"Chica, ¿qué dices?": claves de la jerga del trap, que desafía las normas y plantea un idioma propio
Texto: Lupita Rolón
“Saoko, papi, saoko/ Chica, ¿qué dices?/ Saoko, papi, saoko.” Así empieza una de las canciones más escuchadas de la artista española Rosalía. Si no entendiste nada de lo que dice, esta nota es para vos. Y no estás solx: hordas de humanos lo sienten así y lo comentan incluso con harto fastidio. ¿Qué cantan estxs pibxs?, se quejan. ¿Qué le están haciendo a la querida lengua hispanoparlante?, denuncian los más indignados, por ejemplo, en redes sociales.
Mientras tanto, toda una camada de jóvenes referentes de la música urbana hace caso omiso y sigue rompiendo rankings y casi todas las pistas de baile (sincronizados con YouTube, Soundcloud y Spotify) a lo largo y a lo ancho de la Argentina. Porque, encima, este fenómeno es federal.
En realidad, es un fenómeno global que expresa su propio folclore en cada latitud del planeta, y que suena sin pausa, por lo menos, desde la última década. Por eso Rosalía nos sirve de ejemplo. Encima acaba de hacerse de cuatro premios Grammy por su último disco, Motomami: “Mejor álbum latino” (le ganó a Fito Páez y a Jorge Drexler), “Mejor álbum de música alternativa”, “Mejor ingeniería de grabación para un álbum” y “Mejor diseño”.

De igual modo podemos detenernos en las letras de la jujeña Cazzu, el santiagueño Rusherking o la rosarina Nicki Nicole. “Aunque en el pasado ante’ de estar pegado/ para mí siempre fue lo mismo /YSYSMO, la definición más humilde de egocentrismo”, canta el porteño YSY A.
Las críticas generales fusionan la clásica y vetusta subestimación del género música urbana en sí (el trap, especialmente) con la certeza inchequeable de que las letras de esas canciones son mediocres; simples, obvias y, sobre todo, no-se-en-tien-den.
Nobleza obliga: estxs pibxs usan palabras cortadas, palabras castellanizadas, palabras inventadas, palabras mantra. Para mayor precisión, un estudio de Babbel, plataforma premium en estudio de idiomas, destaca la frecuencia de referencias a animales: “Una loba como yo/ no está pa’ tipos como tú”, dispara Shakira en su último hit.
Parecieran expresiones inesperadas que además no importa si riman, pues igual funcionan sobre el sonido de pegadizas bases electrónicas, cumbieras y poperas. Se trata de una florida y fresca jerga que no se deja encasillar. Que rompe con la norma.

Filosofemos: el lenguaje es un sistema de símbolos arbitrarios. Decimos “árbol” y todxs entendemos que hablamos de un árbol porque, en algún momento, nuestra sociedad así lo ha acordado. Escuchamos “árbol” y nuestra mente grafica tronco marrón, hojas verdes. El lenguaje normaliza y, a su vez, va mutando. El lenguaje es poder.
Si vamos por más en este bondi, queda divino recordar que, según Michel Foucault (uno de los pensadores más célebres de la historia contemporánea), las prácticas sociales van creando un discurso que se apoya en definir las cosas por su opuesto: bueno o malo, normal o anormal. No es inocente: lo malo o lo anormal queda excluido.
Y si bien es cierto que no hay gramática que funcione si no se respetan los principios de cierta lógica, el mismísimo lenguaje deja la puerta abierta de su propia superación. Ahora entra en cuadro, otra vez, la Rosalía: “‘Saoko’ es una palabra de origen africano que de hecho tiene un significado superbonito, significa energía, movimiento, sauce (sabor). Y dije: ‘Tiene que llamarse así la canción’”, contó en el programa de tele española El hormiguero.
En los barrios, en las escuelas y en las redes sociales se despliega la identidad variopinta y gelatinosa de lxs adolescentes. Así también florecen nuevas versiones de un lunfardo que los visibiliza. ¡En la vida real también! “Arranca al toque Roque”, canta L-Gante desde la villa para miles de personas en vivo o por streaming.

“Ñeri”, grita el Duki. “Estoy matado”, dice tu sobrino, y a la RAE le da un ataque. Frases, metáforas que se van instalando sólidamente a medida que se diluyen como las galletitas en la leche. En el medio (¿o en los márgenes?) quedamos lxs que no entendemos o los que llegamos tarde.
Qué importa, si ellxs van forjando su sentido de pertenencia en canciones que reproducen hasta el cansancio desde sus celulares. Sus temáticas dan cuenta de lo que están experimentando: las desigualdades, el pulso firme del barrio, la fuerza sanadora de la amistad, el desamor y el consumo de marcas. En el caso de las artistas mujeres más escuchadas, el derecho al goce, al perreo sin ser sexualizado, el machismo, el gordo-odio y el hartazgo de todo esto junto.
Volvamos a la Jefa, Cazzu: “Mi disco es bélico y feminista”, ha dicho sobre "Nena trampa", editado el año pasado. Qué deliciosa tentación investigar en serio (desde la subjetividad de lxs jóvenes) qué peso tienen estos mensajes y cómo se desarrollan soluciones a partir de estas canciones. “Te guste o no te guste, somos el nuevo rock and roll”, soltó Trueno directo desde La Boca cuando lanzó su disco "Atrevido", en 2020.
Sumemos de nuevo a la Rosalía en este asunto: “La gente dice que no entiende las letras, y yo me pregunto: ‘¿Te has parado un minuto a leerlas realmente?’. Yo antepongo la sonoridad de las letras a que se entiendan porque, para mí, si se nota la emoción, eso es lo importante. Muchos de mis artistas favoritos ni siquiera cantan nada que tenga sentido, se centran en el sentimiento. ¿Qué más da, si la emoción está ahí? Y, aun así, trabajé en las letras durante un año”.
Una nueva vanguardia cultural está incomodando, como corresponde. Hace puchero el lenguaje institución, la palabra que reglamenta el mundo a nuestro alrededor y ordena lo real. Pero (ya lo dijimos) va mutando en el tiempo. ¡Nos poetiza! Y si cada lenguaje crea su mundo, podemos decir que entonces no todo es traducible en palabras. Dale, vieja, ¿no es más interesante aquello que no se puede traducir? Tal vez ya sea hora de reconocer que, en el fondo (¿y dónde queda ese fondo?), lo que molesta es hacernos mayores.