Nancy Dupláa: "Entré al medio con muy pocas herramientas y, sobre todo, con mucha culpa al disfrute y al reconocimiento"

Dice que no volvería a ser actriz, pero cada vez que se sube al escenario demuestra que nació para esto. En diálogo con EPU, cuenta por qué se animó a hacer teatro después de diez años, confiesa que todavía siente culpa por el disfrute y el reconocimiento y recorre el camino que la llevó a dejar de lado los prejuicios del medio. Una charla sobre fama, familia y amor.

A lo largo de esta charla, Nancy Dupláa recordará varias veces que creció en San Martín. Pero solo hace falta escucharla hablar para entender que su lugar es el barrio. Tiene el optimismo a flor de piel, se ríe fuerte y dice que prefiere hablar por teléfono antes que maquillarse y prender la cámara. Lleva más de 30 años en el medio, pero se siente más cómoda junto a su familia en la intimidad de su casa. “Me gusta mucho actuar y a la vez no me gusta tener que poner el cuerpo y todo lo que eso trae”, resume en diálogo con EPU.

El motivo del llamado, esta vez, tiene que ver con su regreso al teatro. Después de diez años, volvió a encontrarse con el formato de la mano de Exit, una comedia en la que encarna a una directora de recursos humanos a punto de enfrentar un desafío muy grande: en su primer día laboral, debe despedir a un empleado. “Esa es una responsabilidad que ni en pedo podría llegar a tener, ser una jefa de recursos humanos… Jefa de nada, pero de recursos humanos, menos. Acá mis hijos me van a dar la razón, porque no soy muy estricta, ni muy firme para nada”, se ríe.

Aunque hacer teatro implica mucha adrenalina para su cuerpo (“eso, en realidad, tiene que ver con el miedo a la exposición”), encontró en Fernanda Metilli y Juan Pablo Geretto, sus compañeros de elenco, una gran contención. Como así también en Pablo Echarri, su pareja desde hace más de 20 años, quien esta vez trabaja como coproductor de la obra. “Por mi particularidad, que soy una persona fiaca, no me gustan los medios y siempre me estoy quejando porque quiero estar en mi casa, él es un compañero ideal. Está todo el tiempo haciendo y protegiéndome.”

–Después de tantos años trabajando como actriz, ¿te seguís poniendo nerviosa antes de cada función?

–Sí, media horita antes empiezo a estar inquieta, así que tengo que apelar a ciertas herramientas personales que fui obteniendo, esa reeducación que tuve que hacer para poder estar mejor conmigo. Trato de volver a mí, bajando la energía, conectándome con la respiración. Pero eso me llevó un tiempo, no fue fácil. Yo vengo de un hogar inquieto, entré al medio con muy pocas herramientas y, sobre todo, con mucha culpa al disfrute y al reconocimiento.

Al toque me pude comprar un autito, un departamento, y mis viejos tardaron mucho más que eso. Eso ya te para en un lugar de diferencia con tus propios progenitores que hace que te de mucha culpa ganar guita. O sea que tuve que reeducarme un montón y agradecer lo que la vida me fue dando.

–¿Todavía te sigue costando ese disfrute?

–Sí, sobre todo en un contexto hostil, viniendo de un barrio siempre te va a dar culpa. Al día de hoy, siempre estoy dando explicaciones de por qué me va bien. Pero es parte de mi identidad, me parece que lo voy a llevar hasta mis últimos días (se ríe).

–Además de un lugar de privilegio, ¿qué cosas llegaste a hacer gracias a la actuación y nunca lo hubieras imaginado?

–De todo: conocer a personas muy renombradas, de las cuales yo era muy cholula, como Alfredo Alcón. Él era muy fan de Sin código, y un día me lo crucé porque lo fui a ver al teatro y me dijo: “¡Nancy! Cómo me divierto con vos”. ¿Vos me podés explicar cómo carajo a mí me pasó esto viniendo de San Martín? Que Alfredo Alcón me diga: “Soy fan de tu programa”. De esas cosas, un montón.

–Y hablando de las cosas no tan buenas del medio, ¿cuál creés que es el prejuicio más grande que tiene la gente sobre vos?

–Bueno, los medios dicen que soy un montón de cosas, con mucha liviandad… Cosas graves, que llevaron a no merecerme ciertas cosas, como vacaciones, una casa, comodidades. En el último tiempo se manejó esa idea: que yo, mi marido y mi familia, por tener una idea determinada política, no tenemos derecho a acceder a un montón de oportunidades. He sido parte de operaciones, me acusaron de cosas que no hice. Y con eso tuve que aprender a lidiar, porque es una batalla que no tenés oportunidad de ganar. Es muy fuerte, más allá de la fama y las oportunidades, lidiar con todo eso que no te deja vivir en paz.

–Ahora lograron instalar la idea de que si sos artista y expresás tu opinión, estás bancado por alguien. Esto es algo que tanto vos como Pablo viven desde hace mucho tiempo, pero ahora les está pasando a otros colegas que quizás antes no estaban involucrados en esas situaciones. ¿Este discurso de odio tan radicalizado está provocando una especie de despertar en la industria?
–Claro, ante la falta de argumento real, se fue perdiendo un poco el miedo. Ellos dicen: “Vos choreás, ahora tenés que ir a laburar”. ¿Qué otro argumento tenés? ¿Soy mala actriz? Bueno, eso es parte de la opinión. Yo le puedo parecer mala actriz a una persona; definitivamente, puede no venir a verme al teatro o no ver las novelas que yo hago por mi pensamiento, y está bien. Pero ante la falta de argumento, se fue perdiendo el miedo.

El embate que viene de afuera cuando vos te expresás es muy fuerte, no cualquiera se lo banca, y es entendible que no te lo banques. Porque así como hay falta de argumentos, hay falta de límites con lo que te dicen o te pueden hacer. Entonces, a uno inmediatamente le agarra miedo, porque es demasiado. Alguna vez alguien dijo: “Es como un pelotón de fusilamiento”. De repente, vos tirás una idea y tá-tá-tá. Vos ponés una nota mía en cualquier portal inventado, porque te ponen en portales que no sabés qué carajo son, y abajo es la catarsis del odio. Todos con un mismo relato, que ahora voy a tener que trabajar, que se me terminó el sobre…

–Siempre te atacan con lo mismo.

–Sí, ya medio que es gracioso. Al principio decís: “¿Y esto?” Pero después perdés el miedo, y me parece que es lo que les está pasando a muchos compañeros. Aparte, nuestro colectivo es muy desigual. A mí me fue bien siempre, y hay compañeros que yo tuve en un montón de novelas a los que no les fue bien siempre, y que sobre todo no han tenido los privilegios que yo tuve, en ningún sentido: desde el vestuario, hasta la calidad de los personajes que les ofrecieron. Entonces, el que está más arriba, sabe que en los momentos trágicos hay que salir a bancar transversalmente a todos, porque no todos tienen la posibilidad de defenderse ni de ser escuchados.

A mí me parece que está pasando eso, es tanta la irascibilidad, el nervio y la locura del otro lado, que uno tiene que salir a decir: “Che, paren un poco”. No queda otra, y yo lo celebro, porque me siento un poco más acompañada ahora.

–Recién hablabas de Pablo. ¿Qué cosas disfrutan de hacer juntos después de 20 años?

Más allá de los momentos, porque a veces hay terremotos, siempre hubo una reformulación en nuestra pareja. Lo que siempre nos ha salvado y hecho seguir es que conversamos en tiempo y forma. Y de la conversación siempre salió una refundación para salir adelante. Pablo es mi mejor amigo, es la persona con la que más me gusta estar, es con quien más me divierto, en quien más confío. No sé si hacemos grandes cosas, pero las pequeñas cosas que hacemos, a mí me gusta hacerlas con él.

–Vos tenés tres hijos (N. de la R.: Luca Martin, Morena y Julián Echarri). Si tuvieras que decir qué te enseñó cada uno de ellos, ¿qué dirías?
Bueno, Luca, la capacidad para divertirse. A Luca me lo llevaba a todos lados y siempre la pasábamos muy bien. Él siempre se adaptaba, por ahí era un hiperadaptado, pobrecito, pero me enseñó eso, a estar bien donde sea. More, mi hija mujer, es nuestra lucecita en la oscuridad. Mujer en esta época… Todo nos enseñó More, nos enseñó a tener una mirada diferente. Agradezco a la vida haber tenido una hija mujer en este contexto. Y el más chiquito es muy relajado, no es dramático. Entonces me enseña a eso, a relajar en los peores momentos.

–Luca encontró la conducción de la mano de su papá, Matías Martin. ¿Le diste algún gran consejo cuando empezó en los medios?

No, mi consejo siempre es: “No te desesperes, mantené la calma, confiá en tu estrella, hacé lo que te guste, no te traiciones tanto”. No soy muy consejera, soy más de escuchar a ver qué pasa.

–Hace poquito habló de bullying en una nota y tiene una madurez… Dijo una frase que me quedó en la cabeza: “Yo siempre me supe defender y, ante todo, siempre tuve buenos amigos”. ¿Qué te pasa cuando lo escuchás hablar así?

Casi me muero, porque sí, tener buenos amigos es la gran diferencia, y son los mismos amigos que tiene desde los dos años. Es hermoso, y verlo en él fue un sostén muy grande. Él desarrolló la capacidad de defenderse solo. Yo lo sobreprotegí y me atrevo a hablar por Matías también. La verdad es que siempre fue contento, siempre lo aceptaron en todos lados. No sé… Es como que desarrolló empatía por él mismo. Luca es mucho más de lo que yo hice por él. No sé cómo salió así.

Fotos: Emanuel Combin

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