Andrés Calamaro cumple 61 años: 5 discos esenciales de un gigante del rock nacional

Nadie sale vivo de aquí (1989)
El cuarto disco solista de Andrés tras Hotel Calamaro (1984), Vida cruel (1985) y Por mirarte (1988) gozó de la categoría de “mejor álbum de” hasta que apareció Alta suciedad, en 1997. Y era justicia: secundado por Ariel Rot (guitarra), Gringui Herrera (guitarra,), Ricky González (batería), Alejandro Schanzenbach (bajo) y Jordi Polanuer (saxo), es decir la misma banda que grabó Por mirarte, el ex Los Abuelos de la Nada se vestía de songwriter serio a bordo de grandes canciones, y de algún modo anticipaba su etapa española junto a Los Rodríguez, donde Rot sería su socio musical.
Rock directo, simple pero también sofisticado, cifrado en temazos como “Pasemos a otro tema”, “Pero sin sangre”, “Adiós, amigos , adiós”, “Dos Romeos”, “Vietnam” (donde aparecían Gustavo Cerati y Fito Páez), “Con la soga al cuello” (con Vicentico como invitado), “Ni hablar” o “No me vulvas la espalda por eso”. Un disco grabado en plena hiperinflación que preparaba el terreno para la consagración total, que llegaría con el siguiente.
Alta suciedad (1997)

Paradojas de la vida, en épocas de enfrentamiento púbico con Charly García, Calamaro hace un disco extraordinario a las ordenes de Joe Blaney, legendario productor de los mejores discos de García. Empujado por la intención de grabar con sesionistas de probado calibre (músicos que habían trabajado con John Lennon, Steely Dan o Arteha Franklin), Andrés viajó a Nueva York con una valija repleta de temas insuperables: “Flaca”, “Crímenes perfectos”, “Loco”, “Media Verónica”, “Donde manda marinero”, “Comida china”, “Me arde”, “El novio del olvido” (titulo tentativo del álbum) y hasta una referencia a su narcótico presente en “Nada es igual”, participación de Antonio Escohotado incluida.
El disco lo desmarcaba de los aires latino/españoles que su música había tomado con Los Rodríguez, para habitar un universo multigénero: hay ranchera, funky, rock, balada, pop, toques beatlescos, en un álbum que homenajea a Dylan desde la portada (referencia nada inocente si se tiene en cuenta el gran trabajo en las líricas) y es sin dudas su obra maestra.
Honestidad brutal (1999)

La desmesura. 37 temas. Nueve meses de trabajo. Participaciones de Diego Maradona, Mariano Mores y Virgilio Expósito. Otra vez Joe Blaney. El disco (doble) que cierra la brillante trilogía que empezó en Nadie sale vivo de aquí y siguió con Alta suciedad (podría decirse que un espíritu de continuidad se coló en el siguiente y quíntuple El Salmón, pero esa es otra historia) abarca todos los intereses y estados de ánimo de AC.
El ajuste de cuentas con una mujer que lo tenía a maltraer (“Te quiero igual”, “Cuando te conocí”, “Los aviones” y varias más) y también aquellas que endulzan las noches de excesos (“Paloma”), el tango (compone y graba con Mores “Jugar con fuego”; versiona “Naranjo en flor”), la ciudad a la que volvía (“No tan Buenos Aires”), las drogas (“Clonazepam y circo”), los homenajes en forma de canción (“Maradona”, “Con Abuelo”), se suceden como una catarata que fluye insospechadamente, un caos ordenado que mete a Calamaro en un laberinto del que sale por arriba a fuerza de canciones inolvidables.
El cantante (2004)

Así como cierto esoterismo estético vincula los mejores años de Los Redonditos de Ricota con el Indio Solari luciendo bigotes, muchos calamaristas señalan este disco —donde en la portada aparece un Andrés con más años, mirando de frente y portando mostachos— como el álbum donde El Salmón se desmarca de la seguidilla que lo consagrara. Y hay más diferencias: produce Javier Limón, el gran hacedor de la renovación de valores del flamenco como Diego El Cigala o Enrique Morente.
Limón le imprime su impronta a este disco de versiones (con gran aporte de Niño Josele en guitarra) donde Calamaro va del tango (“Malena”, “Volver”, “Sus ojos se cerraron”) al folklore (“El arriero”, “Alfonsina y el mar/Zamba de mi esperanza”) y del bolero (“Algo Contigo”, “Voy a perder la cabeza por tu amor”) a la referencia setentosa (“La distancia”). Las perlas del álbum son el cover de Rubén Blades que da título al disco, y uno de los dos temas de su autoría (el otro es “Las oportunidades) que de aquí en adelante logrará estatura de clásico y porte de himno: “Estadio Azteca”.
El regreso (2005)

A seis años de no presentarse en vivo en la Argentina, Calamaro regresa a Buenos Aires (antes había actuado en el festival Siempre Rock de Cosquín) con una serie de shows en el Luna Park en abril de 2005 y con los músicos de Bersuit Vergarabat como banda de apoyo. Según cuenta el libro The Calamaro Files, de Martín Pérez, editado este año por Gourmet Musical, Andrés tomó junto a Javier Limón las cintas que se grabaron en el último de los tres recitales —que en realidad iban a formar parte de un especial televisivo— y las transformó en el único álbum oficial en vivo de su carrera.
Con una efervescencia total del público (el famoso karaoke en que se han convertido sus shows de un tiempo a esta parte) recorre buena parte del camino transitado (hay temas de toda su carrera, acentuando en la trilogía genial referida más arriba) de manera impecable, con un gran aporte de los Bersuit e invitados como Juanjo Domínguez, Juanse y su hermano, Javier.