La era del goce: entre el amor propio y darse el gusto contra los prejuicios

La reivindicación del placer está en todos lados: en las series, en la publicidad, en la cartera de Lali o en el traje de baño de Moria. El deleite sin concesiones está aquí para disfrutar a solas o en compañía, y la libertad es la única regla.

Si vimos La masacre de Texas podemos imaginarnos que filmar una película porno en una cabaña quizás no sea una buena idea. Pero son los años 70 y el singular grupo formado por dos calientes aspirantes a actrices triple equis, un afroamericano bien dotado, el productor fumancho medio bobo, un camarógrafo que aspira a ser el Godard hardcore y su novia con carita de scream queen se meten en una furgoneta rumbo a la América profunda.

En la cabañita de huéspedes que alquilaron por dos pesos los esperan el dueño del predio y su mujer, un par de ancianos que no son precisamente los abuelitos de Heidi. Él los recibe a punta de rifle; a ella le gusta espiar. Y mientras los cuerpos de los jóvenes actores se entregan al placer, la viejita se calienta, quiere sexo y lo dice con todas las letras. Su marido no está en condiciones de darle lo que quiere así que ella va a tomarlo por su cuenta, aunque tenga que matar para conseguirlo.

“Los caminos del deseo y del goce son misteriosos, hermano”, parece decir el predicador desde un televisor en blanco y negro. Después vendrá la inevitable sangría de cuerpos tallados, pero en X, la película del nuevo amo del slasher elevado, Ti West, el verdadero terror reside en darles el centro de la escena a dos viejos sexuados.

La gente goza desde que nace hasta que muere, más allá de lo que la cultura nos ha hecho creer.

Superficies de placer

Desde el Satisfyer que Lali sacó de su cartera Louis Vuitton en el video que hizo para Vogue hasta Pearl, la abuela de X que dice “sexo o muerte”, pasando por los incontables hilos tuiteros sobre masturbaciones (ficcionados o no, a quién le importa), el goce está en todos lados y pide pista para ser nombrado, mostrado, consumido, publicitado, transitado, disfrutado. En pareja, a solas, en comunidad o como te guste, sin vergüenza. La experiencia tomó una relevancia cultural formidable, y en el mostrar está el gusto.

¿Había que sacar el succionador de clítoris de la cartera? En estos tiempos, una imagen viral vale más que mil palabras. ¿El video de Vogue es una acción publicitaria? Claro que sí, pero eso no le baja el precio al asunto.

En la era de Instagram y Don Draper (¿excitaría tanto a todos si ese tipo jodido, sexual y roto no vendiera campañas?) vivimos inmersos en la publicidad: algunos anuncios generan un deseo mayor que las viejas películas eróticas de The Film Zone, y las vidas ajenas calientan más que una manta de polar. Si el goce está en la conversación, si sale del ámbito privado y secreto para circular desnudo y libre como el lenguaje, bienvenido sea el chivo.

Con un valor en torno de los 25 mil pesos, el succionador de clítoris que promocionó Lali es el juguete sexual del momento, con más de 25 millones de ventas desde 2016.

Filosofía carnal y objetos de goma

“Apuesto por el derecho al goce y a la sexualidad de personas mayores y de discapacitados en una sociedad antimujer y antiviejos.” Lo dijo Esther Díaz, la gran filósofa, epistemóloga y ensayista, en Hasta Trilce Radio. Esther siempre viene a recordarnos que los años no regulan el deseo y que la Escuela de la Carne está siempre abierta.

La erección y la penetración no son los únicos caminos para el goce; de hecho, las mujeres tenemos un órgano como el clítoris cuya utilidad es el placer. “A medida que avanzan los años, muchos hombres que no toman Viagra –dice Esther– empiezan a desarrollar una sensibilidad distinta y a disfrutar con otras cosas, como simplemente mirar o tocar.” La gente goza desde que nace hasta que muere, más allá de lo que la cultura nos ha hecho creer.

“La diferencia está entre las palabras ‘placer’ y ‘goce’. El goce es la muerte y el placer es disfrutar, pero en la vida cotidiana tenemos que utilizar goce como lo usa todo el mundo, como sinónimo de placer, porque el patriarcado lo necesita para seguir siendo poderoso; justamente para que gocemos lo menos posible, porque cuando uno goza más… ¡ojo los hedonistas!”, dice Esther, quien también afirma que darse el gusto contra los prejuicios es un actitud punk. Foucault y Freud no nos arruinarán el humor ni la ironía. Ser una intelectual del sexo no le quita lo caliente a lo pensante.

Los rouges de Isamaya están a la venta por 95 euros y vienen en dos tonos: el rojo más clásico y un bálsamo de labios negro, que se agotó en menos de un mes.

¿La culpa por gozar sigue existiendo? Si tenés dudas podés mirar todos los comentarios en el video de Lali o leer lo que Díaz le dijo al sitio La Tinta: “Foucault se pregunta: ¿por qué Occidente gastó tanta energía en culpabilizar el sexo? No tenemos una respuesta. Es cierto que para el cristianismo existe la gula, pero una persona gorda no era echada de una iglesia; en cambio, una persona con fama de prostituta sí, y en algunos lugares la promiscuidad todavía se sigue pagando caro. El tema con la sexualidad, justamente, es que es el lugar del goce, del placer, y el que ejerce dominio no quiere que la sociedad goce”.

Resistiré erguido frente a todo

Sin embargo, la resistencia existe y viene marchando con succionadores de clítoris de diez velocidades, nuevas comedias que muestran la sexualidad de las personas con discapacidad (como la recién estrenada División Palermo), o la irrupción del labial Lips by Isamaya, cuyo envase es un pene metálico que puede ser usado como escultura coleccionable y causó furor desde su lanzamiento. Su factótum, la maquilladora y creadora de arte portátil Isamaya Ffrench, dice que la idea de lanzar un rouge con forma de miembro erecto le vino en un sueño; nadie se atrevió a preguntarle de qué tipo.

“Me encantaría mostrarles los chats del equipo de diseño mientras lo creábamos, son divertidísimos. Y me muero por ver a los usuarios pelando el estuche en algún restaurante al que va todo el mundo”, remató Ffrench. ¿Lo tenés corrido? Que nadie te impida el retoque.

Y si de resistir erguido frente a todo se trata, el tercer episodio de la serie The Last of Us, que fue tan aplaudido como castigado por mostrar el amor y el sexo entre dos hombres mientras un hongo se come al mundo, es una especie de combate final. El antisocial Bill y el amoroso Frank compartieron su casa, su cama y la huerta donde cultivaron unas milagrosas frutillas que se salvaron del apocalipsis. Mientras las comían, repletos de placer, emocionados y excitados, esas frutas eran como una manzana de Eva sin pecado. El paraíso donde los cuerpos gozan, hasta el último de nosotros.

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