Tomás Wicz: "La búsqueda de la identidad es infinita"

Actúa desde los 14 años y acaba de presentarse en el Lollapalooza con su banda Plastilina, pero se define a sí mismo como alguien que está tratando de entender quién es. Fiel representante de su generación, vivió el aislamiento en carne viva, les escapa a las etiquetas y tiene una visión no binaria del mundo. Charla íntima con un artista centennial.

El 20 de marzo se cumplieron tres años del comienzo de la cuarentena por covid-19 en la Argentina, y aquello que para muchos representó un largo período de letargo, para Tomás Wicz fue (casi) la génesis de quien es hoy. Aun cuando ya tenía una vasta carrera como actor, a sus 22, fueron 2020 y 2021 dos años de pura creación y crecimiento personal y profesional.

Ahora, con 25 años, reestrenó Precoz (exitosa versión teatral de la novela de Ariana Harwicz, dirigida por Lorena Vega), con Valeria Lois en el personaje que en la primera temporada encarnaba Julieta Díaz, y sumó una reciente presentación en el Lollapalooza con Plastilina, la banda que formó con Paloma Sirvén. “La semana anterior al show la pasé mal, horrible –confiesa, sincero–. Me pasa mucho que me como la performance de ‘la estoy pasando mal’ y me lo repito tanto que me termina pasando. Pero me doy cuenta de que es casi un mecanismo de defensa para que el día que sucede lo importante ya haber transitado esas emociones y estar abierto al goce.”

“El año siguiente a la cuarentena fue de plantearme: ‘No tengo ni idea de quién soy, y lo que siento que soy no me gusta para nada’. Y ahí empecé terapia, por suerte.”

–¿Cuándo se conformó el dúo?

–Nosotros sacamos música por primera vez a finales de 2019, muy poco antes de la cuarentena.

–¡Qué timing!

–Divino. Igual te digo que la cuarentena nos vino bien, porque Plastilina pasó a ser medio un espacio donde depositar todo tipo de esperanza de vida; el motivo por el cual despertarnos al día siguiente. En ese período empezó a decantar la info de lo que queríamos hacer, empezaron a bajar las canciones. A Palu la conozco desde 2012 porque fuimos parte de una compañía de teatro de Ricky Pashkus y ahí nos hicimos muy amigos, pero esto fue algo que se fue armando. Llevó años entenderlo, ponerle un nombre, proyectarlo.

–¿La cuarentena te sirvió inmediatamente para canalizar por la música?

–Inmediatamente. En las primeras dos semanas hicimos un EP de cuatro canciones, lo compusimos todo por WhatsApp. La cuarentena nos sirvió, creo, para cortar un poco con el miedo. Había algo de la situación medio apocalíptica que me hacía pensar que nada podía ser peor que eso. Nos dio una impunidad artística y, a la vez, una apertura muy genuina. Lo más terrible fue el año siguiente, salir al mundo después de haber estado encerrado tanto tiempo. Me agarró una crisis identitaria fuerte. El año siguiente a la cuarentena fue de plantearme: “No tengo ni idea de quién soy, y lo que siento que soy no me gusta para nada”. Y ahí empecé terapia, por suerte.

–El 2021 fue también un año muy intenso desde lo laboral, con la serie Días de gallos (HBO Max) y la obra teatral Precoz, que te plantearon desafíos actorales de una profundidad social muy interesante, pero a la vez muy movilizantes, ¿no?

–Sí. A mí con la actuación me pasa algo muy loco, que es que siento que siempre viene a espejarme cosas. Y yo también me doy la oportunidad de verme espejado en lo que proyecto, en lo que el personaje que tengo que hacer tiene para enseñarme o para decirme.

–¿Qué te trajo cada uno?

–Andy, de Días de gallos, me trajo más claridad que confusión. Es un personaje que atraviesa una identidad no binaria y, por consecuencia, el mundo en el que está entra en conflicto con eso aunque él no. Entonces había algo de la seguridad sobre la que se paraba (por más que, por momentos, era una seguridad ficticia a modo de caparazón para que no le doliera el mundo) que a mí me trajo mucho brillo, mucha confianza en la exploración de mi identidad. Y Precoz es una obra que tiene un montón de capas y cruza temáticas bastante fuertes, no solo el vínculo madre/hijo sino también percibir la propia vejez, el amor idealizado, insano. Sirvió para empezar a ser más consciente de la finitud, del ser, queriendo despegarme de una manera de amar o de lo que yo creía que era amar.

–¿Cómo hacés para transitar personajes que te interpelan tanto?

–Tuve un aprendizaje muy grande de poder poner un límite; diferenciar que el personaje es el personaje y yo soy yo. Si bien el personaje puede tener un montón de cosas para decirme y enseñarme, hay algo que empieza a pasar cuando grabás mucho tiempo seguido: después es complicado disociar. Se te empieza a meter en el cuerpo, es muy raro. Cuando terminé Días de gallos un poco fue volver a mi vida y me di cuenta de que necesitaba tener más cuidado.

“Para mí, la etiqueta de no binario es una posibilidad que me doy a mí mismo para explorar mi identidad en todo su espectro infinito.”

–¿Te sentís cómodo con el título de actor no binario o es parte de haberte metido demasiado en el personaje?

–No. Me siento cómodo con ese título. Tal vez el lugar más incómodo es, justamente, que hay algo de lo no binario que para mí habla de una necesidad de no etiquetarse binariamente, en una cosa o en otra, y que termina siendo una etiqueta igual. Y también siento que la búsqueda de la identidad es infinita. Entonces, para mí, la etiqueta de no binario es una posibilidad que me doy a mí mismo también para explorar mi identidad en todo su espectro infinito.

–¿De algún modo sentís que te habilitás a vos mismo?

–Sí. Y que también es algo que toda mi vida estuvo. Apareció el nombre en los últimos años, y ahí es donde pienso que tal vez las etiquetas son importantes, porque si no se nombran las cosas, no existen. Para mí fue re importante entender lo que me pasaba y que tuviera un nombre. Eso no significa que, tal vez, verlo en una nota periodística no me genere incomodidad, porque pienso que ahora la gente me va a ver como el actor no binario, y no soy solo eso. Soy una persona que está tratando de entender quién es y que en este momento la manera en la que se identifica es esta. Soy recontrasensible y estoy aprendiendo a pararme con seguridad sobre quién soy, sigo en ese proceso. En estos contextos más amorosos y de diálogo me sale más fácil, o hablando con amigues, pero igual es todo un tema porque hay mucha presión de que la manera en la que yo me presente al mundo va a ser como el mundo me va a leer, y por momentos eso me da miedo. Y a la vez es ridículo sentir miedo cuando de lo que estamos hablando es de quiénes somos, cómo nos sentimos, sin herir ni oprimir a nadie. Y me parece re importante decir que así como encontrás ese miedo también está todo el amor, el apoyo y la red de contención de la comunidad. A veces cuando uno siente que predomina más la inseguridad o la incertidumbre a la hora de definirse y habitarse, existe una red de gente increíble que acompaña ese proceso, que lo valida y que lo expande y lo abraza. No me gusta ponerme en un lugar de víctima. Y yo también realmente soy muy privilegiado. Nunca sufrí ningún tipo de exclusión ni discriminación por mi sexualidad, por cómo elijo vivir mi vida o cómo elijo nombrarme. Jamás podría decir que este tema fue para mí algo difícil, al menos con relación a mi vínculo con el mundo. De última, puede ser difícil conmigo mismo y con mi proceso, porque cuestionarse cosas, tantas y tan en profundidad, duele un montón. Incomoda. Te hace plantearte: “¿Y si mejor no me cuestiono nada? Soy lo que me dijeron que era, me visto como me dijeron que me tengo que vestir y ya”. Tal vez sería más fácil. Pero sería negar o matar algo que va a estar latiendo ahí siempre y que si no sale para afuera se va a pudrir dentro. Y yo, no solo con estas temáticas sino también con las cosas artísticas que hago, trato de tener esta idea de hacer y decir y vivir mi vida de una manera que, cuando envejezca, me sienta muy orgulloso de haberlo hecho así.

Fotos: Lucas Ríos y Sebastián Freire

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