Juan Pablo Ledo, la vida de un balarín del Teatro Colón: "Cuando bailo o juego al fútbol me siento libre"

Contra el mito de que a los 40 años se termina la carrera en la danza, él cumplió 41 y sigue girando: se entrena cinco veces por semana, da clases, desarrolla proyectos propios, hizo los últimos cinco títulos del Teatro Colón y se prepara para subir una vez más a ese escenario con El lago de los cisnes. ¿Su secreto? La pasión.

Juan Pablo Ledo se define como un bailarín enérgico. Una vez salió llorando de un escenario porque sintió que él iba más rápido que la orquesta que lo acompañaba en vivo. “Soy jodido, me quedo fuera de horario y me pregunto qué falló, qué no falló.” Solo él notó ese ínfimo destiempo no perceptible para el público, que no hizo más que ovacionarlo. Pero la ovación no es lo que a él lo mueve: hoy tiene 41 años y es el bailarín que más baila; se entrena de martes a sábados, de 11 de la mañana a 6 de la tarde.

Al mismo tiempo da clases, desarrolla proyectos de danza y este año se sube al escenario una vez más como primer bailarín del Colón, para hacer El lago de los cisnes, que se estrena en abril. “Ya no sé cuántos Lagos bailé”, cuenta. También estará en Caravaggio, Suite en blanc, La fierecilla domada y, a fin de año, en La bayadera, de Rudolf Nuréyev, una obra que solo se hacía en la Ópera de París.

A sus 23 años ya se había presentado en varios escenarios del exterior, como el Teatro Bolshói de Moscú, en donde lo nombraron uno de los siete mejores bailarines del mundo. No bien entró en el Colón, en 2005, debutó en la gala internacional del aniversario de la creación del Ballet Estable, junto a Paloma Herrera, Eleonora Cassano, Iñaki Urlezaga, Julio Bocca, Luis Ortigoza, Marcela Goycochea y Maximiliano Guerra, todos artistas consagrados que vivían en el exterior y se juntaron para este encuentro. Él recién entraba y Eleonora lo eligió para bailar juntos. No tuvo que pagar ese famoso derecho de piso. Ninguna de todas esas subidas al escenario y reconocimientos hizo que su ego se eleve más que su humildad.

“La carrera ya te marca la disciplina desde muy chico: tenés que cumplir un horario, porque la clase te obliga, es una sucesión de movimientos que te van llevando de a poco a mucho. Hay muchos chicos que quedan en el camino porque no tienen esa fuerza de voluntad.”

–Aun siendo la figura principal del Teatro Colón, da la sensación de que te reinventás constantemente.

–Sí, si bien yo me dediqué a bailar todo el tiempo, también soy abogado, por ejemplo. Tengo que seguir reinventándome con otras actividades porque no todo el tiempo va a ser esto. El Teatro Colón es un lugar donde uno tiene mucha exposición, es una carrera difícil que implica muchas horas, y dejar la vida social abundante como se ve hoy.

–¿Cómo llevás esa exigencia?

–La carrera ya te marca la disciplina desde muy chico: tenés que cumplir un horario, porque la clase te obliga, es una sucesión de movimientos que te van llevando de a poco a mucho. Tenés una disciplina desde el vestuario, la currícula: Música, Francés, Historia del Arte, Danza Española… Hay muchos chicos que quedan en el camino porque no tienen esa fuerza de voluntad. Tenés que meterte como en un tubo, hay mucha competencia, hay favoritismos.

–Dijiste que al Colón se llega con humildad. ¿Eso lo aprendiste o siempre pudiste domar el ego?

–Mirá lo que pasó con el Mundial: un país entero se paró y vemos a un Messi de 35 años, que gana millones y millones, tiene todo lo que necesita, pero tiene humildad en el trabajo, no tiene aires de divo. En nuestra carrera tenés que tener este corazón de aprender constantemente, siempre estás en modo alumno. El que está delante de vos siempre te va a dar información, el gen competitivo tiene que ser contra vos mismo y contra todo un sistema.

“Vemos a un Messi de 35 años, que gana millones y millones, tiene todo lo que necesita, pero tiene humildad en el trabajo, no tiene aires de divo. En nuestra carrera tenés que tener este corazón de aprender constantemente, siempre estás en modo alumno.”

–Fuiste futbolista en tus inicios. ¿En qué se conecta el fútbol con la danza?

–En las dos carreras vivís en una sala de ensayo, en una exposición constante. En la danza tenés que realizar una coreografía donde todo el mundo alrededor te mira, das exámenes todo el tiempo. Con el fútbol también estás expuesto, te ven cómo te movés en el grupo, en las prácticas. Y por otro lado está la libertad. Yo cuando bailo o juego al fútbol me siento libre, libre para poder expresarme. Es un paralelismo entre Juan Pablo y la vida: un tipo muy vergonzoso para reclamar, hablar, dar una opinión, defender algún derecho. Eso me costó siempre mucho, pero no arriba de un escenario ni jugando a la pelota. Ahí sabía que era yo realmente.

–¿Qué fotos se te vienen de escenas claves que hayas bailado?

–Me acuerdo, por ejemplo, de cuando fuimos a Shangái, que armamos un espectáculo de tango junto a mis hermanas, al aire libre. Me sorprendió que todos los chinos estaban uno al lado del otro viendo todo a través de sus celulares, no con sus ojos. Allá todos están muy avanzados en la tecnología, pero los ves en el subte con la pantalla, caminando, no despegan la vista de la pantalla. Esto nos aleja de lo cotidiano, de charlar, de la realidad; te sumerge en el individualismo.

"En la danza tenés que realizar una coreografía donde todo el mundo alrededor te mira, das exámenes todo el tiempo. Con el fútbol también estás expuesto, te ven cómo te movés en el grupo, en las prácticas. Y por otro lado está la libertad. Yo cuando bailo o juego al fútbol me siento libre, libre para poder expresarme."

También me impactó cuando iba a los festivales de La Habana, que tienen un vuelo internacional, iban bailarines de todo el mundo a bailar. Y nadie cobraba ningún caché: aun viniendo de países capitalistas y neoliberales, aceptaban trabajar gratis. El festival comulgaba todos los estilos de la danza; era muy lindo intercambiar culturalmente, desde cómo cada uno trabaja en la clase hasta el escenario.

–¿Hay algo particular que sientas siempre antes de salir al escenario?

–Siempre pienso: “No quiero que la gente mire a Juan Pablo”. La gente viene con tantas necesidades personales, tantos problemas de la vida, y así y todo se dispone a ir al teatro porque lo necesita, necesita salir. Entonces mi oración siempre es que Dios toque a esas personas, que puedan salir cambiados, no solamente emocionalmente, sino también espiritualmente. Que pueda tocar el espíritu de las personas. Que a través de la música y el baile puedan salir transformados, desbordados. Pero no por lo que yo haga, sino por lo que Dios pueda hacer a través de mí. Yo solo soy un canal. Yo no busco el aplauso. Cuanto más amor damos, mejor nos sentimos.

Fotos: gentileza Grupo Ledo y Christian Beliera

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