Diego Ramos, el arquitecto del deseo: "Siempre me gustó ser un nexo"
Lejísimos del galancito que rompía el rating con las novelas más vistas de la TV, pero con el sex–appeal intacto, el actor ha recorrido un largo camino hasta este multifacético presente que lo encuentra formando parte de dos obras, cumpliendo el sueño de dirigir teatro y avanzando a paso firme como conductor. “Siempre me gustó ser un nexo”, afirma.
Desde siempre, Diego Ramos supo que el teatro era su lugar en el mundo, y mientras se formaba tuvo el gran salto, uno de esos momentos iniciáticos: “Yo estudiaba teatro con Rodolfo Valss y él estaba haciendo La zapatera prodigiosa versión infantil en el teatro Lola Membrives. Fui a verlo, me senté en la butaca y, cuando terminó la obra, una señora que estaba al lado de mí me tocó el hombro y me preguntó si trabajaba en televisión. El lunes fui a verla y era Patricia Weber, la productora de Montaña rusa”.
De ahí pasó a protagonizar las telenovelas más convocantes en la TV local y también en Colombia, donde estuvo un tiempo, para volver a la Argentina con todo, poniendo el cuerpo arriba del escenario pero también detrás, dirigiendo. “Es lo que más quiero, es lo que más quise siempre”, se entusiasma en referencia a su debut al frente de Afterglow el año pasado.
Hoy, con dos obras en cartel, Sex y Plagio, ambas creaciones de José María Muscari, avanza también a paso firme en la conducción de Estamos a tiempo: extra, los domingos por la tarde en América. De todo eso y más habla el multifacético artista en este mano a mano con El Planeta Urbano.

–¿Dudaste cuando José María Muscari te convocó para Sex?
–No, al contrario. Yo venía de hacer Casa Valentina con él y estaba haciendo Bollywood en Uruguay, que íbamos y volvíamos. Posteó lo de Sex en Instagram y le pregunté en los comentarios cuándo eran las audiciones. Entonces me convocó. No sé si por eso pero, digamos, yo ya quería. No sabía de qué se trataba y fue una experiencia genial. Es genial que el elenco sea tan ecléctico, de tantas sexualidades, sensualidades, edades, géneros y de distintos lugares.
Y es increíble lo que sucede; vengo de un finde repleto y lo que pasa con la gente está buenísimo, los mensajes de después son buenos, de agradecimiento, de haberla pasado bien, de ver un show que a muchas personas les puede abrir la cabeza, a otras les puede generar fantasías, a otras reconciliarse desde algún lugar con su sexualidad y su pareja, a otras aprovechar que sea una primera cita.
–Despedidas…
–Despedidas, una fiesta de divorcio, se refleja todo. Y, fundamentalmente, a mí me gusta que es un espectáculo que está basado en el sexo, atravesado por el sexo, pero donde la gente sale despojada y tocada por el show, y yo encontré un lugar, me lo dieron, soy un nexo entre la gente y el show.
–Y ahora, también de la mano de Muscari, estrenás "Plagio". ¿Cómo es volver al teatro de texto?
–Me encanta, porque además tiene que ver verdaderamente con la sexualidad, es una catarata y una montaña rusa de emociones tremendas, es una relación entre dos amantes que tiene todos los condimentos: adicciones, política, amor, sexo, celos, paciencia, bronca... todo, pero todo como una pareja, de verdad. Cuando la leía me iba agobiando, porque es una obra muy movilizante y a mí me gusta mucho trabajarla por ahí, porque me pasa a veces estando en pareja o viéndote, y todo está en Plagio.
Hay una obra de Jean-Paul Sartre, Kean, que plantea todo el tiempo en qué momento uno actúa y uno deja de actuar, pero no solo con los actores, sino con la vida. Acá pasa algo similar: ¿qué momento es mío?, ¿qué momento es tuyo? Hago de este político, candidato a presidente, y está con su asesor, que muchas veces lo ayuda, lo impulsa, le escribe las cosas, entonces, ¿de quién es el logro?, ¿del que dice las palabras?, ¿del que las escribe? Está todo muy mezclado. Hay cuatro versiones: dos intersexuales, una de mujeres lesbianas y nosotros somos los hombres.

–"Plagio" habla de la vida de las personas y la exposición. A lo largo de tu carrera no hemos conocido mucho de tu vida personal, ¿cómo lo lograste?
–Teniendo una vida supernormal y no queriendo generar misterios sobre eso. A mí siempre me gustó que mi trabajo hablara por mí. Yo soy muy poco cholulo de mí mismo, me da vergüenza leerme, me da vergüenza ver mis trabajos, puedo ver alguna vez algo con un poco de ternura y nostalgia, pero confío en el director, no necesito verme. Sufro un poco cuando veo los programas y me pasan esos compilados de toda la carrera. También siempre me pareció, por amigos o amigas con perfiles muy altos, que si se abría ciertas puertas después iba a ser complicado cerrarlas.
Si yo te abro una puerta para mostrar mi casamiento, ¿por qué después no voy a mostrar el divorcio? Hay una línea muy delgada y muy desdibujada, ¿viste? Ahora, con Instagram, se puede ver un poquito más de la vida cotidiana y tal vez ahí me ves con mis perros, con la lavandina, con blanquear sábanas, incluso con mi pareja. Todo lo que pongo es la verdad, y sí, hay cosas que quedan para mí y hay veces que posteo y otras veces que me da cosa y no publico nada porque me parece que no puede interesar. Me critico mucho en ese lugar, me pongo muy en el espectador de mí mismo. Quizás porque me conozco desde hace mucho tiempo. Nunca entré a hacer teatro para eso. De hecho, mi intención es actuar cada vez menos, estar más en el lado de la dirección, amo el momento del ensayo.
–En tu faceta como conductor te destacás por algo que no sucede mucho en la televisión, que es escuchar al entrevistado y poner un freno en tiempos de mucho ruido, ¿cómo lográs eso?
–Hace tiempo que me estoy haciendo un lugarcito dentro de la conducción. Siempre me gustó ser un nexo entre los que saben y la gente que está mirando la tele. Creo muchísimo en la ignorancia, creo muchísimo en eso, no me molesta la palabra, me parece que está muy bien. Hay que tener mucho cuidado, por lo menos con lo que yo considero, en ciertas situaciones... Entiendo que la tele va muy rápido, entiendo que la tele debe cambiar todo y no sé qué, pero también entiendo que dentro de ese ritmo vertiginoso podemos encontrar ciertos tiempos para escuchar y ser escuchados.

–Sos una persona muy estética, ¿cómo vivís la exigencia del medio?
–A mí por suerte no me piden nunca nada. Hace muchos años, cuando era adolescente, no me entrenaba, era muy flaco, y fui a un médico nutricionista que me enseñó a comer, y fue instantáneo: a partir de ese día lo que era solo una cosa superficial, de repente se transformó en una cosa de salud también, entonces hoy me veo como yo quiero estar por afuera, pero también me siento bien por dentro, cómo me dan los análisis y los estudios. Tengo tantos años de saber y de costumbre que me pasa eso. Después tengo otra, que soy celiaco, y tengo otra, que lo dulce no me gusta. Hay algo fundamental para mí: la comida es alimentación, no es un placer, no es un gusto que yo me doy, no soy un sibarita.
–¿Cómo supiste que te querías dedicar al teatro?
–Hay algo que a mí me sucede que no me pasa con otras cosas, como que me atraviesa: es ese momento de estar sentado en una platea y oír el último caramelo que se abre, la última tos, el último acorde que afina la orquesta. Se apagan las luces y algo maravilloso va a suceder entre el público y los actores. Eso desde muy pequeño, porque mis viejos siempre me llevaron al teatro a ver cosas para chicos, para grandes, para todos, y hoy en día lo sigo sintiendo cuando soy público y también desde el otro lado, antes de cada función. A mí me parece maravilloso cuando se escucha la música de que empieza el espectáculo, porque entendés que se apagó la luz y entendimos todos que empieza la ceremonia de lo que es.
Fotos: Nacho Lunadei, Agencia AB