Maju Lozano: "Nunca fui el estereotipo de lo que se ve en la tele"
Se reconoce tímida fuera del aire (“casi no tengo amigos en el medio, no voy a eventos, odio el lobby”, dirá en esta nota), pero cuando se enciende la cámara es la estrella de televisión con la que soñaba en su infancia en Paraná. La de ella es una historia de superación y convicción propia.
Maju Lozano llegó a Buenos Aires hace treinta años sola, sin plata y sin contactos. Eligió, además, una profesión difícil para los 90, cuando todo el mundo quería trabajar en los medios, hacer pasantías en productoras o actuar en una tira de Polka. Maju no conocía a nadie, no podía alquilar ni un monoambiente en la ciudad y la fantasía de “hacer lo que te gusta” sonaba absurda. Sin embargo, contra todos los pronósticos, se mandó. Vivió en casas de amigas, se mudó de un lado a otro cargando una bolsa de residuos y comió lo que había, pero nunca renunció a su sueño de trabajar en la televisión, de entretener, de hacer reír.
Así se lo explica hoy a su hijo Joaquín, de ocho años, cuando se va de casa todo el día para trabajar y se pierde actos, reuniones, actividades, tareas. “Le machaco todo el día la cultura del trabajo y la vocación, porque para mí son fundamentales”, explica, “montada” de estrella minutos antes de comenzar otro día al frente de Todas las tardes, el programa que lleva seis temporadas en la pantalla de Canal 9 y la tiene como cabeza y conductora.
La vida de Maju es una historia de superación. Y aunque ella sea humilde, introvertida fuera de cámara y se sienta incómoda cuando le tiran flores, es un ejemplo de que cuando se quiere, muchas veces, se puede.

–¿Cómo te recibió el cambio de horario del programa?
–¡Estoy chocha! Creo que los cambios siempre vienen bien. Fueron muchos años en la última tarde y necesitaba un movimiento, más allá de que este cambio me permite ser madre (se ríe).
–Claro, porque arrancás con la radio muy temprano.
–A las cinco me levanto, y ahora le puedo dar de corrido. De la radio me vengo al canal, pego todo y a las cinco de la tarde estoy en casa y puedo hacer un poco de madre, mirar las tareas, las carpetas, cosas que hace seis años que no hacía. Yo llegaba a casa a las ocho de la noche y Joaco me esperaba bañado, le daba de comer y se me quedaba dormido.
–Leí que te sentías una madre culposa por trabajar tanto. ¿Sigue existiendo la presión de esos mandatos?
–Bueno, ser madre es sentirse culpable toda la vida.
–Porque si el hombre llega a las ocho de la noche, es completamente normal.
–Claro, el famoso “papá viene de trabajar”. En mi casa es al revés: “Portate bien porque mamá viene de trabajar”. Por suerte esas cosas están cambiando.

–¿Y ahora lograste relajar un poco?
–Bueno, ahora sí, con este cambio de horario me siento más presente, puedo chequear si tiene tarea, esas cosas. Estoy en el chat de mamis y las amo, me re ayudan, siempre me han salvado la vida. Todas laburamos, todas estamos con mil cosas, entonces se genera un grupo de contención ahí en donde la culpa no existe. Ahí la que puede un día, puede; la que no puede nunca, no puede, y no existen los reproches o las exigencias de la mami perfecta.
–Entiendo que para vos es muy importante inculcarle a tu hijo la cultura del trabajo.
–Es fundamental. Justamente anoche tuve una charla con él sobre este tema: yo creo que lo mejor que tengo para mostrarle a mi hijo es el trabajo y el esfuerzo, la vocación y amar lo que uno hace. Yo tengo la suerte de trabajar de lo que quiero, pero hace treinta años que vengo remándola en Buenos Aires, y no fue fácil.
–Esa lucha se refleja en tu programa, con un sumario muy claro. ¿Cuánto intervenís en los contenidos?
–Un montón. Todas las tardes siempre mantuvo las temáticas de feminismo y los problemas que atravesamos las mujeres. A mí me gusta mucho lo social, y poder mantenernos en esa línea durante seis temporadas es un privilegio. No terminé haciendo cualquier cosa por el rating, porque no me gusta estar en lugares o situaciones donde no me siento cómoda.

–Es parte de la madurez, ¿verdad?
–Con la edad, uno se da cuenta de lo que quiere y de lo que no. Uno va perdiendo los miedos: yo sé que lo que hago tiene que ser por acá, y si no es por acá, buscaré otra cosa.
–¿Sufrís de ansiedad en relación con el dinero?
–Yo he hecho tantas cosas en mi vida, he trabajado tanto, que nada me asusta. Yo ya tuve plata, no tuve, me cagué de hambre groso durante años… Cuando uno no tuvo nada mucho tiempo le pierde el miedo a “bajar el estatus”, porque nunca lo tuvo. Yo ya comí fideos, ya anduve con una bolsa de residuos yendo y viniendo de casas de amigas, todo el mundo me ha alojado, me han prestado guita; entonces no me asusta eso, porque en algún punto sé que ya está. Yo ya la viví, a mí no me la vengan a contar.
–Poca gente sabe que fuera del aire dejás el histrionismo de lado y sos muy tímida, incluso ermitaña.
–Yo soy muy para adentro, casi no tengo amigos en el medio, no voy a eventos, odio el lobby. A mí me gusta estar en casa, boludear, restaurar muebles, ir a yoga, cerámica. A mí me gusta estar en mi casa, porque fueron muchos años de no estar, de salir a laburar todo el día. Y siento que en algún momento uno tiene que dejar de ser un personaje para poder relajarse y estar en patas y tomar mate, porque nosotros somos eso. Mi hijo me dice: “Te vestís de mujer para ir a la tele, después sos una sucia” (se ríe).

–Habiendo trabajado tantos años en los medios, ¿sentís que siempre te jodieron con el cuerpo?
–Siempre. Pero yo también aprendí a reírme de eso para neutralizar los comentarios. Cuando empezamos con Santi del Moro en un estudio de dos por dos donde él mismo acomodaba las luces, la imagen era tan mala y yo me veía tan mal que empecé a hacer chistes con mi peso. Nunca fui el estereotipo de lo que se ve en la tele. Cuando empecé en RSM (N. de la R.: El resumen de los medios, con Mariana Fabbiani en la conducción) era la gordita graciosa del panel, y pesaba cincuenta kilos. Lamentablemente, hay una cosa tan estética con las mujeres que me parece muy terrible. Si yo me pongo una bikini a mi edad, salen todos los titulares: “Maju Lozano se animó a mostrar el cuerpo”. Pero si sale Santiago del Moro o Guido Kaczka en traje de baño no hay noticia. Es así.
–Llegaste a Buenos Aires de muy joven y nunca volviste a Paraná. ¿Te considerás porteña por adopción?
–No, siempre se es del interior. Y en mi caso, cada vez más. Mis amigos que viven en Buenos Aires son del interior, así que conservo mi grupo de Paraná, y cuando puedo me escapo para allá, me siento muy de allá. Yo estoy muy agradecida a Buenos Aires porque es donde encontré mi lugar, es mi lugar en el mundo, pero soy de Paraná. Y en este país, si querés trabajar en medios nacionales, no te queda otra que venir a la Capital.
–Se habló mucho de tu boda: primero anunciaste un compromiso, después lo cancelaste, después apostaste a la convivencia. ¿Te vas a casar o no?
–No (se ríe). Me da mucha fiaca, me parece un plomo. A veces me entusiasmo y después se me pasa, porque me acobarda el tema de la celebración: que si viene tal, que si invito a mi mamá, a mi hermana, a mis amigas, a los del trabajo, a los de Paraná… Me estresa todo. Yo nunca me casé y nunca tuve ese sueño. Todo lo que sea para el afuera me cuesta.

–¿Y cómo te referís a Juan? ¿Cómo se le dice al conviviente?
–A veces le digo “novio”, ahora le empecé a decir “marido”, y él me dice: “No soy tu marido porque no nos casamos”. Él quiere casarse.
–¿Cómo llevás la convivencia?
–Bien, es difícil, obviamente, pero ya me calmé. Antes era de dar portazos, de pelear, pero la verdad es que Juan es muy tranquilo y eso me baja. Pero sí, de eso se trata la pareja, de ir acomodando. Y vas evitando ciertas discusiones que ya sabés que no tienen sentido. Aunque la pareja está viva, no somos los Ingalls.