El color de la ciudad: entrevista a Martín Ron
Aunque se trate de dos universos intrínsecamente diferentes, el arte y el deporte pueden convivir en el mismo espacio y funcionar en una misma dirección: juntos pueden cambiar las reglas del juego y Martín Ron lo comprueba.
Hablamos de obras callejeras, obras vivas. Obras que son de todos y, a la vez, de nadie. Por eso, el artista Martín Ron se lanzó junto a Fila a intervenir espacios públicos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con el propósito de la contemplación estética, del embellecimiento urbano y, fundamentalmente, de darles a estos sitios una nueva vuelta de tuerca.
“El proceso creativo fue muy intenso, muy interesante y, sobre todo, muy divertido”, asegura Ron a El Planeta Urbano. En comunión con Fila, el artista detectó diversas necesidades de los deportistas en las plazas. Y, a partir de ahí, espalda con espalda, generaron una propuesta lúdica a través del arte. “Junto con mi escuadrón, que es el grupo de artistas con el que trabajamos desde hace mucho tiempo, dijimos: ‘¿Qué pasa si hacemos una obra que funcione como circuito aeróbico de los deportistas que se acercan a las plazas por medio del arte?’.”
De esta manera, en una de las instancias, generaron un sistema de postas y un circuito lleno de color, donde la obra se completa cuando los deportistas se acercan, la interpretan y realizan su actividad sobre este mural. Un arte, digamos, vivo. Por caso, el proyecto comprime la intervención de tres espacios urbanos: una cancha de básquet callejero en plaza Almagro, otra en la Plaza de la Unidad Latinoamericana y un innovador circuito de training en ese mismo lugar.

“Encaramos estos proyectos ahí porque eran los lugares perfectos para fusionar y generar un punto de encuentro entre el deporte y el arte. Por otro lado, las canchas de básquet funcionan como el soporte ideal por sus dimensiones y proporciones para la realización de una obra mural”, sigue Ron. Así, la tendencia mundial que entroniza la idea del encuentro entre el deporte y el arte se materializa en estas coordenadas porteñas.
Desde siempre, por su propia naturaleza, el básquet urbano comulgó con las expresiones artísticas relacionadas con el muralismo y el grafiti. De hecho, sin ir más lejos, ¿sabían que, gracias a sus tags callejeros, el arte del mismísimo Jean-Michel Basquiat, heredero natural de Andy Warhol, fue adoptado por el imaginario visual de los Brooklyn Nets? O, ¿alguno recuerda la magia del videojuego NBA Street, un clásico de PlayStation 2? O, tal vez, ¿les suena la labor de Daniel Peterson en Project Backboard y sus lienzos impresionantes? Bueno, va por ahí.

Por lo demás, lo interesante de la experiencia de Ron y Fila es que incorporan circuitos de postas con un acento disruptivo. “Con este proyecto quisimos generar una obra artística de postas para que deportistas amateurs o profesionales relacionados con el básquet, el atletismo y el entrenamiento funcional puedan desplegar todo su potencial”, describe. Así, el lugar explota de colores y, por efecto contagio, en sintonía con la pintura, se genera una energía inconfundiblemente intensa. Cada espacio, una obra singular.
Es que la pintura energiza y provoca que, de alguna manera, los deportistas quieran apropiarse de estos espacios. “Son lugares que necesitan un mimo.” Y, de nuevo, lo interesante es que las obras –estas, las anteriores, las que vendrán– terminan convirtiéndose en patrimonio colectivo. “Siento que la obra está viva”, arremete Ron. “Cumple un propósito con la gente que la contempla. Porque le cambia, aunque sea un instante, el rumbo de su vida”, continúa.
El trabajo de Ron con la calle ya lleva años. “Pinto desde que tengo uso de razón”, asoma. Tantos años que, el que considera su primer mural, las paredes de un jardín de infantes del barrio de Caseros, en 1998, tiene un antecedente. Una pista anterior. Otro mito de origen. Sí, hay que hurgar más atrás en el baúl de los recuerdos para advertir que Martín nunca gustó de pintar ni en papel, ni en óleo, ni en nada que tuviera unas dimensiones “racionales”. Siempre quiso más.

Lo suyo siempre fue la calle como un terreno de inspiración infinita y, en ese sentido, las paredes fueron su mejor match. Como las de su propia casa, que, en 1994, se convirtieron en una especie de génesis para lo que hoy es su oficio: una ilustración enorme de una parca con una guadaña llena de calaveras “amenizaban” las paredes de su familia. “Una cosa medio desagradable, monstruosa”, bromea hoy, a sus 41 años. “El muralismo me encontró a mí, más que yo a él”, aclara.
Y esta madeja de proyectos (animaladas imposibles y geniales) hicieron de Ron un artista consagrado, un referente que ha viajado, pintado y retratado en dimensiones XXL. Incluso, haciendo close-up sobre lo deportivo, se corta solo el mural de Carlos Tevez en el corazón de Fuerte Apache. En la canchita en la que Carlitos supo desparramar rivales cuando era apenas un pibe. Pero no, este no es el único de sus trabajos ligados al deporte que forman parte del imaginario colectivo. Allí brota el que hizo en la cancha de Estudiantes de Caseros o, también, el que se divisa en el Cedem. “De alguna manera, la pintura y el deporte se llevan de la mano”, comenta.
Así las cosas, Ron fue destacándose fundamentalmente en lo bestial de sus invenciones: murales tamaño Godzilla copan Buenos Aires y otro tendal de coordenadas más. “El mayor desafío tiene que ver con el desplazamiento y con dominar la escala. La pintura es una actividad compleja. Intervenir el espacio público hace que se le añada una cuota de desafío porque tenés que dominar la escala, armar un equipo y sortear los altibajos emocionales que requiere realizar una obra”, devela.
A veces trabaja a la noche, a veces con lluvia y casi siempre regalado ante cualquier inclemencia temporal: el oficio del muralista callejero está ungido en la adversidad, el desafío y la innovación. Y uno de los puntos más interesantes de estas obras anida en que están destinadas al desgaste, a la corrosión, al uso. Y al mismísimo e inevitable paso del tiempo. “Nadie se las puede llevar, ni siquiera los dueños de la medianera, pero a la vez todo el mundo dialoga –aunque sea un segundo– cuando se la cruza o cuando la obra asalta por sorpresa.”

El trabajo en conjunto de Martín Ron y Fila
Escapándole a la repetición e imantado por el desafío, Ron se unió a Fila hace dos años y juntos están encarando una combinación que tiene, por lo menos, dos mitades: aire libre e impronta artística. “Hay que innovar en todo: propuesta, técnica, dimensión, mensaje y formas de comunicar”, avisa. MR dixit: “Me permito experimentar”.
Mientras tanto, amén de sus proyectos en CABA, San Luis, Mendoza, Córdoba y el exterior, ya se relame por lo que continuará haciendo de la mano de la popular marca de indumentaria y calzado italiana: “Desde el primer momento sabíamos que íbamos a repetir la experiencia. Vamos a generar nuevos circuitos a lo largo de todo el país. La gente lo requiere y este proyecto superó nuestras expectativas en todo sentido”, concluye.

Más información en la web de Fila
Fotos: Alejandro Calderone Caviglia