Los años dorados
Entre fines de los 70 y principios de los 80, la música popular brasileña era una fuente inagotable para la atormentada juventud local. De entre todos esos discos inolvidables, vale la pena rescatar Mel, de la bahiana más fea y más linda de todas.
Ahora que tengo mil años -y como sucede siempre que pasás los 200, más que viejo sos sabio– quiero decir que entiendo muchas cosas, pero cuando tenía 20 lo que no intuía lo daba por hecho. Comienzo así esto porque cumplí 20 en el Ejército, después de dos años de vida militar con calabozos incluidos (y esas son cosas que no hacen nada bien en el espíritu de un chico, menos hacia finales de los 70 en la Argentina). En Brasil las cosas estaban igual, tal vez sea por eso que en esos años empatizábamos tanto con nuestros hermanos del norte.
Quiero decir que en esa época la música popular brasileña era un cuenco inagotable de melodías que se nos hacían carne y sangre enseguida a los jóvenes sensibles y golpeados de Buenos Aires. Así fue que entre la intelligentzia joven porteña circulaban tres discos de código. No eran grandes obras “beatlescas” y ni siquiera eran best sellers, simplemente todos teníamos esos discos. Me acuerdo bien que me mataba pensando quién sería el ingenioso heraldo que pasaba por los barrios anunciando cuáles eran los discos que teníamos que encontrar para sentir que no estábamos solos.
De chiquito me hacía la misma pregunta cuando visitaba a mis primos de Morón (lejísimos de mi barrio), alos que veía una vez por año, quitando la Navidad, y descubría –no sin agrado– que estaban juntando las mismas figuritas que yo, o estaban enroscados en los hilos de un tikitaka como yo, o se habían armado un carrito con rulemanes igual que un servidor. A pesar de vivir totalmente alejados, sin contacto ni interés siquiera en ellos, estábamos en la misma.
No era una belleza de las tradicionales, ciertamente a muchos les parecía irremediablemente fea, pero yo era uno de los que veía en Bethânia a la mina soñada.
Y mucho después me enteré de que eso pasaba en todos los barrios al mismo tiempo. Bueno, lo mismo pasaba a los 20, pero con ciertas almas gemelas –soulmates que uno iba descubriendo por ahí–, cuando muchas veces en esa actitud zen de aquellos años nos sentábamos en semicírculo en los sillones de la casa de alguno para escuchar un disco entero moviéndonos solamente para fumar o para agarrar un vaso o, en casos extremos, un libro, y en el mejor de los casos, para intentar un exceso con alguna amiga de alguna amiga… en fin.
Los discos brasileños que encontraba en todas las casas de todas las personas interesantes eran el de Jobim con Elis Regina, una gema; el de Ney Matogrosso, Seu Tipo, y Mel, de Maria Bethânia. ¡Dios, qué mujer! No era una belleza de las tradicionales, ciertamente a muchos les parecía irremediablemente fea, pero yo era uno de los que veía en Bethânia a la mina soñada. Dueña de una hermosura casi religiosa, además de su voz, me embelesaba su mirada casi virola encima de esa nariz larguísima, de tabique partido, y esa voz. Bahiana,hermana menor de Caetano, ya había hecho como seis discos en el 80 y a esta altura debe tener como 40, pero como los de esa época, pocos.
Cuando salí de la vida militar, a fines del 79, una de las primeras cosas que hice fue pasar por las disquerías del centro para ponerme al día con todas las músicas que me había perdido. Uno de los primeros discos que vi salir ya fuera de la palidez fue este, Mel, de Maria Bethânia. Capaz que fue como conocer a tu primera chica después de dos años en la cárcel, pero tengo con este disco algo especial, nuestro, único: saborear la libertad después de ese miserable infierno escuchando a Bethânia, en el viejo patio de mi casa paterna sabiendo que poco después me iría del barrio para no volver, sin entender todavía mucho de lo que cantaba la bahiana pero su intencionalidad era una droga que me entraba por los oídos y me embadurnaba el cerebro. Y un día me fui del barrio, de manera que ignoro si puedo hablar de este disco imparcialmente. Pero sí sé que puedo hablar sinceramente de él.
Nada que no se vea y se escuche en cualquier otro disco: un puñado de canciones. Pero algo había en esas músicas que entrañaban otro relato, subyacían como perlas escondidas, signos cómplices para todos aquellos que teníamos en nuestras manosel futuro sin saberlo. Sería que ellos también estaban sobreviviendo a sociedades enfermas de gobiernos brutalmente ignorantes y violentos, perversamente pacatos y aburridos.
Ellos eran Ney, Caetano, Chico Buarque, Gonzaguinha y demás. Escribían sus propias canciones como escribían su propia historia personal, y quizás eso subyace. Escribir historias pequeñas pero ciertas y con elegante gracia inevitablemente hará un tajo en el almade quien las escucha. Yendo un poco más a lo palpable, Maria Bethânia se había hecho conocida en Buenos Aires por las excursiones acompañando al genial Vinícius de Moraes, y ya sabíamos por acá que era divina.
Más en esos años; en 1978 aparece Álibi, para muchos el punto más alto de Bethânia, primer disco en la historia de Brasil en llegar al millón de copias vendidas de entrada, superando al mismísimo Roberto Carlos y poniéndola a su misma altura en convocatoria y popularidad. Álibi me lo perdí. Pero en el verano del 80 aparece Mel (Miel, en la versión argentina). Y era exactamente lo que había que hacer después del éxito desmedido de Álibi: misma onda, misma búsqueda, mismo productor (el inmenso Perinho Albuquerque) y una docena de canciones nuevas hechas por los amigos de siempre y un par nuevos.
Nada extravagante, sin estudios de marketing ni campañas publicitarias exageradas, sólo buenas canciones bien cantadas, as simple as that. Subyacían muchas cosas en Mel de Bethânia, esa era una: cantaba temas de su hermano, de sus amigos viejos y nuevos. “Mel” sería con el tiempo –algo que aprendí ya instalado en Brasil unos años después– la canción insignia de las lesbianas cariocas, así como la genial “Grito de Alerta” de Gonzaguinha nació de una relación homosexual de dos cantantes amigos y fue la canción principal de la novela éxito de esos años allá mientras acá la cantaba, creo que para su novela también, Leonor Benedetto (lo juro). “Ella e Eu” fue una historia de amor heterosexual que después, al ser versionada por Simone y por Marina Lima, se transformó en el himno lesbo callejero. Y “Da Cor Brasileira”... que una mina te escriba eso a vos y me hago amigo tuyo enseguida. Y debía de ser eso nomás lo que hace este disco tan grande, cada una de sus canciones es una puerta al abismo de la libertad de pensamiento. Adiós, se me hizo tarde.
Se había hecho conocida en Buenos Aires por las excursiones acompañando al genial Vinícius de Moraes, y ya sabíamos por acá que era divina.
La camadería es solo brasileña
Un dato de color que marca la diferencia entre la escena brasileña y la local es que lo primero que Roberto Carlos hizo cuando se enteró de que la Bethânia se le había puesto a la par fue invitarla a cantar a su show de fin de año. Hizo 40 mil puntos de rating la transmisión de Reveillon, mientras acá seguro que los dos más grandes de la época debían estar mintiendo cifras en la tele para ver quién metió más gente en los bailes de carnaval. Una constante en la música popular brasileña, me contaba mi querido Didi Gutman, entonces tecladista y productor de Bebel Gilberto.
Después de desarrollar una exitosa carrera en Nueva York, Bebel hizo el debut en su tierra en un show junto a las figuras del momento y Didi decía que lo que más le llamó la atención fue la solidaridad de los músicos brasileños, cosa que graficaba contando que camino al escenario a Bebel se le descosió el vestido y quien corrió a cosérselo fue Marisa Monte, la estrella que cerraba el espectáculo. Me terminó de convencer el dueto de Roberto Carlos y Caetano Veloso cantando a Jobim en San Pablo. Acá Charly y Luis duraron los cuatro minutos de “Rezo por vos”. ¿Qué nos habrá llevado a ser así, no? vos”. ¿Qué nos habrá llevado a ser así, no?