Facundo Conte: el heredero del bronce
“¡Vamos Argentina! ¡Argentina es bronce! ¡Argentina es bronce! ¡Si este es el paraíso, quiero vivir acá!” Mientras el grito del relator José Montesano hacía emocionar a un país entero, Facundo Conte corría a abrazar a Agustín Loser, autor del tanto decisivo en la victoria contra Brasil en los últimos Juegos Olímpicos de Tokio 2021.
El histórico número 7 de la Selección masculina de vóley acababa de igualar el logro que su papá, Hugo Conte, había conseguido con la misma camiseta y ante el mismo rival en 1988, justo un año antes de su nacimiento.
El apodo “el Heredero” jamás le había quedado tan bien al pibe que creció jugando a disfrazarse de superhéroe con la medalla de bronce colgada en el cuello. Con presiones y exigencias, porque no cualquiera tiene un padre considerado por la Federación Internacional de Vóley entre los ocho mejores jugadores de toda la historia, pero con el consejo sabio de quien entiende la esencia del deporte: “Divertite, Facundo”.
A poco más de cuatro meses del tercer puesto en Tokio, el atacante argentino –que salió mejor receptor del torneo, vaya paradoja– emigró a Polonia y se encuentra defendiendo los colores del Aluron CMC Warta Zawiercie. Pasó por Italia, por Brasil, por China, pero nunca jugó para un club argentino. Quizás por eso piensa que “ganar con la Selección es extremadamente más especial”.
Aunque asegura que vive “sólo por hoy”, tal como reza el tatuaje que lleva en el brazo derecho, la cuenta regresiva para el Mundial de Rusia 2022 ya está en marcha y la puesta a punto es en una de las mejores ligas del mundo. “En Tokio jugué de la manera en la que jugué porque sentía que eran mis últimos Juegos Olímpicos, o tal vez mi último torneo con la Selección. No sé qué va a pasar ahora. El presente entusiasma, y siendo joven todavía dan muchas ganas de seguir. El gustito dulce de la victoria, una vez que se prueba, es difícil de dejar.”

–¿Qué significa esta medalla para el vóley argentino?
–Nosotros crecimos mirando a la Selección de [Marcos] Milinkovic, crecimos bajo la sombra de la generación dorada del vóley, que fue la de mi viejo en los 80. Hoy, que podamos ser quienes generan esa emoción es impagable. Creo que esta medalla renueva la fuerza que el vóley argentino tiene y espero que sea un trampolín para tener más apoyo de la Federación.
–Junto con Hugo son el único caso de padre e hijo medallistas olímpicos en el país. ¿Qué te pasa con el apodo “el Heredero”?
–Al principio era casi… no digo “molesto”, porque crecí bajo el condicionamiento de ser el hijo del jugador más grande de la historia argentina, y si bien por momentos lo padecí, hoy me hago cargo del apodo. El haberme librado de esa presión y poder decir que mi viejo y yo ganamos las únicas dos medallas olímpicas que tiene el vóley argentino me llena de orgullo. Hoy me hago cargo de ser el Heredero, me gusta.
–¿Te dio tranquilidad la medalla?
–Sí, es una realización de toda mi vida. Yo nací con la medalla en mi casa, y haberla ganado me da una tranquilidad importantísima, me saqué un montón de mochilas. Hoy siento que estoy viajando mucho más ligero, con el cuello más pesado (se ríe).

–Hace un tiempo, Luciano De Cecco habló sobre la medalla de bronce que ganó la Selección en el 88 y dijo: “Tendremos que vivir bajo esa sombra hasta que ganemos algo”. Debe de ser difícil jugar con esa presión.
–En nuestro caso, lo bueno y lo malo es que la mayoría de nosotros ni siquiera había nacido cuando la Selección ganó la medalla anterior. Entonces, si bien crecimos bajo esa sombra o hito deportivo inalcanzable, fue algo que pasó hace mucho tiempo.
En el básquet pasa algo parecido, pero Scola, que es parte de esa generación dorada, se retiró en estos Juegos. Entonces, en algún punto, es reciente: todos vimos el tiro palomita de Ginóbili en 2004, pero ninguno vio los ataques de mi viejo o de Raúl Quiroga en el 88. Creo que eso es una ventaja.
–Cuando terminaron los Juegos Olímpicos contaste que entrenaron sin el apoyo real de la Federación Argentina (FeVA). ¿Cambia algo ahora?
–Espero, aunque tengo mis grandísimas dudas, que la Federación y la dirigencia, que nunca estuvieron a la altura de los jugadores, esta vez puedan acercarse. Es fundamental.
La Selección masculina, la femenina y las divisiones inferiores necesitamos tener más apoyo, porque la Federación está viviendo la consecuencia de la pasión de quienes jugamos, y no intentando hacer crecer. Hoy tenemos en la mano una medalla, entonces es todavía más importante e imperioso hacer un esfuerzo mayor.
Hace poco más de dos años, la interna en el vóley argentino explotó y los máximos referentes de la disciplina publicaron un comunicado contra la FeVA. Además de Facundo, Yamila Nizetich, Julieta Lazcano y Luciano De Cecco, entre otros, brindaron una conferencia en el Enard en la que reclamaron por los premios de los seleccionados, por la demora en su pago y por elecciones justas dentro del organismo.
“El vóley tiene que elegir a su comandante, no puede ser que entre comandantes se elijan entre ellos y vean a quién le conviene estar. Hoy vemos los frutos de todo lo que cosechamos los jugadores y entrenadores de todas las escuelitas del país, que hacen milagros para entrenar y lo hacen a pulmón porque aman el deporte. De la misma manera tendrían que comandarnos. No queremos que vivan por el vóley, sino que vivan para el vóley, como hacemos nosotros”, se enoja Facundo.

–Muchos jugadores de la Selección juegan en ligas de otras partes del mundo. Eso es por la falta de competencia que hay en la Argentina.
–Exacto, eso es muy triste. Yo no jugué nunca en la liga argentina, por ejemplo. Hoy no es posible que los jugadores podamos estar ahí porque no se generan mejoras, se espera a que sucedan, y nadie jamás ha logrado nada esperando. La dirigencia, en general, en la Argentina, ha tenido falencias grandísimas: en el fútbol, en el básquet, en el hockey, en el atletismo, en el vóley. Es oportunista, porque es cómodo trabajar a cuestas de los demás. Hoy somos un producto importantísimo, pero lo tiene en la mano gente incompetente.
–Si tuvieras que hacer un balance, ¿en qué momento de tu carrera estás hoy?
–Seguramente sea el momento más alto de mi carrera, por la madurez y la solidez que siento como jugador. Después de haber ganado la medalla, uno dice: “¿Y ahora qué?”. Pero intento centrarme en lo que estoy viviendo y no proyectarme mucho a futuro.
–Falta muy poco para el Mundial de Rusia. ¿Cómo lo estás viviendo?
–En algún punto, me entusiasma que esto pueda seguir, que el año que viene ya sea el Mundial. No sé qué pasará, porque también soy una persona antes que un deportista. Hace quince años me puse la camiseta celeste y blanca, y la amo, pero son quince años. Entonces se generan necesidades personales diferentes, quiero aprovechar mi propia vida (se ríe).
Una de las crisis existenciales más fuertes que tuve fue cuando me rompí el hombro en 2012. Estuve un año sin jugar y se me movió el piso, porque hasta ese momento yo no podía verme como otra cosa más que como un jugador. Yo me miraba al espejo, y debajo de mi ropa de civil era como Superman, tenía la camiseta número 7.
El haber aprendido a salir de eso hace a esta situación de incertidumbre. Hoy no me genera preocupación. Como sabés, tengo el tatuaje que dice: “Sólo por hoy”. El día de mañana, cuando diga que sí, ahí estaré, pero quiero vivirlo como viví los Juegos. Ya veremos qué sucede.
Fotos: Jonas Papier
Agradecimientos: Inside Sports Marketing