Gabriel Rocca: el fotógrafo del rock argentino
Retrató a Charly García tomando la comunión, capturó a Luca Prodan disfrazado de bebé y fue el responsable del afiche con el que Sandra Mihanovich y Celeste Carballo revolucionaron la escena. Este verano, inauguró el primer museo a cielo abierto en Mar del Plata con lo mejor de su archivo personal para homenajear a la música de los años 80.
Gabriel Rocca es un privilegiado. Resulta imposible pensar de otro modo cuando fue testigo de los momentos más importantes de la historia del rock nacional. De los 80 en adelante fotografió el debut de Soda Stereo y los Redondos, la consagración de Serú Girán en Obras, la presentación de Clics modernos en el Luna Park y otros tantos eventos que forjaron la identidad del género y quedaron inmortalizados por él de una manera única.
Por su lente pasaron todos: desde Luca Prodan hasta Luis Alberto Spinetta. “La idea era mostrarlos de una forma antagónica a lo que eran”, dirá en esta nota sobre algunas de sus producciones más icónicas. Y durante el verano será posible apreciarlas en la exposición Rocca&Roll, en un nuevo museo gratuito a cielo abierto que se inauguró en el parque San Martín de Mar del Plata, frente a Playa Grande. Por primera vez, 34 fotos que definieron tanto a su carrera como al rock del país se lucen en gigantografías frente al mar, lo que hace que su impacto sea aún mayor.
En diálogo con El Planeta Urbano, Rocca da cuenta de cómo vivió sumergido en el rock sin haber tocado una sola nota, pero sí disparando a mansalva su cámara fotográfica.

–¿Cómo hiciste la curaduría de esta muestra?
–Hay imágenes que son clásicas y que no pueden faltar porque la gente se saca fotos al lado de ellas, como la de Charly García tomando la comunión, el retrato de Spinetta o la de Gustavo Cerati camuflado.
Esta vez, además, quise homenajear a una ciudad tan rockera como Mar del Plata sumando algo local, y por eso incluimos tres fotos del festival Rock in Bali, que se hizo en Santa Clara del Mar en 1987 y fue superemblemático porque tuvo bandas tremendas tocando en la playa. Hay una de Sumo, otra de Gustavo Cerati y otra de David Lebón y Andrés Calamaro.
–Tenés más de 40 años de carrera. ¿Qué te acordás de tus comienzos?
–En 1979 fui al festival Prima Rock en Ezeiza con una cámara como espectador, y evidentemente en mi juventud tenía algo de caradura porque no sé cómo terminé arriba del escenario sacando fotos (se ríe).
En ese momento los músicos no tenían seguridad, entonces era más fácil llegar a ellos. Me acuerdo de que llevé esas fotos a la revista Pelo, de Daniel Ripoll, que era la única revista de rock que había, y me contrataron. Ese día debutó Virus y también estaban Nito Mestre y Luis Alberto Spinetta. Soy autodidacta, me fui haciendo a prueba y error, pero tener 20 años y hacer una gira con Charly García me fogueó de una manera muy particular.

–Te tocó cubrir la transición entre la dictadura y la democracia desde adentro del rock. ¿Cómo se vivió desde ahí?
–El rock fue testigo de algo tremendo, porque la dictadura lo tenía en la mira. Quizá la inconsciencia de la juventud hacía que uno la sintiera más liviana, pero la situación era compleja, en ciertos recitales había razias policiales. Por eso yo les doy tanto valor a los músicos de rock, que con la poesía de sus letras contaban lo que estaba pasando.
El rock fue muy valiente y muy generoso al momento de contar la realidad de una manera muy certera. Cuando pienso en el momento en que Charly estrenó “Canción de Alicia en el país”, en Obras, o me acuerdo de Luca cantando en inglés después de la guerra de Malvinas, se me pone la piel de gallina.
–¿Qué tan importante fue la fotografía para mostrar el poder transformador del rock?
–El rock como movimiento artístico y cultural tuvo injerencias muy profundas, y ahí remito a la foto de Sandra Mihanovich y Celeste Carballo que está expuesta en la muestra. Es un poquito posterior, de la década del 90, pero en su momento fue la foto prohibida.
Nosotros la hicimos de una manera absolutamente inocente, desde el amor de dos mujeres que en ese momento estaban en pareja, pero a la gente le horrorizaba. Esa imagen creó un precedente importante. Ahí está el poder de la fotografía: un documento que capta un instante que queda para siempre en la memoria colectiva.

–Podríamos definir muchas de tus fotos de esa manera, “instantes que se volvieron eternos”, como el abrazo de Charly y el Flaco Spinetta.
–Esa imagen es de la edición del B.A. Rock de 1982, donde Charly no tocó pero fue a ver a sus amigos. En esa época había cofradía y unidad entre los músicos porque todos estaban en la misma. La foto representa el abrazo de dos jóvenes de alrededor de 30 años que habían hecho todas las bandas posibles y eran la locomotora de un tren increíble.
–Con Charly tuviste un montón de sesiones. Hasta sacaste un libro de él junto a tu colega Andy Cherniavsky. ¿Cómo es trabajar con él?
–Creo que la primera vez que lo fotografié en una producción fue previo a su viaje a Nueva York, cuando fue a grabar Clics modernos, porque la revista le quería hacer una suerte de despedida. Él es superagradable y estaba predispuesto, entendía que se tenía que producir. Esas primeras fotos las hice en su casa y buscamos juntos en su placar qué ropa usar.
Más adelante, hicimos todas las fotos de Say No More en el estudio que tenía con Andy Cherniavsky, con quien estuve en sociedad 20 años. Son las imágenes en las que Charly está pintado de plateado. Cometí la blasfemia de borrar muchos “Say No More” del fondo blanco que usamos para las fotos porque nosotros lo necesitábamos en todas las sesiones. Llegaba al estudio cargado de aerosoles, pintaba todo y después teníamos que volverlo a su condición original. Era una etapa más difícil de Charly.

–Lograste algunas fotos impensadas, como la de Luca Prodan vestido de bebé o la de Pedro Aznar disfrazado de Superman. ¿Cómo los convenciste?
–Yo tuve la suerte de trabajar en un medio en el que los músicos querían salir, cuando hacíamos las tapas de las revistas Pelo o Canta Rock, venían felices. El humor en el rock nacional siempre fue una marca.
Mi primer estudio estaba en un sótano muy feo que tenía un tío mío frente al Congreso, en la avenida Rivadavia. De Luca me acuerdo que el día que le sacamos esa foto venía del zoológico, porque tenía unas galletitas que les daba a los animales. La de Pedro la hicimos en la terraza de su casa en Núñez. Él tenía un perfil absolutamente bajo, no era Superman, pero ya de joven fue el gran superdotado y virtuoso de nuestro rock nacional. La idea era mostrarlos de una forma antagónica a lo que eran.
A Charly García vestido de comunión nunca lo hubiéramos imaginado, tampoco a Luca de bebé. Perdí una foto de Pappo vestido de director de orquesta. Él me seguía siempre, era muy divertido y tenía una atención especial sobre la cámara. Tengo un archivo del Carpo muy particular.

–¿Cuál es el secreto para captar la magia de una persona en una foto?
–Yo ante todo me considero un retratista, y mi meta es llegar al alma a través de los ojos. Para lograrlo, es necesaria la compañía y la complicidad del personaje. A la gente le gusta mucho la intensidad del retrato, la proximidad de la mirada. Los ojos en la foto de Luis Alberto conmueven. No hay manera de sentirse ajeno a una persona que ha creado, sensibilizado y embellecido nuestras vidas con su música y su poesía. En ese sentido, le doy la razón a esa leyenda que se les atribuye a los pueblos originarios, que decía que las fotos robaban el alma. Creo que, en un instante, la fotografía toma prestada el alma para la eternidad.
Todas las fotos fueron gentileza de Gabriel Rocca