Festival Saldias: el epicentro de la movida que conquista la cultura pop
Treinta bandas en escena y más de 5.000 personas confirmaron al Polo Cultural como el epicentro de la movida que está conquistando al mundo. La multiplicidad de géneros y la sinergia entre los artistas y el público fueron la clave de una verdadera fiesta que se extendió hasta la madrugada.
No debía medir más de 30 centímetros pero aun así estaba decidido a inflar el pecho y reclamar lo suyo. A ladrido pelado, iba marcando su territorio sin contemplación. Siempre dueño de la calma monótona de la calle San Pedro de Jujuy, no terminaba de aceptar que allí, en su propio terruño, estaba empezando un evento para el que nadie le había pedido permiso. Y pobre de quien osara acariciarlo porque no vería más que una mueca de disgusto y todo el esplendor de sus colmillos. Perro que ladra no muerde, pero muerde si no lo dejan ladrar. O si la música tapa sus consecuentes demandas.
La que se atreve a ponerle los puntos es Connie Isla, con su Modo avión: “El placer es todo mío, pero el lío es todo tuyo.” En ese instante, el obstinado perro entiende que no le queda otra que disfrutar: la tarde del último sábado de abril está en pañales y los primeros acordes del Festival del Saldias Polo Cultural ya son pura realidad.

Qué bello abril
Como ya es costumbre desde 2016, el Saldias (y perdón el atrevimiento de anteponer un artículo) trasciende las paredes de sus 68 salas de ensayo para tomar posesión del asfalto con un line-up de más de 30 bandas. Mixtura de la escena emergente de la música nacional con algunos ya consagrados, ese innato amor al arte vuelve a ser la clave para que todo fluya de forma espontánea. “Tocar en Saldias es estar abrazados por una gran familia. Es una cuna de artistas, pero a la vez es un espacio de reunión que nos permite explorar la creatividad”, explica la cantante.
La confirmación de sus palabras llega casi sin pedir permiso: mientras Mar Marzo emociona con una sentida versión de “Pétalo de sal”, de Fito (sí, quien cerrara el festival en 2021), en el Escenario Red Bull suena el tangazo “Tinta roja”. Si preguntan cómo definir lo que sucede en Saldias, es esto mismo, su esencia radica en el propio fluir de la música. Sin barreras de género, de tiempo ni de espacio.

“Che, acá dice que mañana llueve”, pispea uno en el servicio meteorológico, e informa al grupo que ya busca un buen lugar para la próxima banda que está por empezar. ¿Lluvia? ¿El domingo? Problema del domingo. Hoy es sábado y hay un sol más propio del verano que del epílogo de abril. Pero que el contexto no engañe, mientras todo parece ser relax, birrita y disfrute, el equipo técnico se mueve a un compás envidiable para que el cronograma no sufra alteraciones. Arma-desarma-arma... Broke Carrey, Mompox y Klan, entre tantísimos otros, aún esperan su turno.
Ey, Dillom, no pares, ¡qué rico!
Llega un punto en que es difícil elegir para dónde ir, porque desde los dos hemisferios llegan acordes que embelesan los oídos. “Disfrutemos de esta multiplicidad de géneros que es el Saldias”, invita Tomi Lago, mientras apura al bandoneón para el próximo tango. Profecía autocumplida: BM, a menos de cien metros, ya está agitándola con el infalible “Porque yo soy tu turrito, y yo sé que quieres ser mi turrita”.
Y a la vez que la grilla avanza, el axioma se cumple sin excepción: cada artista que termina de tocar se convierte indefectiblemente en parte del público. Un público que crece según se ve a golpe de vista: para conseguir una bebida ya se arman las primeras filas. Claro que también están las ventanas del propio Saldias, palco VIP que le dicen, desde las cuales asoman los primeros curiosos (no serán los últimos).

La primera banda en disfrutar de la “sala llena” a cielo abierto del Escenario Temple fue 1915, y el reloj todavía no marcaba las 18. A esa altura costaba imaginar lo que estaba por pasar. No para todos, en realidad. “Dicen que viene Dillom”, suelta una voz al viento, con más deseo que certezas.
Lo cierto es que a las 18.20, Muerejoven irrumpe (el verbo se debe de haber inventado para describir este momento) con varios invitados, aunque al mejor se lo tenía guardado. Se arma la estampida, los celulares arriba y el griterío confirma el vaticinio: Dillom is in da house. La emoción desata la lluvia, de champagne en este caso, gracias al propio rapero.
No tiembla, late
¿Cómo seguir después de tamaña sorpresa? Hay una única respuesta: Saramalacara. El “olé, olé, olé, olé, Saraaaa, Saraaaa” se cuela para vitorear a la responsable de que el piso empiece a vibrar. ¿Su repertorio? Potencia pura. O pura potencia. Poco importa si total el orden de los factores no altera el producto.
Los espacios libres en la irreconocible calle San Salvador de Jujuy ya no existen. Tampoco en los búnkeres y pasillos del propio Saldias. La temperatura está muy por arriba de cualquier otro punto de la ciudad. Por si fuera poco, las trompetas de Silvestre y la Naranja, tal como reza la canción con la que eligen abrir su set, prenden la mecha de una bomba que explota.

La posta la toma El Zar, que recientemente tocó en el Gran Rex y ostenta el galardón de haber participado del primer festival de Saldias, allá por 2016. “Aquella vez éramos unos pocos en la canchita de fútbol, quizás unos 300, pero ya desde ese momento se sentía ese apoyo al arte y a las bandas que estaban creciendo. Gracias a ese compromiso genuino con la música y el arte en general, la gente se fue enganchando. Hoy no sé ni cuanta gente hay acá”, se sincera Pablo Giménez, guitarrista y fundador de la banda junto a Facundo Castaño.
Y tiene razón. En todo. En el espíritu que mueve a Saldias y en que es complejo calcular la concurrencia. Se veía venir: las entradas gratuitas, como ya es marca registrada de la casa, se agotaron un par de horas después de dar aviso por las redes.
Mi perro dinamita
Con Dillom asomado por la ventana como espectador de lujo, Neo Pistea le pone un poco de pogo, por si algo le faltara a la noche. “¿Seguimos un poco más o qué?”, agita. La respuesta fue un pedido bien claro: “Messi, Messi, Messi” y la reacción fue la esperada.
Con la luz apagada y parte de los músicos del Plan de la Mariposa diseminados entre el público, llega el turno de Bandalos Chinos. Goyo Degano es el encargado, quién otro si no, de poner en palabras el sentimiento general del grupo nacido en Beccar: “Pasamos días enteros ensayando acá. Es una alegría inmensa estar en casa”. Las luces se vuelven a apagar con los primeros compases de “Demasiado”, mientras las pantallas de los celulares decoran la escena.

¿Fin de fiesta? Dudo que esa expresión exista en el Saldias. Polenta y Facu Ballve son los encargados de ponerle (más) ritmo a una noche inolvidable. Inolvidable también para el pichicho que al principio no estaba tan convencido pero al final dicen que lo vieron en medio de la muchedumbre, contento, como perro con dos colas.
Sí, el Saldias lo vuelve a hacer: en medio de un barrio ferroviario, de calles grises y solitarias, y rutinas fabriles, regala otra noche única (otra más y van…) e ilumina el cielo con la fuerza de aquellos que aman lo que hacen. El amor al arte, en su máxima expresión.
Foto de apertura: Brad Borja