenir del cosmos de una manera misteriosa descubierta por los chinos, quienes le imprimieron sus propias huellas. Por lo general, la mayoría de las personas de este lado del mundo se maneja con la traducción del alemán Richard Wilhelm, basada en la tradición de Confucio y su escuela, aunque existen también en el mercado versiones que se rigen por taoístas, budistas, cristianos, agnósticos y hasta ateos.
Muchos estudiosos del I Ching en nuestro país (Jorge Luis Borges fue uno de ellos y le dedicó un poema bellísimo) coinciden en afirmar que el lenguaje de este libro es tan simple como el lenguaje del inconsciente o el de los sueños. Y sus metáforas o expresiones simbólicas son accesibles al consultante. No es difícil saber qué significa para cada uno “cruzar las grandes aguas”, por dar un ejemplo. El sentido de la aventura, la búsqueda de la verdad o de los sueños, la lucha con los imponderables de la naturaleza son “simples”, en tanto son situaciones que todo ser humano en estado puro tiene que resolver, aun cuando la cultura de nuestros días nos hace creer que estamos absolutamente protegidos de los errores de nuestras decisiones porque las decisiones las toman “otros”. El I Ching propone personajes estereotipados, como “el noble” (o sea, el ser puro y desprovisto de prejuicios, el ser justo y equilibrado que llevamos todos magnificado como imagen de nosotros mismos) o “el guerrero”. El consultante tiene que darse respuestas fundamentales, encontrar en sí mismo el equivalente a estos personajes y transitar sus propios caminos, encontrarse con la vida y la muerte y responder a sus propias preguntas.
“La estructura del I Ching es como la del alma humana y funciona en coincidencia con todas las tradiciones metafísicas conocidas”, dice el investigador y estudioso del libro Osvaldo O. Gómez. “Desde Leibniz a nuestro tiempo, en Occidente sólo produce asombro. Entendido como un lenguaje universal, funciona como el espíritu del hombre, en coincidencia con todas las variedades metafísicas conocidas. La dinámica estructural de su funcionamiento puede ser relacionada con la forma de una pirámide. Su base cuadrangular está formada por los 64 hexagramas que agotan las combinaciones posibles del binarismo, representado por líneas rectas y partidas, esto es, las fuerzas opuestas del ying y el yang. Los lados de la pirámide (cinco, si contamos la base) aluden a las cinco modalidades en que –según los chinos– se manifiesta la energía, quedando para su vértice superior la síntesis y proyección de todo un cubo comprimido en ese punto. Así, el I Ching es una suerte de testigo neutral que da cuenta de todo cambio en el tiempo, sin importar que lo llamemos Caos u Orden. Sin lo neutro es imposible que fluyan las polaridades negativa y positiva. Neutro como Dios, que no es ni masculino ni femenino, neutro para permitir que los opuestos sean y jueguen en el tablero del universo.” Se alude aquí a la función oracular, que es la más elemental, básica y primaria de los posible acercamientos al Libro de los cambios. Del azar –nombre de lo ignoto– nos valemos para hacer la consulta. De los 64 hexagramas, hay sólo dos que simbolizan máquinas o artificios humanos: el 48 (Pozo de agua) y el 50 (El caldero). Todos los otros mentan imágenes naturales basadas en cielo-tierra, truenomontaña, agua-fuego, lago-viento. En estas combinaciones nos está permitido a los occidentales comunes acceder al libro como oráculo. Aunque se sospecha, borgianamente hablando, que el I Ching guarda (y oculta) la verdadera cifra del universo.