Con D de diverso

México tiene historia, arqueología, playas y paisajes, pero su puerta de entrada es una capital increíblemente grande y variada. Aquí van unos consejos para aprovecharla mejor.

 

La Ciudad de México, más conocida entre propios y ajenos como “el DF”, sorprende antes que ninguna otra cosa por su inabarcable tamaño. Es enorme. Recorrerla de un barrio a otro en bus, taxi o metro obliga a invertir, como mínimo, dos horas, con la posibilidad de que sean más puesto que el tránsito es impredecible. Es caótica, sí. Es irregular, como también lo son Estambul o San Pablo. Es inagotable. Es todo el tiempo distinta de sí misma. Uno pensaría que Coyoacán y Polanco –la historia presentificada y la modernidad inalcanzable– no pueden pertenecer a la misma urbe. Pero pertenecen. Exploremos un poco las caras más amables de esta ciudad imprescindible.

 

 

Coyoacán

 

 

Situado en el centro neurálgico de México, Coyoacán es el barrio más colonial. Allí se encuentran la famosa Casa de Cortés y la Casa de la Malinche, la nativa que supo ser la amante maldita del conquistador. También está la celebérrima Casa Azul, donde vivía y pintaba Frida Kahlo, donde transcurrieran sus amores con Diego Rivera y donde vivió sus últimos años y murió asesinado el revolucionario ruso León Trotsky, huésped y quizás amante de la pintora. Recorrer las plazas coloniales y los museos históricos del barrio es un placer incomparable.

 

 

 

La Condesa

 

 

La Condesa, como lo llaman los locales porque sus comunas se denominan colonias (por lo cual el apelativo alude a la Colonia Condesa), es desde hace unas décadas el centro de la movida cool de la ciudad. Y de la arty, por qué no. Allí están los mejores restaurantes y cafés, las galerías de arte contemporáneo más concurridas y, como símbolo de la vanguardia fashionista, el famoso hotel Condesa DF, con mobiliario diseñado por la mundialmente prestigiosa Zaha Hadid.

 

 

Aunque no te alojes en ninguna de sus confortables habitaciones vale la pena almorzar en el patio de la planta baja, tomar un trago en la espectacular terraza con vista a la plaza o degustar un buen sushi mirando ir y venir a gente guapa y ecuchando a los mejores DJ de México mientras cae la tarde. La Colonia Roma, su vecina, es la variante hipster.

 

 

 

Polanco

 

 

Aquí llegamos a otra ciudad. ¿París? ¿Nueva York? ¿Milán? Lo parece. Chanel, Christian Dior, Max Mara, Zegna, Montblanc. Las grandes boutiques, probablemente más amplias que las originales europeas, se abrazan unas detrás de otras en las inmediaciones de la sofisticadísima avenida Presidente Masaryk, donde lo que se respira es dinero. Las grandes cadenas hoteleras compiten por el mejor diseño, la torre más alta y la terraza más concurrida. Así, el W, el Marriott, el Hyatt Regency y el Intercontinental se elevan orgullosos de sí mismos, mostrando al mundo el poderío económico de una metrópoli pujante. Muy cerca de todo ese glamour, la visita debería terminar con un día (sí, uno entero) destinado al Museo Antropológico de México, uno de los mejores exponentes de su raza.

 

 

 

 

 

El Zócalo

 

 

A veces las ciudades tienen un origen geográfico, y el de esta es El Zócalo. Lugar de reunión, celebración, protesta, esta inmensa plaza seca está honorablemente circundada: el Palacio de Gobierno por uno de sus lados, la magnífica catedral y los restos del Templo Mayor azteca (con cuyas piedras fue erigida aquella) por otro y el Palacio Municipal por un tercero. Muy cerca, el Café de Tacuba y la Casa de los Azulejos son dos imprescindibles, igual que la multitud de librerías de viejo que hacen las delicias de los viajeros cultos.

 

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