Roger Federer, todas las caras del campeón vulnerable

Del poderío absoluto al hombre que rompió en llanto, el suizo nunca ocultó los momentos de zozobra. El círculo de la amistad con Rafael Nadal, la desazón de la derrota y el sostén de Mirka Vavrinec.

Por Pablo Amalfitano

La imagen es elocuente: Federer no consigue contener el llanto mientras su mano izquierda toma la derecha de Rafael Nadal, también envuelto en lágrimas, en una foto que quedará para siempre en la memoria. Es la desnudez del ser humano ante el paso del tiempo: por más superhéroe que haya parecido durante sus 24 años de trayectoria, el suizo deja en evidencia, por última vez, su lado más frágil. 

Acaba de perder el último partido de su carrera. Junto a Nadal, nada más y nada menos, en el doble que le permitió jugar su maltrecha rodilla derecha, luego de tres cirugías y más de un año de inactividad. Y en la Laver Cup, el torneo que fundó para sostener, como si hiciera falta, el legado a través de los tiempos. 

Durante los años de dominio absoluto, una década y media atrás, Federer logró plantar una imagen perfecta. Hasta que irrumpió Nadal, el hombre que lo destronó pero que, sobre todo, le reveló al mundo su faceta más humana.

El resultado, el desarrollo deportivo y los triunfos de antaño quedan a un costado: la conmoción se apodera del instante. Federer ya no es una máquina de ganar, como advirtió el mundo durante varios años en el pasado. Federer llora, es humano, sufre, piensa y, claro, se emociona.

“Fue un día maravilloso. Estoy feliz, no triste. Disfruté de ponerme mis zapatillas por última vez. Tuve a mis amigos aquí, a mi familia, a mis compañeros. Estoy muy contento por haber jugado este partido”, desliza el suizo a sus 41 años, sin esconder la congoja de un momento que lo sume en una profunda angustia, más allá del abrazo de su gente y del llanto de su antagónico rival, con quien supo construir un duelo irrepetible de estilos que llevó al deporte a un nivel superlativo.

EL CAMPEÓN VULNERABLE 

Federer supo ganar. Y lo ganó todo. Durante los años de dominio absoluto, una década y media atrás, logró plantar una imagen perfecta. Hasta que irrumpió Nadal, el hombre que lo destronó pero que, sobre todo, le reveló al mundo su faceta más humana. 

Era el 1° de febrero de 2009. Federer tenía 27 años y venía de ceder la cima del ranking a manos del español luego de 237 semanas consecutivas en lo más alto, una cifra que será récord durante mucho tiempo. Jugaba la final del Abierto de Australia y pretendía igualar los 14 títulos de Grand Slam de Pete Sampras, por entonces el máximo campeón. Pero las cuatro horas y 23 minutos de disputa física y mental consagraron a Nadal. El mundo, de repente, se derrumbó.

La entrega de premios, en presencia del mítico Rod Laver, se volvió un martirio para el suizo, que, luego de escuchar al presentador recordando su posibilidad trunca de haber alcanzado a Pistol Pete, ya no pudo reprimir sus sentimientos: “Quizá vuelva a intentarlo otra vez; no lo sé… Dios, esto me está matando”, dijo. 

Aquel día, en Melbourne, quedó materializado un gran cambio: el rey se desnudó. El hombre que el año anterior había cedido la corona en Wimbledon sufría en esa etapa de aprendizaje porque casi no conocía el significado de la derrota. Sufría porque había exteriorizado el desconsuelo.

Diez años más tarde, en Londres, recibió el último gran cachetazo, aunque la reacción inmediata resultó diferente. Federer perdió la final de singles masculino más extensa de la historia de Wimbledon ante un Novak Djokovic que no lo superó en ningún aspecto del juego. Un partido increíble en el que el suizo tuvo dos match points en el quinto set pero volvió a mostrar la otra cara de la dualidad: el ser humano y la derrota.

Entre el saludo en la red con su rival y la ceremonia final estuvo paralizado en su banco. Quieto. Atónito. Con la mirada perdida. La mayor victoria de su carrera se le había escurrido entre los dedos. Y era la última bala en la recámara. El planeta, esta vez, no lo vio padecer, aunque el desahogo tuvo espacio en el vestuario. Las lágrimas de Melbourne habían viajado a Londres. 

“En cierto punto no importa si hubiera perdido con otro resultado más rápido. Es posible que me sienta más decepcionado y más triste. No sé lo que me pasa en este momento. Siento que es una oportunidad tan increíble que no puedo creerlo. Es lo que pasó”, graficó más tarde. La pena y la forma en la que le afectaron ciertas caídas, en definitiva, lo acercaron a la gente: Federer no era inalcanzable, sino un hombre común con padecimientos y oscuridad.

EL VERDADERO SOPORTE: MIRKA VAVRINEC

Federer conoció a Mirka Vavrinec durante los Juegos Olímpicos de Sídney 2000. Con 18 años formó pareja con ella (22) en el doble mixto para representar a Suiza. En aquel torneo nació el vínculo irrompible que garantizó la longeva carrera del dueño de veinte títulos de Grand Slam.

Mirka se retiró en 2002 por una lesión en el pie y, desde entonces, se convirtió en el mayor sostén de Federer, sobre todo hacia los años finales de su carrera, ya con una familia formada. Luego del casamiento, en abril de 2009, tuvieron cuatro hijos: las gemelas Myla Rose y Charlene Riva, que nacieron dos meses después, y los mellizos Leo y Lenny, en 2014.

“Sin Mirka no hubiera ganado veinte Grand Slams. Me ayudó a seguir con este viaje”, dijo en su partido de despedida. Más cerca del epílogo de su carrera llegó a decir que jugaría hasta que Mirka decidiera que no quería viajar más.

Miroslava, el nombre con el que nació hace 44 años en Eslovaquia (dos años después se fue a vivir a Suiza), no solo lo ayudó a crecer gracias al conocimiento que tenía sobre el circuito profesional, también le dio un amor incondicional y la estabilidad necesaria para enfocarse en el tenis.

EL VÍNCULO CON NADAL Y EL CIERRE DEL CICLO

La antinomia Federer-Nadal no solo tuvo lugar en la cancha. Los 40 partidos (16-24) entre ambos que modificaron la historia del tenis para siempre también trascendieron en ciertos episodios de luces y sombras fuera del court.

El suizo tuvo dos etapas como integrante del Consejo de Jugadores, la pata representativa de los tenistas dentro de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP), incluso por momentos como presidente (2008-2014 y 2019-2022). Durante su primera estadía protagonizó un recordado cruce con Nadal, en 2012, tras un pedido abierto de su parte para que los tenistas no criticaran de manera pública al circuito. La reacción del español fue icónica: “Su postura es muy fácil: ‘Yo soy un gentleman, que se quemen los demás’. Esto tampoco debería ser así”.

Tan virtuoso adentro como afuera de los estadios, Federer diluyó aquel entredicho sin que pasara a mayores, como también había sucedido años anteriores por la cantidad de torneos en polvo de ladrillo en todo el calendario. Por entonces, se podría decir que no eran amigos, aunque la situación cambió durante los últimos años, con más experiencia y más objetivos en común para el presente y el futuro del tenis, en contrapartida con ciertas posturas de Djokovic.

Este particular vínculo, que se alimentó con base en partidos antológicos y metas en conjunto para el deporte en general, tuvo su punto de mayor efervescencia tras el último juego de Federer. Las palabras de Nadal no requieren epígrafe: “Con el retiro de Roger, una parte importante de mi vida se va con él. Todos los momentos en los que estuvo conmigo fueron de los más importantes de mi vida. Estoy feliz por terminar nuestra carrera como amigos después de todo lo que compartimos como rivales”. Y vaya si esa amistad dejó una imagen final para la historia.

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