Celebrities y salud mental: el fenómeno está entre nosotros
Fabián Polosecki se alejó de todo y se mudó a una casa en el Delta. Ese 3 de diciembre de 1996, sin explicación aparente, emprendió un viaje hacia Santos Lugares. Tenía 32 años, como tantos otros pibes que esperaban en el andén bajo ese sol tremendo. Pero él se tiró a las vías cuando vio el tren.
Polo fue el periodista más influyente de su generación, el tipo que encontró una manera distinta de contar. En sus programas "El otro lado" y "El visitante", la escucha era tan espesa como dulce. Polo tenía la rara capacidad de llegar a lugares improbables, instalaba la conversación y la encendía como un fósforo en la cama. El hombre que vivía para hablar y escuchar a los demás callaba sus propios infiernos. Y pasó al acto. Sin poesía ni escritores malditos, sin romance ni preámbulos.
Durante mucho tiempo, la salud mental ocupó un lugar de privilegio en el podio de los pecados innombrables, junto con la vejez y la muerte. En el país de los psicólogos, una cosa era ir a terapia para hablar de tu mamá y otra muy distinta era reconocer que padecías una condición psíquica debilitante. No hay que leer a Foucault para darse cuenta de que el centro del capitalismo es la productividad, por lo tanto las personas que no sirven a ese fin son consideradas como falladas y separadas del sistema. El sentimiento de culpa y la vergüenza también forman parte de la maquinaria.

Pero por aquella regla básica de que lo reprimido y su retorno son dos caras de la misma moneda, lo callado implosiona en la cultura. No es cosa de hoy, si lo sabrán Antonin Artaud, Camille Claudel, Charles Baudelaire o Alejandra Pizarnik. En algún momento se abrió esa compuerta y la salud mental empezó a estar en la conversación.
Primero, tímidamente; después, de forma persistente, adueñándose de posteos motivacionales y statements de celebridades que abandonan las redes en busca de su bienestar emocional, como Tom Holland, o de estrellas pop que alzan su voz para contar los padecimientos psíquicos a los que los sometió la industria.
POPSTARS
“Estoy muy feliz. Estoy en paz. Estoy enojada. Estoy triste. Tengo confianza. Estoy llena de dudas. Soy un trabajo en progreso. Soy suficiente. Soy Selena.” La frase se reprodujo en buzos, feeds y tazas. Selena Gomez se la dijo a su amiga Raquelle Stevens en el documental "My Mind and Me". La moda tiende a bajarle el precio a cualquier padecimiento: lo que Selena cuenta es muy bravo, colapsó psíquicamente antes del tour Revival, que debió cancelar en 2016.

No era tristeza, fue depresión. No eran aires de diva, fue un brote psicótico. En una sociedad que naturaliza el uso de psicotrópicos ante cualquier contratiempo, Selena fue diagnosticada con un síndrome bipolar y está medicada desde entonces. En su caso, las aristas son múltiples y bien filosas: desde sus peleas mediáticas con la actual de su ex Justin Bieber; la amistad con Taylor Swift, que supo envolverla en más de una polémica; la incomprensión de un sector de la sociedad hacia una enfermedad tan traicionera como el lupus, que derivó en un trasplante renal, y la relación con otro ex que utilizó su historia para desarrollar una serie.
Hablamos de The Weeknd y la inclasificable "The Idol". En el primer episodio, una popstar que suspendió una gira y estuvo internada en una institución es fotografiada semidesnuda con la pulsera que usan los pacientes hospitalarios. Alguien pregunta si no será mucho y le responden: “Ahora las enfermedades mentales son sexy”. Una brutalidad notable, ¿pero enardece tanto porque esconde una cuota de verdad?
TINI, BILLIE, SANZ Y VOS
Las palabras “ansiedad” y “depresión” han crecido exponencialmente en las letras de las canciones, en cambio “paz” figura 50 veces menos que hace una década.
En medio del llanto, Tini Stoessel dijo: “Hace tres semanas veía muy muy lejano poder volver a subirme a un escenario, y fue una meta que me puse en mi cabeza”, comentando sus ataques de pánico en entrevistas dadas para promocionar su tour ibérico. Un comentario de doble filo, porque justamente la cabeza es lo que no podés controlar. No hay mal que dure cien años ni depresión que se trate en tres semanas, cualquier psicólogo responsable puede corroborarlo.

Por otro lado, un preocupante tuit de Alejandro Sanz rezaba: “No sé si esto sirve de algo pero quiero decirlo. Estoy triste y cansado. Por si alguien más cree que hay que ser siempre una brisa de mar o un fuego artificial en una noche de verano. Estoy trabajando para que se me pase… llegaré a los escenarios y algo dentro me dirá qué hacer. Pero a veces no quiero ni estar. Literalmente. Solo por ser sincero. Por no entrar al ruido inútil. Sé que hay gente que se siente así. Si te sirve, yo me siento igual”. Y sirvió: muchísimas personas se identificaron pero saltaron de alegría cuando los organizadores confirmaron que los conciertos seguirían según la agenda pactada.
Billie Eilish viene siendo objeto de bullying desde los 18 por escribir temas que “alientan la depresión”. Ahora, más adulta, quiere correrse de ese lugar, vestir de otra manera, crecer. Pero arrecian las críticas y dicen que perdió ese halo oscuro que la consagró como la estrella más exitosa de su generación.
La salud mental está en boca de todos, circula por las redes, se comenta en programas vespertinos y titula estados de WhatsApp.
PELÍCULAS Y OBRAS QUE LO HABLAN
Las enfermedades mentales han ido dejando de ser palabras prohibidas para desparramarse en el léxico popular con una naturalidad que no ha dejado de crecer gracias a las redes sociales, con memes y stickers de mascotas tomando ansiolíticos que son graciosas y usadas por todos pero que en el fondo le bajan el precio a la angustia.
La tienda Ban comercializó colgantes de oro con las palabras “Ansiedad” o “Depresión” a 48 dólares la unidad. El fabricante los promocionaba asegurando que esos accesorios abren un diálogo en torno a la salud mental. Sus piezas se agotaron en cuestión de días.

Mientras tanto, el arte sigue invitando a pensar. Series como "Normal People", películas como "Aftersun" y obras de teatro como "El brote" y "Querido Evan" se meten en la conversación de forma inteligente y respetuosa, sin solemnidad y con responsabilidad. Porque nombrar algo es la primera condición para que exista y también para que reconozcamos cuánto de nosotros hay en la cuestión.
En "Las cosas maravillosas", un hijo hace una lista con las cosas por las que vale la pena vivir, destinada a su madre, quien tuvo un intento de suicidio. Sin dramatismo y con gran claridad, el protagonista (en la puesta actual es Franco Masini) expresa ciertos puntos que es aconsejable tener en cuenta a la hora de comunicar este tema: evitar decir que un suicidio fue exitoso, no ahondar en detalles de cómo se llevó a cabo ni romantizar el hecho. Creo que no exagero si digo que eso ayuda más que mil declaraciones.
SIMPLEMENTE MARÍA
Cuando vi la obra no pude evitar pensar en María Onetto. Solíamos cruzarnos en lugares, era muy de ir sola al cine y al teatro. La entrevistamos varias veces y siempre tenía un gesto cariñoso y sutil. Durante la pandemia tuvimos una charla sobre una lista que había subido a su Instagram donde figuraban cosas que había descubierto durante el encierro. Desde una aspiradora hasta Netflix.
También hablamos sobre la actuación de Joaquin Phoenix en "Joker" y dijo: “En su mirada se nota que sabe lo que es el dolor”. María era psicóloga aunque nunca había ejercido. Hizo dos obras basadas en textos de David Foster Wallace, "La persona deprimida" y "En lo alto para siempre". María, como todos saben, se suicidó este año. Mirando para atrás, juntando las piezas como en su película "Rompecabezas", dio varias pistas de lo que rondaba en su mente.
Todavía resuenan unas palabras suyas durante una entrevista telefónica: “Hay gente que no sabe dar, no es que sea mala o egoísta, simplemente no puede hacerlo”. Hay que seguir hablando pero sobre todo escuchando, prestando atención, sin minimizar ni sublimar la angustia. Aunque duela, aunque joda, aunque nos trabe una carrera en la que no sabemos hacia dónde vamos, aunque conecte con todo lo que nos negamos a ver. Con cuidado, respeto y sin vergüenza. Porque en la palabra está la verdad, la catarsis, el duelo y también la memoria.
La autora de este artículo es Licenciada en Psicología (MN 13143)