Matándonos suavemente con esa canción

Convirtió un excelente tema en un himno que atravesó países, épocas e idiomas. Las versiones son incontables, lo mismo que quienes las cantaron, pero aun siendo una gran obra, es todavía mejor su historia, que mezcla a Cortázar con Lalo Schifrin y su socio, un tal Gimbel, que es el verdadero autor.

 

Así como hay obras maestras que generan siempre la duda acerca de cuanto tienen que ver en la consagración final el texto brillante, la dirección genial, la performance del intérprete o la acertada elección de casting, hay discos que quedaron en la gran historia de la música por una canción que opaca a las otras.

 

 

Diegote decía que la Selección Argentina era Mascherano y diez más (bueno, olvidemos esto), pero hay que reconocer que a veces Boca es Riquelme y unos cuantos más, o los Doors eran Jim Morrison y los otros tres, o que los Tres Chiflados, más allá de gustos y fundamentos personales, son una cosa con Curly y otra con Shemp.

 

 

Bueno, este disco es “Killing Me Softly with His Song” y siete canciones más. De verdad que las otras son buenísimas. Sin ir muy al fondo, aquí hay una excelente versión de “Suzanne”, del enorme Leonard Cohen, o las dos mejores canciones creadas por Ralph MacDonald, el percusionista de las mil batallas.

 

 

Pero el tema que hace la diferencia es “Killing Me Softly…”, canción que ya tiene casi tantas versiones, y en tantos idiomas y dialectos, como “Yesterday” de los Beatles. Hasta aquí se hicieron versiones en español (¡Dios!).

 

 

Siempre escuché historias acerca de la canción, me convertí en un fervoroso fan de ella y busqué mucho tiempo lo que mentaban como una versión previa a la de Roberta Flack, que a la sazón no fue la primera que la cantó, y un día encontré el simple de Lori Lieberman, ilustre desconocida que fue la musa de un asunto de lo más complicado. Digo esto porque en la gestación de “Killing Me Softly with His Song” entran desde Julio Cortázar hasta Helen Reddy.

 

 

Ni a los hermanos Coen se les hubiese ocurrido la historia que les voy a contar, que está bastante documentada y, a falta de testigos directos, la empiezo a contar.

 

 

Todo comienza en un lindo cotorrito de Los Ángeles, a mediados de los 60. Allí vivía Lalo Schifrin, que la había pegado unos meses atrás con el tema de Mission: Impossible y planeaba dar su próximo golpe montando un musical en Broadway con su amigo y socio Norman Gimbel, gran nombre para ser cómplice de algo: Gimbel.

 

 

La idea era de Lalo, quien le pasa a Gimbel un texto de Cortázar, supongo que el de Rayuela, que hablaba de un sujeto apoyado en la barra de un bar escuchando al pianista, ambos obviamente medio en pedo, y le dice que lo está matando suavemente con su blues. Como a Lalo le gustó la frase, se la pasó a Gimbel, que la anotó en la libreta donde anotaba ideas (very americano eso) y ahí quedó, porque la obra jamás se hizo y Lalo y Gimbel no se cruzaron más.

 

 

 

Ahora vemos a Gimbel con su nuevo socio, Charly Fox, sentados con el productor discográfico Joel Dorn tratando de peinar fino el repertorio del nuevo disco de Roberta Flack, quien venía de ganar un Grammy con “The First Time I Ever Saw Your Face”, canción que usó hasta Clint Eastwood en su debut como director en la inolvidable Play Misty for Me cuando cepilla a la fan demente. Buscaban canciones todo el día. Estamos en, digamos, octubre de 1972.

 

 

Roberta ya era brava, una negra de película de blaxploitation que cantaba divino y le había arrebatado el trono a Aretha Franklin, nada menos. Además de arrebatarle el marido a la Sra. Hathaway, la madre de Lalah. Y recordemos que el bueno de Donny Hathaway pasó al mundo de los invisibles arrojándose del piso trece del Essex House de NYC, el mismo edificio donde compró el famoso pisito María Julia y que queda justo frente a la estatua de San Martín en el Central Park, una delicia. Las malas lenguas de siempre aseguraban que un rato antes había discutido feo con la Flack, pero no consta. Tomemos esto como un dato de color en la historia, que ahora regresa a 1970: aquí se observa a una Lori Lieberman posadolescente en un concierto del discutible

 

 

 

Don McLean emocionándose con una canción. Tanta fue la emoción que cuando llegó a la casa escribió una poesía. Digamos que la mató suavemente con una canción.

 

 

Lori vs. Roberta

 

 

No se sabe cómo, pero un año después de eso la blonda Lori aparece en el living de Gambel recitándole la poesía y hablando de esa experiencia. Gambel llama a Fox diciéndole “Acá estoy con esta chica de la que te hablé” y en un close up Fox sonríe y se funde la imagen. Graban “Killing Me Softly with His Song” en 1971 con Lori Lieberman y no pasa nada.

 

 

Pero en enero del 73 la graba Roberta, y en marzo es número uno en el mundo. En abril Lori merodeaba con un cuchillo la casa de Roberta Flack, y en mayo un periodista se entera de la situación. Para mediados de año Roberta otorga la versión oficial: escuchó la canción en un avión, averiguó quién era el autor y así dio con (¿a que no saben con quiénes?) Gambel y Fox.

 

 

Cuando le preguntan a Gambel, dice que ciertamente Lori le leyó su poema, que tenía unas líneas que él agregó a la canción, que ya tenía el estribillo, y mostró la libreta vieja donde había anotado “Killing me softly with his blues”. Contó lo de Rayuela y cómo le cambió una palabra para la rima.

 

 

A todo esto, por una puerta del costado se asoma Helen Reddy, bastante de moda en esos días, y comenta como al pasar que Fox y Gimbel le habían mandado un demo con el tema y ella ni siquiera lo había escuchado porque el título le parecía horrible. Lo cual le cedió credibilidad al relato oficial. Y aquí quedamos.

 

 

Lo interesante es preguntarse por qué pasa que con dos canciones similares al mismo tempo y con la misma armonía, digamos, una es la nada misma y la otra una obra de arte. Me atreveré a plantear unas diferencias bastante básicas.

 

 

 

 

 

1. Lori grabó el tema con una banda integrada por un amigo del primo que a veces tocaba la guitarra con ella, más un baterista amigo de él y el pibito del chino de la otra manzana, que tocaba el bajo. Roberta lo grabó con unos cuantos dioses del Olimpo. Todos en su mejor momento. Van algunos: Eumir Deodato, que venía de pegar “Also Sprach Zarathustra”, de 2001: Odisea del espacio; Ron Carter, que venía de tocar con Thelonious Monk, Miles y Herbie Hancock; Grady Tate, que era baterista de Count Basie, de Duke Ellington y de Ralph MacDonald, percusionista de exuberante trayectoria para esa fecha, que aporta además las dos mejores canciones que compuso en su vida: “When You Smile” y “No Tears (In the End)”, que te hace lagrimear.

 

 

2. A Roberta, por consejo de Quincy Jones, la produce Joel Dorn, con quien ya había hecho el trabajo anterior, y que fue antes productor de Mingus, de Cannonball Adderley y de los Allman Brothers.

 

 

3. A Roberta Flack en esa época no había con qué darle. Acabando ya con el disco, una belleza. Sumemos a las de Ralph y a la propia “Killing Me Softly…”, “Suzanne” de Leonard Cohen, y una lírica que vale la pena leer, como todo lo de Leonard, y “Jesse”, la canción más movilizante que escuché en mi vida escrita por una dama que extraña mucho a Jesse. A veces demasiado.

 

 

Un disco que no es recomendable si andás con el corazón en refacciones. Por eso no lo escucho desde hace 30 años. Pero lo tuve en vinilo, casete, CD, lo compre en iTunes y ni siquiera lo prestaría. En una de esas, una noche lo pongo a todo volumen. Qué sabe nadie. Au revoir.

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