Con canciones inoxidables y un show poderoso, Joaquín Sabina regresó a su Buenos Aires querido
Con un contundente e impecable show, Joaquín Sabina arrancó anoche su serie de recitales en el Movistar Arena, en el marco de la gira “Contra todo pronóstico”. Fue el primero de los siete conciertos que el ubetense dará en Buenos Aires, en un tour que ya lo llevó por Costa Rica, Perú y Chile, y que luego tocará Córdoba, Rosario y Montevideo, para continuar después por ciudades de España (con una escala en Londres), México y los Estados Unidos.
“Qué bueno volver a mi Buenos Aires querido. Apenas llegué a Ezeiza, supe que estaba en casa”, dijo el cantautor de 74 años, vestido con saco a rayas, el reglamentario bombín (blanco) y la sonrisa inoxidable, tras abrir la noche con una versión a toda pastilla de “Cuando era más joven”, para suspiro de una concurrencia que abarrotó el estadio de Villa Crespo y mostró la avidez que el público porteño tenía por encontrarse con uno de sus hijos más dilectos.

El concierto, cuya carta de presentación fue ese gran tema de 1985, continuó con un par de canciones donde primó el tono melancólico y esas sensaciones piel adentro que Sabina sabe expresar como pocos, a medio camino entre la reflexión por el paso del tiempo y la rendición de cuentas (“Sintiéndolo mucho”, tema principal del documental biográfico del mismo nombre dirigido por Fernando León de Aranoa, que el próximo 17 de marzo llegará a los cines argentinos; y “Lo niego todo”).
Pero el tono elegíaco se cortó de cuajo cuando un redoble del baterista Pedro Barceló marcó el comienzo de “Mentiras piadosas”. Karaoke gigante, revoleo de brazos, miles de celulares filmando la fiesta y la sensación de que por fin se estaba en un show parecido a aquellos que desembarcaron en Buenos Aires por primera vez a principios de los noventa. Esos donde el público argentino descubrió a un inspiradísimo letrista que sabía balancear un arte envuelto tanto en el rock de guitarras como en la más pura tradición cancionística.
Es cierto que aquel flaco eléctrico que en aquellos tiempos ensayaba pasos de baile, se colgaba la guitarra y recorría el escenario de punta a punta hoy es un hombre que canta sentado en su taburete la mayoría del tiempo (son conocidos los problemas de salud que lo han afectado a lo largo del tiempo, además del incidente de hace tres años, cuando se cayó del escenario en un concierto en Madrid), pero la magia sigue intacta y anoche el Movistar Arena fue testigo de ello.

CANTAR CON EL ALMA
La lista de temas fue y vino en el tiempo. A “Lágrimas de mármol” (2017) le siguió la hermosa y felizmente rescatada “Cuando aprieta el frío” (1988); el capítulo porteño tuvo su página de oro en “Con la frente marchita” (acaso el primer gran éxito de Sabina en la Argentina), y la muy celebrada “Por el bulevar de los sueños rotos” señaló —como pudo apreciarse varias veces en la noche— el talento de la corista Mara Barros, de alto carisma y potente voz (el otro momento estelar de la dupla llegó con “Una canción para la Magdalena”).
La cantante es parte fundamental de una banda de acompañamiento que merece un párrafo aparte. Dirigida por el antiguo compañero de ruta del jefe, Antonio García de Diego (teclados, guitarra, armónica, voz), se completa con las guitarras de Jaime Asua Abaloa y el joven Montenegro Borja (“la sangre nueva” sintetizó Sabina, en lo que pareció una —no tan— indirecta alusión a la polémica que se creó con la decisión de no incluir al histórico Pancho Varona en la gira), el muy completo vientista y percusionista Josemi Sagasti, la bajista argentina Laura Gómez Palma y el citado Barceló.

Algunos de ellos tuvieron su momento en el escenario, para descanso del artista principal. Barros mostró soltura escénica y desparpajo en “Yo quiero ser una chica Almodóvar”, García de Diego estirpe sabinesca en “La canción más hermosa del mundo”, y Asua Abaloa pertenencia rockera en una muy buena versión de “El caso de la rubia platino”.
En ese subibaja de decibeles y de humores, Sabina metió canciones invencibles, como las geniales “Tan joven y tan viejo” e “Y sin embargo”, tan coreadas como “19 días y 500 noches” (fiesta total en el Movistar); para cerrar, antes de los bises, con el clasicazo “Princesa”, donde la banda subió el potenciómetro a tope y el viejo y querido Joaquín mostró que todavía tiene con qué.
Para el final, el maestro se guardó el frac y el bombín negro (un cambio de ropas que, cuando quedan apenas tres temas para el bis del estribo, es toda una señal de respeto al público) y una de las favoritas de sus fans de aquí, allá y todas partes: “Contigo”. Prólogo a ese homenaje a la ranchera que es “Noches de boda”, enganchada (a cuál otra, si no) con “Y nos dieron las 10”.

El cierre fue con platillos en mano, sonrisa ancha y satisfacción, a bordo de la marchosa “Pastillas para no soñar”. Las luces de sala mostraron un estadio de pie, feliz por el reencuentro con uno de sus favoritos. Un artista de esos que logran el extraño efecto de, a pesar de estar ante una multitud, llegarle a cada uno de los que escuchan como si les estuviera cantando al oído. Contándoles su propia historia.