Dalia Gutmann: "Me esforcé mucho por tener una vida de verdad y escaparme de los espejitos de colores"

En la segunda temporada de "Tengo cosas para hacer", la actriz monologa, canta, baila y demuestra una gran madurez profesional. Vocación, mandatos y delirios de una comediante que está siempre abriendo caminos.

En la actividad teatral es especialmente reconocida la actitud del monologuista, aquel artista que se anima a lanzarse sin red a la soledad del escenario. Si a esa tarea se le suma la elección de hablar sobre sí mismo, la aventura es doble.

Con casi veinte años de experiencia en el rubro, Dalia Gutmann hace ver fácil lo difícil en el unipersonal que lleva su firma al referirse, en clave humorística, a los grandes temas que atraviesan a muchas mujeres, como la culpa, la relación con el propio cuerpo y los vínculos.

“No hablo directamente sobre los grandes conflictos, sino sobre el quilombo que armamos alrededor de ellos”, sintetiza. Para ello no se priva de desplegar recursos más jugados, como el canto y el baile, enfatizando la importancia de seguir los propios deseos. No es casual que su espectáculo sea una declaración de derechos, ni que se presente en el mítico Maipo, un teatro donde muchas mujeres pusieron el mundo a sus pies.

“Muchas veces, las mujeres –y ni hablar cuando sos madre– tenemos la impresión de que la casa nos convoca permanentemente.”

–¿De qué querés hablar en "Tengo cosas para hacer"?

–Después de haber hecho durante muchos años "Cosas de minas", descubrí que me fascinaba hablarles a las mujeres. Tengo 45 años, soy de una generación en la cual las mujeres solo podíamos hablar de ciertas cosas entre nosotras, teníamos que cumplir con ciertas características, y en ese espectáculo me liberé, pude hablar de todo lo que quise mientras generaba risas. Se trataba de poner en palabras cosas que nos pasan a todas, pero que quizás no las contamos a viva voz.

–¿A esa altura de la vida hay nuevas perspectivas?

–Sí, ahora me gusta contar lo que vivimos muchas mujeres de mi edad, que quizás tienen una hija adolescente y una mamá que creció con otras ideas. Pero no se trata de dedicar el espectáculo exclusivamente al cambio de paradigma; el tema central es la ansiedad con la que vivimos.

Los que venimos de otros siglos sabemos que antes si querías una cartuchera tenías que ir a comprarla a un lugar determinado en un horario limitado; ahora podés ver una película a las 3 de la mañana. Yo quería hablar de ese acelere y poder hacer comedia con la sensación de que todo el tiempo nos estamos perdiendo de cosas.

–¿Esa impresión te limita?

–No, me motiva; tener cosas para hacer es un gran motor. Cuando me empiezo a poner oscura es porque me está faltando un proyecto que me entusiasme. En el show anterior jodía mucho con la idea, muy humana, del “no puedo porque tengo cosas para hacer, después te llamo”, una frase que alude al ritmo frenético con el que vivimos en Buenos Aires, porque es un conflicto local. Cuando me presento en el interior del país siento que estoy en sintonía con el público. Aunque las realidades locales sean diferentes, la interpretación es la misma.

–Y para contar todo eso te animaste a desplegar nuevos recursos.

–Sí. Ahora canto y bailo. Son dos cosas en las que no me destaco, pero que me divierten. Quise hacer lo que me diera la gana.

"Si no tenés entusiasmo no podés hacer este laburo. Actuar es un milagro".

–Tu mamá está omnipresente en el espectáculo, ¿qué piensa sobre los nuevos vientos del feminismo?

–Ella es muy moderna, trabajó toda su vida y siempre me bajó línea para que la casa no me absorbiera. Porque, muchas veces, las mujeres –y ni hablar cuando sos madre– tenemos la impresión de que la casa nos convoca permanentemente.

Pero mi mamá hizo siempre todo lo contrario; de hecho, ella fue quien me estimuló para que no renunciara cada vez que yo quería tirar la chancleta. Y eso que en mi familia todos estudiaron en la UBA, yo fui una rareza familiar porque no estudié una carrera.

–¿Cómo te metiste en el mundo del teatro?

–De una manera superazarosa: en esa época yo era locutora periodista y la pasaba muy mal porque laburaba en el noticiero. Estaba en contacto con realidades muy duras, iba mucho a la villa, hablaba con la mamá del asesinado, otras veces estaba en los tribunales de Comodoro Py. Tenía un día a día heavy metal. A mí siempre me gustaba ver comedia y me anoté en un cursito típico de monólogo de humor.

–¿Eso en qué año fue?

–En 2004. Al principio me subí al escenario pero como un hobby; no gané plata durante un montón de años. Y, de repente, me convocaron desde un festival de Córdoba pero no podía ir porque trabajaba ocho mil horas por día. Hasta que me animé a tomar otras decisiones, y cuando renuncié al laburo fijo con vacaciones pagas me lo tomé más en serio.

–¿Ya habías formado tu propia familia?

–Pateé el tablero justo antes de ser mamá; hubiera sido muy difícil hacerlo después. Estuve como un año haciendo eventos privados.

–¿Tu familia te acompañó?

–Mis papás no entendían ni qué estaba haciendo ni de qué iba a laburar. No me sentí apoyada, para ellos era una locura. Yo ya estaba con Sebas [Wainraich] cuando empecé esta transformación, él siempre me acompañó.

–¿Después lo entendieron?

–No les quedó otra. Por suerte fui muy cabeza dura y no escuché mucho las voces negativas.

–¿Lo que contás en el espectáculo es autobiográfico?

–Sí, está inspirado cien por ciento en experiencias que al menos pasaron por mi imaginación, si no, sería muy difícil poder contarlas.

"Tengo cosas para hacer" puede verse los jueves a las 20.30 en el Teatro Maipo.

–¿Y de dónde surge la idea de tener un mundo paralelo?

–De mi niñez. Cuando era chiquita, cada vez que vivía una situación fea o estaba triste armaba mi película paralela para sobrellevar ese mal momento y que el miedo no me atrapara.

–¿En qué pensabas?

En Moria Casán haciendo de Rita Turdero, tenía mis artimañas para irme a una nube de pedos. En la década del 80 había muy pocas mujeres que trascendían el qué dirán; para mí eran modelos porque vivían la vida que querían sin importarles tanto la opinión de los demás.

–¿Ya soñabas con ser actriz?

–No. Realmente quería ser cajera de supermercado o despachadora en una estación de servicio; me gustaba mucho jugar a que mi habitación era un negocio. Pero la actuación era algo latente. Mis padres me llevaban mucho a ver cosas totalmente distintas; podíamos ir al Teatro San Martín o a ver a Tristán en Mar del Plata; de pronto salía Fellini. A pesar de la variedad, siempre tenía el deseo de ver cada una de esas cosas.

–¿Tenés referentes?

–Sí. Juana Molina fue la mina que hizo personajes que nunca saldrán de mi cabeza. A veces me dan ganas de agradecerle, pero ella no sabe cómo influyó en tantas generaciones. Maitena es otra persona que admiro. Por suerte, tengo un minivínculo con ella. Me hice muy amiga en los últimos años de Ana Frenkel, la creadora de De la Guarda. También me inspiro en gente que no es famosa, que me influencia mucho en su forma de vivir.

–¿Cómo mantenés el entusiasmo con casi veinte años de carrera?

Si no tenés entusiasmo no podés hacer este laburo. Actuar es un milagro. Tener un espacio y que la gente me acompañe no es algo de todos los días. A veces tengo la sensación de que no me va a salir, pero ese fantasma desaparece no bien salgo a escena.

–¿Y cómo es para vos bajar del escenario?

–Cuando salgo del teatro me olvido que a mí me gusta mucho el escenario, nunca me acuerdo de que la gente me puede conocer. Cuando bajo del escenario me desconecto absolutamente. Me esforcé mucho por tener una vida de verdad y escaparme de los espejitos de colores. Soy capricorniana, terrenal.

–¿Qué cosas te quedan para hacer?

–Me gustaría seguir haciendo este show por un tiempo más y después pensar en algo nuevo. De todos modos, el unipersonal me atrapa y me veo haciéndolo el resto de mi vida. Durante la pandemia empecé con dos proyectos: un documental sobre el stand up en Buenos Aires, que solo me falta editar, y me puse a escribir una serie de comedia que todavía no terminé.

–¿La risa alimenta la autoestima?

–¡Por supuesto! Cada vez que voy al teatro hago una inversión: cuando saco una entrada para ver un show de humor estoy comprando un alimento para mi propio bienestar. Al fin y al cabo, habla bien de uno el hecho de buscar espacios para pasarla bien.

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