Tute: "El humor sirve como herramienta de sublimación"
“No sos vos, soy yo que ya no te soporto”, le dice Rubén a Mabel. Cortas, concisas, mordaces, crueles, alegres. También honestas, tiernas, reflexivas. Así son las viñetas de Mabel & Rubén, que dibuja Tute y que no pasan inadvertidas para los lectores. Podrán generar una carcajada, una sonrisa o incluso tristeza, pero alguna fibra tocan siempre. Porque Mabel puede ser cualquiera; Rubén, también. Y esa universalidad y sentido de identificación son lo que hace que la fórmula funcione.
Juan Matías creció rodeado de los más grandes del humor gráfico. Ser hijo de Carlos Loiseau, el famoso Caloi, le significó tener cerca al Negro Fontanarrosa, Quino, Eduardo Ferro y Carlos Garaycochea, y poder nutrirse de la sabiduría que le impartían formalmente en un contexto educativo o en una reunión social un viernes cualquiera.
“Garaycochea era un muy buen profesor, con mucha vocación por la docencia. Era muy estimulante, siempre te estaba mostrando dibujantes, imágenes en su proyector, era un apasionado. Y con Ferro era lo mismo, en cada clase había un pizarrón lleno de sus dibujos”, recuerda sobre el paso por su escuela.

–Te escuché decirle a Quino que le afanaste mucho. ¿A qué te referías?
–Todos afanamos a nuestros maestros, y en todas las artes, no solo en el humor gráfico. Se aprende así, mirándolos, estudiándolos y quedándose con lo que uno puede. Después, naturalmente, uno va encontrando su propia forma de expresión, pero todos somos deudores de nuestros maestros. También creo que así como hay que reverenciarlos, respetarlos y aprender de ellos, en algún momento hay que faltarles el respeto y ser uno mismo.
–¿Y de tu viejo qué aprendiste al momento de trabajar?
–Lo primero que te diría es que manejamos los mismos horarios: la noche (se ríe). Después, la afición por la poesía o la utilización de la poesía en el humor. En los primeros años de su laburo había mucha presencia de la poesía como herramienta gráfica. Y otra cosa, que ya no tiene tanto que ver con la gráfica sino con un ejemplo de vida, es la fe poética. Esa creo que es la otra gran herencia: la confianza en que las cosas pueden salir y que cuando hay un deseo muy fuerte, por algo es.
–Hace poco salió el libro Mabel & Rubén. ¿Cómo hacés la selección de dibujos? ¿Hay un hilo conductor?
–En este caso fue totalmente libre. Es una selección del material que más me gustaba relacionado con la pareja, el amor y todas sus variantes: parejas cerradas, abiertas, homosexuales, heterosexuales. Y jugar con esta idea de que todos somos Mabel o Rubén, y que siempre son distintos también. No existen verdaderamente, no son un personaje con una fisonomía o psicología determinada, sino que cada día aparecen una Mabel distinta y un Rubén distinto.
–No siempre dibujaste parejas gay. ¿En qué momento las incorporaste?
–Fue a partir de un mensaje que recibí de una lectora muy fanática, que me dijo que lamentaba no poder sentir nunca una identificación al cien por ciento porque era homosexual y en mis viñetas siempre aparecían parejas hétero. Le respondí que tenía razón y que lamentaba no poder hacer este humor donde hubiera relaciones homosexuales. Siendo que las veía y existían en mi vida, se trataba de una limitación de mi parte. A partir de eso me lo autoimpuse como un desafío. Y me costó bastante lograr torcer algo, que es muy propio del humor gráfico, que es trabajar con estereotipos; porque ya hay un montón de información que no hace falta decir y que es compartida con el lector y la lectora. Con una pareja homosexual me encontraba con que tenía que explicar más de la cuenta, entonces ya había algo que me demoraba el humor. Finalmente, le encontré la vuelta y produje mi primer chiste en donde había una pareja de hombres que cerraba perfecto: uno le preguntaba al otro si el divorcio también era igualitario. A partir de ahí se me abrió a mí mismo la posibilidad de hacer humor de todo tipo. En la vida del pensamiento, muchas veces es más fácil transitar por caminos conocidos que inaugurarlos. Y esto, dentro de mi producción humorística, era una inauguración. Es como escaparte un cacho del surco donde cae la púa siempre, estuvo buenísimo. Todo lo que te amplíe y te libere es positivo. El día que empecé a dibujarme a mí mismo, para hacer Diario de un hijo, me di cuenta de que se abría una nueva dimensión en mi trabajo. Podía dibujar a cualquiera, fue como si me dieran un superpoder.

–¿Qué errores y aciertos tuviste en tus intentos por diferenciarte o parecerte a tu papá?
–No hay errores, hay búsquedas. Es decir, inicialmente hice una cosa muy personal. Si querés, tenía más influencia del Negro Fontanarrosa. Después me fui a vivir con mi viejo y creo que me pegué a él no solo estilísticamente sino en todo nivel, se me generó una gran identificación con él. Y después, de a poco, fui alejándome y encontrando mi propia voz. Pero es un derrotero lleno de tropiezos. Yo no los juzgo como errores porque sería cruel. Para mí son aprendizajes donde uno se va aferrando a sus tutores, se va arrimando todo lo que necesita en ese momento, y está bien. Yo me parecí a mi viejo todo lo que necesité parecerme porque eso me daba seguridad para salir a la cancha.
–Lo pensaba en términos de algunos períodos por los que pasamos de querer diferenciarnos de nuestra madre o padre lo más posible, incluso tontamente al punto de plantearnos por qué estamos tomando realmente determinadas decisiones.
–Bueno, justo te iba a decir eso. Si tuviera que pensarlo en términos de error, pienso que fue un momento en el que quise alejarme violentamente del estilo de mi viejo y, entonces, generé un estilo que no era parecido al suyo pero tampoco me representaba de ninguna manera. No se parecía ni a él ni a mí.
“Yo me parecí a mi viejo todo lo que necesité parecerme porque eso me daba seguridad para salir a la cancha.”
–El 2019 fue un año durísimo en tu vida (N. de la R.: murieron su madre y su hermano con diferencia de cuatro meses). ¿Cómo se produce humor mientras se hace un duelo?
–El humor te sirve como herramienta de sublimación. El humor es muchas cosas, es la forma que uno encuentra para explicarse el mundo o para intentar entenderlo. Pero también, llegado el caso, es esa maderita flotando en la nada de la que uno se aferra para mantenerse en la línea de flotación. Sí, habrá días en los que no tenga ganas de dibujar, habrá días en los que no esté especialmente inspirado, por supuesto. Pero nunca fue un problema en términos de que la angustia no me dejara trabajar. Al revés, me sirve lo que hago para salir de esos espacios o para tratar de entenderlos y analizarlos. O para convertirlos en otra cosa. Es el Guernica de Picasso. El tipo produce esa obra a partir de una invasión, de una cosa espantosa; una obra maravillosa que a él le sirve producirla y que a todos nosotros nos sirve verla. No es que me esté comparando con Picasso, por favor (se ríe). Cada uno con lo que haga, no importa. Cada uno con su Guernica.
–De adulta me enteré de que, para Quino, la sopa de Mafalda simbolizaba la dictadura, la cosa opresiva, impuesta. ¿Utilizás ese recurso? ¿Hay algún simbolismo que vayas dejando en tus trabajos?
–Si lo hay es inconsciente. Creo que lo que subyace en todo lo que hago es algo del orden del inconsciente, esto que planteaba Freud de no ser dueños ni siquiera de nosotros mismos; las famosas tres heridas narcisistas. Me parece que hay algo de eso que impulsa en buena medida todo lo que hago, que es tratar de entendernos como género humano.
–¿Y cómo te está yendo?
–Bué… El arte bordea las respuestas, nunca es una respuesta absoluta. Bordea realidades y posibles respuestas. Siempre son provisorias, así que hay que seguir trabajando (se ríe).

Fotos: Alejandra López