Camila Orsi: "Siempre intento mostrarme lo más real que puedo"

Antes de los 25 ya se había convertido en la única argentina elegida por Calvin Klein y su rostro se multiplicaba en las pantallas de Times Square. Hoy, apenas pasado el cuarto de siglo, se animó a mostrar otra faceta con un libro de poesías escritas en plena cuarentena.

Vender imagen en tiempos en los que se lucha contra los estereotipos no debe de ser labor sencilla. Que el físico sea una herramienta de trabajo cuando en una sociedad empieza a estar mal visto hablar de cuerpos ajenos, tampoco. Y si al ser modelo se le suma la vocación por la escritura y la publicación de un libro de poesías, con todo el prejuicio que ello puede conllevar, Camila Orsi tiene un desafío enorme por delante.

Tiene 26 años y ya trabajó para marcas como Calvin Klein, Dior Beauty, YSL, Nike y Levi’s, entre otras, y su cara estuvo en Times Square. También participó de la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires firmando ejemplares de "Donde no hago pie", el libro que escribió en plena cuarentena, cuando se sinceró acerca de quién quería ser.

Porque el modelaje un poco le llegó por cumplir con esos ítems que se suelen (¿o se solían?) buscar: ser alta, delgada, bonita para los estándares impuestos de la época. Probó suerte en la industria a los 16 años y esta le abrió las puertas de par en par.

–¿Pensás que estuvo bueno arrancar a esa edad?

–Mirá, la realidad es que hoy me veo para atrás y digo “pobre joven adolescente que no tenía las herramientas que tengo ahora para enfrentarme a ciertas situaciones que tiene este ambiente”, que me parece que del rubro del arte es la rama más frívola. Lo he pasado bastante mal. A medida que fueron pasando los años, con la experiencia, adquirí esta fortaleza de que, si me dicen algo en una producción, me entra por un oído y me sale por el otro.

–Sin ánimo de incomodarte y hasta donde me quieras contar, ¿a qué tipo de situaciones te referís?

–Son situaciones que enfrenté como pude y no me culpo porque, para ser tan chica y venir de una ciudad tan pequeña, las manejé bastante bien (N. de la R.: nació en Pinamar). Me acuerdo de que en las primeras fotos que hice en bikini, el fotógrafo bajó la cámara y me dijo: “No podemos seguir, anotá esta dieta”. Y en ese momento realmente no pude entender que eso estaba mal.

No digo que a partir de eso tuve problemas alimentarios, porque la realidad es que no, mi físico siempre fue el mismo y yo realmente entendía que no podía estar más flaca. Pero sí sentí una no aceptación, tenía bastante baja autoestima en el trabajo, siempre iba como pidiendo permiso, no sentía esta fortaleza de mujer. Obviamente, era una niña de 16 años, estaba lejos de sentir ese empoderamiento.

–¿Viste sufrir mucho a otras chicas también?

–Mirá, tengo dos miradas para darte porque una es mi realidad y otra es lo que vi. Lamentablemente sí vi a muchas chicas que tuvieron trastornos alimenticios por el modelaje. Amigas, colegas a las que tuve que ayudar e intervenir con su familia a costa de que se disuelva nuestra amistad, pero yo me veía con la responsabilidad de ayudar porque me preocupaba.

Y después tengo mi realidad, y es que yo verdaderamente tengo una contextura delgada de naturaleza y sí se me juzga mucho con el “seguro que no come”. Y si me como una pizza entera es “seguro es bulímica, la va a vomitar”. Me agarran los bracitos y me preguntan si como; recibo mucho esos comentarios que también me afectaron un montón.

Por ejemplo, a la hora de ir a sacarme sangre siempre me desmayo. Y empecé a pensar por qué me pasaba y me di cuenta de que es un miedo porque el resto me ve tan flaca y me lo comenta tanto, y tenemos asociado que la delgadez es también insana, que yo me sentía débil, de alguna manera. Y yo como increíble. Mi mamá tiene una pizzería y me la paso ahí adentro; mi novio es italiano (N. de la R.: el actor y cantante Ruggero Pasquarelli) y comemos unas pastas riquísimas.

Pero a la vez me pasaba de mirarme al espejo y cuestionarme si no estaba sana. Hay una realidad que es re cruda y hay otra realidad en la que los cuerpos son así y soy modelo porque mi contextura física me tiró para ahí, pero no fue algo buscado.

–Hay una contradicción ahí, porque sos buena para vender algo de la manera en la que las marcas y, en teoría, los compradores queremos ver, pero también se te juzga por eso.

–Cien por ciento. Es una contradicción constante. Hay una cosa de “yo quiero ser así” pero por otro lado “mmm... no come, está enferma”. ¿Por qué querrías eso, entonces? Es raro. Por eso tengo esas dos miradas, y la moraleja que me llevo de esto es que no hay que opinar de ningún cuerpo porque realmente no sabemos qué está pasando. Y, por suerte, creo que la moda se está abriendo un poquito –no quiero decir que muchísimo– a no solo elegir cuerpos tan delgados.

–¿Creés que esa deconstrucción es honesta?

–No, para nada. Creo que es algo que tienen que hacer las marcas porque si no la gente va a opinar, y como no quieren que opinen, lo hacen, pero no es algo genuino. Hay marcas que desde siempre fueron superinclusivas y otras en las que está un poco más forzado. Pero bueno, forzado o no, quizás al público le sirve y lo necesita. Nos sirve ver gente como nosotros.

MODELAR, PELEAR, ESCRIBIR

–¿Cuál es la situación más incómoda a la que te sometió el trabajo?

–Con el tema de que las temporadas se hacen antes, en verano hacés invierno y en invierno hacés verano, y realmente no sé decirte qué es peor. Porque es terrible hacer bikinis en invierno pero también lo es estar toda emponchada, que te cae el chivo, en Buenos Aires en enero.

Creo que una de las más incómodas por el tema clima fue cuando tuve que hacer fotos para una marca de bikinis en Mar del Plata en pleno agosto y la retocadora de las fotos después me dijo que me estaba editando la piel porque estaba violeta.

–En los últimos años muchas famosas salieron a criticar cómo algunos medios de comunicación las photoshopean haciéndolas más delgadas o con retoques que les cambian la cara, desde Kate Winslet a Karol G. ¿Tenés alguna política personal al respecto?

–Coincido cien por ciento con Karol G. Yo nunca lo pido porque doy por hecho que la marca no tiene por qué editarte el cuerpo ni la cara. Y cuando me encuentro con la sorpresa de que me retocaron algo, bajo ningún punto de vista utilizo esa foto. Hubo fotógrafos con los que hice fotos y después me las pasaron y dije “esa no es mi cara”; no puedo subirla porque no es mi cara.

No sé por qué razón lo hacen, realmente me llama muchísimo la atención cómo se dan ese lugar sin consultar antes. Siempre intento mostrarme lo más real que puedo. De hecho, en Instagram casi todas mis fotos son sin maquillaje. Entonces, que me retoquen el cuerpo, la cara, me parece una desubicación en mi caso.

–¿Le tuviste miedo al prejuicio al momento de publicar tu libro?

–Muchísimo. Era mi mayor miedo. Era como la niña porrista que ahora se hace la culta, como en las películas estadounidenses (risas). Ese era mi mayor prejuicio, lo es un poco. A veces miro mi Instagram y me veo toda vestida de Dolce & Gabbana y pienso “¿quién le va a comprar un libro de poesía a esta chica?”. No me coincide (risas). Pero es mi realidad. Sí, quizás el mundo del modelaje es más frívolo, pero yo no soy frívola.

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